En estos días en que presenciamos la bárbara e irracional agresión de la mayor potencia militar y sus aliados en contra de un país en desarrollo, conviene traer a la reflexión las ideas que discutieron hace ya casi 70 años dos grandes humanistas: Albert Einstein y Sigmund Freud. Ellos participaron en un breve intercambio epistolar cuyo propósito central era analizar las motivaciones de los hombres para hacer guerra. Éstos son fragmentos de sus cartas.
Albert Einstein a Sigmund Freud
¿Existe un camino para liberar a los hombres de la fatalidad de la guerra? En general se ha arraigado bastante la comprensión de que esta pregunta -dado el progreso de la técnica- se ha vuelto una cuestión vital para la humanidad civilizada, y pese a ello los ardientes esfuerzos y su solución han fracasado en alarmante medida.
Un repaso sobre el fracaso de los evidentes esfuerzos para alcanzar esta meta realizados en la última década, a todos nos hace sentir que poderosas fuerzas psicológicas están trabajando y paralizan estos esfuerzos. Algunas de estas fuerzas afloran abiertamente. La necesidad de poder de la clase dominante en turno de un Estado se opone a la restricción de sus privilegios. Esta necesidad política de poder se ve frecuentemente alimentada por el afán de poder económico-militar evidente de otra clase. Pienso aquí, particularmente, en que dentro de cada nación existe un grupo de hombres -pequeño y decidido, cerrados a cualquier consideración social e inhibiciones- para quienes la guerra, la fabricación de armas y su comercio no es más que una oportunidad para sacar provecho personal y ensanchar su propio poderío.
¿Cómo es posible que la llamada minoría se sirva a su antojo de la masa del pueblo que en la guerra sólo tiene que sufrir y perder? (…) Aquí cabe la siguiente respuesta: la minoría de los poderosos en turno tiene en sus manos, en particular, las escuelas, la prensa y en su mayoría también las organizaciones religiosas. Pero tampoco esta pregunta agota todo el contexto, pues se desprende otra pregunta: ¿cómo es posible que las masas se dejen encender hasta el paroxismo y el martirologio por los mencionados medios?
La respuesta sólo puede ser: en los hombres vive la necesidad de odiar y de destruir. Esta predisposición subsiste en estado latente en tiempos normales y aflora sólo en los anormales, pero puede ser despertada relativamente fácil y elevada hasta la psicosis de masas; aquí parece residir el problema más hondo de todo este fatal conjunto de efectos. Este es el lugar donde sólo puede alumbrar el gran conocedor de los instintos humanos.
Esto lleva a una última pregunta: ¿hay alguna probabilidad de controlar el desarrollo psíquico de los hombres, de tal manera que se volvieran impermeables a la psicosis de odio y destrucción? Y no pienso en forma alguna sólo en la llamada gente inculta. Después de mis experiencias en la vida, es más directamente la llamada intelligentzia la que es más propensa a dejarse someter por las fatales sugestiones de las masas, puesto que no se preocupa directamente en aprehender las vivencias sino que toma el camino más cómodo y sin tropiezos, que es el del papel impreso.
Sigmund Freud a Albert Einstein
Una segura prevención de la guerra sólo es posible si los hombres se unifican para establecer una fuerza central, que emita el dictamen en todos los conflictos de interés. Aquí hay evidentemente dos anhelos unidos: haber creado una instancia superior y otorgarle el poder necesario. Uno sólo de éstos no serviría para nada.
Usted se sorprende de lo fácil que es exaltar a los hombres para la guerra y sospecha que hay algo activo en ellos, un instinto para el odio y la destrucción que responde a semejante exaltación (…) nosotros creemos en la existencia de semejante instinto y precisamente nos hemos esforzado en los últimos años por estudiar sus manifestaciones (…) Suponemos que los instintos del hombre son sólo de dos tipos: o bien aquellos que desean mantener y unir -nosotros los llamados eróticos, enteramente en el significado de Eros del symposium platónico, o sexuales en el consciente ensanchamiento del concepto popular de sexualidad- y otros que desean destruir y matar, los cuales englobamos como instintos de agresión o de destrucción. Como usted verá, esto es en verdad nada más la transfiguración teórica de la mundialmente conocida antítesis de amor y odio, que subyace tal vez en la primitiva relación de polaridad, de atracción y repulsión, que en los dominios de usted también juega un papel (…) Muy rara vez la acción es obra de un único impulso instintivo y, en el fondo, se compone de Eros y destrucción (…) Cuando a los hombres se les condiciona para la guerra, una gran cantidad de motivaciones puede responder en ellos, nobles y bajas, de las que se habla abiertamente, y otras, de las que no se habla.
De nuestra mitología teórica de los instintos encontramos fácilmente una formula para combatir la guerra por caminos indirectos. Si la disposición a la guerra es un producto del instinto de agresión, entonces es sencillo apelar a su instinto contrario, el Eros. Todo lo que produzca una unión de sentimientos entre los hombres debe contrarrestar la guerra. Estas uniones pueden ser de dos tipos. Por un lado, relaciones como un objeto de amor, aun sin propósitos sexuales (…) el otro tipo de unión de sentimientos es a través de la identificación. Todo aquello que produzca afinidades significativas entre los hombres producirá este tipo de sensaciones de unión, identificaciones. Sobre éstas descansa en gran parte la construcción de la sociedad humana (…) todo aquello que contribuya al desarrollo de la cultura trabaja también en contra de la guerra.