Quienes siguen el acontecer social, económico y político del mundo actual, saben que el continente africano padece grandes problemas y carencias tales como enfermedades epidémicas que continuamente diezman a su población, inestabilidad política causada por las constantes luchas tribales que derivan en guerras civiles, sequías, inundaciones y degradación del medio ambiente. Como una consecuencia de todas las calamidades que la azotan, la población busca emigrar en cuanta oportunidad se le presenta. Hemos visto como llegan a las costas europeas embarcaciones repletas de inmigrantes que en varias ocasiones naufragan antes de alcanzar su objetivo.
Lo que sucede en el ámbito educativo, no deja de ser también dramático, tal como lo refiere un reciente artículo aparecido en la edición electrónica del New York Times (20/05/2007). En él, la periodista Lydia Polgreen describe la situación extrema que se vive cotidianamente en la Escuela de Derecho de la Universidad Cheikh Anta Diop en Dakar, Senegal. Comienza señalando que los dormitorios estudiantiles están rebasados al albergar tres veces más estudiantes de su capacidad normal (en un cuarto diseñado para dos estudiantes, suelen vivir seis). Aunque lo más impactante de su relato es el hecho que los estudiantes deben llegar con más de dos horas de anticipación al lugar en que se imparte la clase, pues cuando ésta empieza, puede haber hasta ¡2 mil alumnos!, tratando de acomodarse donde pueden y donde la voz del profesor a través de unos micrófonos defectuosos es apenas audible. La decadencia y decrepitud de las universidades africanas está provocando que muchos estudiantes busquen salir al extranjero, lo que ha significado una gran pérdida de talentos que podrían contribuir al desarrollo de sus respectivos países. La Organización Internacional de la Migración estima que África ha ido perdiendo 20,000 profesionales cada año desde 1990.
Otra institución británica de investigación llamada Comisión por África, señaló en un reporte publicado hace dos años que las universidades africanas se hallaban en una profunda crisis y no estaban formando los profesionales que se necesitan con urgencia en ese continente. Lejos de ser un instrumento eficaz de movilidad social y el reservorio de las esperanzas para el futuro, las universidades africanas se han convertido en simples almacenes para una generación de jóvenes para quienes la sociedad tiene poco que ofrecer y sólo pueden esperar ser tan pobres como sus padres.
El artículo en cuestión reporta que, como resultado del descuido en las condiciones materiales de los establecimientos universitarios a lo largo y ancho de África, se han convertido en semilleros de descontento, constituyendo el lugar en el que se intersectan la política y la criminalidad. Así, por ejemplo, en Costa de Marfil, líderes estudiantiles jugaron un papel importante en la agudización de la xenofobia que llevó a la guerra civil. En Nigeria, por su parte, las antiguas universidades de élite han sido dominadas por bandas criminales. Algunas de éstas han sido contratadas por políticos, lo que ha llevado al grave deterioro del proceso electoral en dicho país. Muy lejos parecen estar los días en que el África post colonial contaba con universidades tan prestigiosas como la de Ibadan, al sudeste de Nigeria, donde se formó el Premio Nóbel Wole Soyinka, y que en los años 60 era considerada entre las mejores universidades de la Comunidad Británica. O la Universidad Makerere, en Uganda, alguna vez considerada la Harvard del continente, donde se preparó una generación de líderes poscoloniales como Julius Nyerere, presidente de Tanzania. En Senegal, la propia Cheikh Anta Diop, conocida en esa época como la Universidad de Dakar, atraía a muchos estudiantes de la África francófona y los títulos de sus egresados eran considerados al mismo nivel que los de Francia.
Actualmente las mejores universidades, las grandes instituciones que formaron una generación revolucionaria de constructores de naciones y hombres de estado, doctores e ingenieros, escritores e intelectuales, se hallan en pleno colapso institucional. Éste se debe, en parte, a profundas crisis administrativas y negligencia, pero también es el resultado de políticas de desarrollo promovidas por algunos organismos internacionales, las cuales favorecieron durante décadas la educación básica en detrimento de la enseñanza superior. Ahora el crecimiento demográfico está impulsando la demanda de jóvenes hacia el nivel superior. Desde mediados de los años 80 las políticas de ajuste económico promovidas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional dieron a la educación superior un lugar muy menor en la lista de prioridades. Se argumentaba que para combatir la pobreza se necesitaban competencias básicas y alfabetización, no estudiantes de licenciatura o doctorado. El error de entonces se está pagando muy caro.