En la víspera de celebrarse el Día Mundial de la Juventud, el representante en México del Fondo de Población de las Naciones Unidas mencionó que anualmente salen del país unos 225 mil jóvenes por falta de oportunidades. Ello, por supuesto, representa un gran desperdicio para nuestra nación, puesto que con su energía y talento podrían contribuir de manera importante a mejorar el bienestar individual, familiar y social. El enorme éxodo de jóvenes es un fenómeno mundial, aunque, a decir del funcionario, la situación se agrava en los llamados países en desarrollo. Por otra parte, los jóvenes integran hoy un poco más de la cuarta parte de la población mundial, sumando unos mil 700 millones.
Ha sido ampliamente documentado que en la sociedad mexicana los jóvenes resienten la falta de acceso a la educación, la salud, la vivienda y el empleo. En este sentido, se ha subrayado que millones de ellos no estudian ni trabajan, situación que los convierte en presas fáciles de conductas violentas y antisociales.
De acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de la Juventud 2005, sólo la mitad de la población entre 12 y 24 años estudia, en parte por falta de interés y en parte por la falta de cupo en instituciones educativas. Muchos no asisten a los establecimientos escolares porque consideran que los conocimientos que adquieren no tienen valor en el mercado laboral.
Una de las consecuencias se muestra en la composición de quienes son internados en los distintos penales del país: la mayoría son jóvenes entre 18 y 29 años. Asimismo, según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), una tercera parte de los desempleados del país son personas con nivel de bachillerato o superior.
También sabemos que existe infinidad de poblados en la República donde casi la totalidad de los hombres en edad productiva han emigrado al "norte" en busca de empleos para sostener a su familia, ante la falta de empleos y la crisis del campo. Son también frecuentes las historias en que los jóvenes que emigran a las grandes ciudades o a Estados Unidos, corren grandes riesgos de ser explotados o "enganchados" por bandas de malhechores.
El caso de la tristemente célebre Mara Salvatrucha, compuesta al principio por jóvenes salvadoreños que vivían en barrios californianos y luego extendida a diferentes puntos de México y Centro América, es por demás ilustrativo de la violencia que pueden alcanzar dichas bandas.
Por otra parte, cuando los que emigran son jóvenes que cuentan con una formación especializada adquirida en escuelas de nivel superior, los países "expulsores" pierden el potencial que esos jóvenes podrían desarrollar en bien de la sociedad y, de alguna manera, se subsidia también a los países "receptores", en tanto que la formación de esos jóvenes fue pagada por las familias y los contribuyentes que ayudaron a financiar las instituciones educativas públicas, donde la mayoría de ellos adquirieron conocimientos y habilidades para el trabajo.
Además, está el caso de los estudiantes que van a realizar estudios de postgrado en el extranjero, la gran mayoría financiados por organismos públicos.
Al terminar sus estudios, algunos de ellos son invitados a permanecer en los países anfitriones, al demostrar su talento en las actividades académicas de enseñanza e investigación. Algunos otros, sin embargo, pretenden volver al país a retribuir los esfuerzos económicos invertidos en su formación, y se encuentran con que no hay plazas en las instituciones de educación superior y mucho menos en las industrias locales. Otros se ven impedidos de continuar sus carreras académicas por falta de infraestructura o condiciones para la investigación de alto nivel.
Con bastante frecuencia, no les queda otro remedio que volver al extranjero y buscar insertarse en el mercado laboral, ya sea en el sector académico o en el empresarial. Esto representa una enorme sangría para el país, dados los enormes costos de los estudios de maestría y doctorado en los países más desarrollados.
Desafortunadamente, no se ve que la solución a esta migración pueda resolverse en el corto plazo, pues muchas de las economías de los países en desarrollo aún presentan enormes problemas, muchos de ellos de carácter estructural, y por ello las naciones desarrolladas continúan siendo enormes imanes para quienes van en busca de mejores oportunidades laborales, aun cuando tengan que sacrificar su integridad física para ingresar de manera ilegal en esos países.
Es un lugar común decir que la juventud es el "divino tesoro", y que es la edad en que el ser humano es capaz de desplegar con mayor energía y entusiasmo todas sus capacidades, físicas e intelectuales. Es también la etapa de la vida caracterizada por la rebeldía, la crítica y el apasionamiento por lo que se considera digno de hacerse. Aunque a veces también la jovialidad es una actitud, tal como lo decía Salvador Allende, en su inolvidable discurso leído en la Universidad de Guadalajara hace casi 35 años, al señalar que hay jóvenes "viejos" y viejos "jóvenes".
De modo que las sociedades que fallan al proveer a sus jóvenes con las oportunidades de educación, salud, vivienda y empleo, están desperdiciando el talento y la energía de éstos y están cometiendo una grave injusticia, que los conduce a buscar alternativas en la violencia, la informalidad y a abandonar a sus familias para buscar horizontes más promisorios.