Es harto conocido el hecho que, en el mundo de hoy, el conocimiento ha adquirido un valor cada vez mayor. No es difícil tampoco comprobar que en casi todos los objetos y servicios que usamos y realizamos cotidianamente existe una gran variedad de avances tecnológicos en su elaboración y funcionamiento. Con ello podemos observar que las empresas más exitosas son aquellas que mejor utilizan el conocimiento. En consecuencia, éste se ha convertido en el factor crucial para la producción de riqueza. Sabemos, sin embargo, que tanto el conocimiento como la riqueza se hayan desigualmente distribuidos.
Cada año la revista Forbes nos da muestra de la desigualdad económica en que vivimos, al informar los montos —a veces difíciles de imaginar— de quienes aparecen en su lista de los más adinerados del planeta. En la reciente edición pudimos observar que la fortuna de los 11 empresarios más ricos de México supera 12 por ciento del PIB nacional. Así las cosas, en el mundo actual tenemos que lo que distingue a los pobres (ya sean personas o países) de los ricos no es sólo que tienen menos recursos monetarios, sino también que se hallan excluidos de la creación y los beneficios del conocimiento científico.
El análisis de esta última dinámica se encuentra en el capítulo “Knowledge and inequality”, escrito por Peter Weingart y publicado en un volumen intitulado Inequalities of the world, que fue coordinado por el sociólogo Göran Therborn en 2006. Según ese autor, desde mediados del siglo XX la inversión en ciencia y tecnología ya era considerada como elemento estratégico para vencer el subdesarrollo. El éxito económico conseguido por Corea del Sur en el último tercio de dicho siglo, era la comprobación de ese principio. Sin embargo, el progreso inicial que obtuvieron algunas naciones, las cuales luego de esa etapa no pudieron sostenerla, y lo observado en los años recientes en el África subsahariana, donde la brecha de desigualdad en el conocimiento ha ido ensanchándose de manera dramática, han puesto en duda la eficacia del principio que señala que a mayor inversión en ciencia y tecnología, mayor desarrollo económico y social.
Lo que se ha observado es que el dominio del conocimiento científico, en particular la existencia de un fuerte papel en su producción, se correlaciona sólidamente con la fortaleza económica de un país. Naciones como Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Japón y Alemania son los que contribuyen más a la producción científica y tecnológica mundial y son, a su vez, las economías más fuertes del planeta.
Un elemento muy importante a destacar del análisis de Weingart es que el tema del conocimiento y la desigualdad está exacerbado por dos grandes conceptos que imperan en los discursos públicos en los países industrializados y que tienen un gran impacto en la construcción de instituciones políticas y en las economía más diversas: la globalización y la emergencia de la sociedad del conocimiento. Por otro lado, el autor sostiene que en el mundo actual, en el cual el conocimiento está teniendo cada vez mayor valor comercial, constituye un asunto fundamental saber si el conocimiento local o culturalmente específico ofrece las bases suficientes para compensar las desventajas en la competencia por nuevo conocimiento.
El conjunto de indicadores que presenta Weingart para ilustrar la desigualdad en el conocimiento, implica que éste es occidental, universal, y que la educación y el sistema científico y tecnológico de los países industrializados son la norma para evaluar la desigualdad en el conocimiento. Asimismo, en tanto que el conocimiento es considerado como el determinante más significativo de la desigualdad (especialmente la desigualdad material), debe ser distribuido de manera más equitativa en cualquier sociedad, si es que se la quiere evitar.
El indicador relacionado con el potencial científico y tecnológico incluye la tasa de analfabetismo en adultos, los años de escolaridad de la cohorte en edad correspondiente, el gasto público en educación como porcentaje del PIB. El otro, relacionado con la participación en la producción de conocimiento científico y tecnológico considera el número de artículos dentro de la producción científica mundial, el número de artículos en revistas por cada mil habitantes, el número de títulos de libros y el porcentaje de usuarios de internet.
Los indicadores muestran la participación real de los países en la producción de conocimiento científico y tecnológico, así como la capacidad para tomar parte en la comunicación científica y técnica, y recibir y desarrollar conocimiento proveniente del exterior.
El panorama ofrecido por Weingart señala que una gran proporción del nuevo conocimiento científico en el mundo (alrededor de 80 por ciento) es producido por muy pocos países (EU, Canadá, Unión Europea, Suiza y Japón). La creciente mercantilización del conocimiento ha favorecido a sus principales productores y ha exacerbado la desigualdad. Además, la tendencia a proteger la propiedad intelectual es cada vez más fuerte y en la actualidad funciona como un obstáculo para la libre distribución del conocimiento.
Entre los procesos que se están desarrollando para revertir o, al menos, disminuir la tremenda desigualdad en la producción y uso del conocimiento, están algunas iniciativas de la ONU y de la UNESCO que buscan crear una perspectiva global sobre una variedad de aspectos, coordinar proyectos de investigación entre países industrializados y en desarrollo, recolectando información por medio de redes mundiales y, al mismo tiempo, contribuir a fortalecer la capacidad de los países participantes que así lo requieran.
La conclusión de este análisis es que las desigualdades en el conocimiento sólo podrán eliminarse desde abajo, es decir, estableciendo sistemas más funcionales de educación básica y media. Dichos sistemas podrán proveer las bases para el desarrollo y, en última instancia, para la estabilidad de los sistemas sociales y asegurar niveles de vida más aceptables para todos sus habitantes.