Las revisiones o reformas curriculares son procesos necesarios que cualquier institución educativa precisa realizar en forma periódica para actualizar los contenidos de la enseñanza que imparte. Dichos procesos no siempre son fáciles de realizar, pues requieren de cuidadosas revisiones de los planes y programas de estudio. Conviene recordar que la experiencia del enseñar y aprender no se restringe sólo a lo que ocurre en las aulas y laboratorios, sino también abarca una enorme variedad de interacciones que ocurren en diversos contextos institucionales. Los procesos de cambio o reforma suelen llevarse a cabo por especialistas o por el conjunto de profesores, administradores, ex alumnos y estudiantes que integran la comunidad académica de una institución. No obstante lo complicado que puede llegar a ser la conjunción de diversos intereses y voluntades alrededor de un proyecto académico nuevo, cuando se dá de esta última forma, el proceso de transformación curricular adquiere una enorme legitimidad y facilita de forma considerable su puesta en práctica.
Un reporte recientemente publicado por la Universidad de Stanford (The Study of Undegraduate Education at Stanford University, 2012) da cuenta de una iniciativa realizada durante dos años para revisar a fondo el curriculum que la universidad ofrece a sus estudiantes en el nivel de pregrado (lo que en México equivaldría a la licenciatura). Cabe aclarar que en esa universidad como en la mayoría de las que siguen la tradición anglosajona, dicho nivel proporciona lo que se conoce como “educación liberal”, compuesta por un amplio programa de materias de ciencias y humanidades con un área de concentración llamada “major”. Este curriculum es diferente de los programas especializados en el estudio de una disciplina o profesión, que caracterizan a las universidades latinoamericanas.
El proceso de reforma curricular se llevó a cabo con la participación amplia de la comunidad académica de la universidad, teniendo como propósito cardinal el rediseño de la formación de pregrado. Para ello, el análisis de la experiencia educativa de los estudiantes en la institución, trata de llegar a la “raíz de la enseñanza y el aprendizaje”. Más que cambiar y actualizar los contenidos programáticos, la reforma pretende hacer énfasis en las habilidades y capacidades de los estudiantes, así como en las formas de pensar y actuar, y particularmente en la integración de sus experiencias académicas. El reporte en cuestión se basa en un cuidadoso y detallado examen de las actuales prácticas académicas de la universidad. Trata de estimular, asimismo, a profesores y estudiantes a reconsiderar lo que hacen, cómo lo hacen y por qué les es importante. Para los autores del reporte, la educación es siempre un proceso inconcluso, el producto de una conversación abierta entre estudiantes y profesores, conversación, a su vez, incrustada en la universidad pero también animada por el cambiante mundo que la rodea.
Algunas de las preguntas que tratan de resolverse con la revisión curricular y las recomendaciones derivadas de ella tienen que ver con los retos que plantea a los futuros graduados el desarrollo incesante del conocimiento y la dinámica del mundo contemporáneo. De esa manera, se abordaron los siguientes cuestionamientos: ¿cómo preparar a los estudiantes para las responsabilidades de una ciudadanía global en un mundo complejo e interdependiente—un mundo que parece hacerse “más pequeño” cada día? ¿Cómo balancear la “intensa especialización” esencial en una universidad cuya investigación es internacionalmente reconocida con la “amplia educación liberal”, necesaria tanto para una ciudadanía responsable como para el éxito profesional a largo plazo? ¿Qué puede hacerse para hacer del cultivo del pensamiento un objetivo socialmente aceptable para los estudiantes de la universidad, algunos de los cuales tienen una fuerte actitud instrumental o abiertamente anti-intelectual de la educación que desean recibir? En síntesis, ¿cómo reconciliar las demandas de mayor amplitud y profundidad en la formación, la educación general y la especialización disciplinaria?
Los cuatro grandes propósitos de la educación en Stanford, según el reporte en cuestión, incluyen la apropiación del conocimiento por los estudiantes, el perfeccionamiento de sus habilidades y capacidades, el cultivo de la responsabilidad social y personal y la adaptación del aprendizaje a diversas situaciones del mundo real. Para darles cumplimiento, se plantearon revisiones a los distintos requisitos para que los alumnos puedan graduarse: el área de concentración (¨major”), el reforzamiento de las habilidades de comunicación escrita y oral, el mayor conocimiento de lenguas extranjeras, el fortalecimiento de una formación más amplia mediante el estímulo de las formas de pensamiento y de acción de los estudiantes, así como la revisión de la estructura académica de los cuatro años de estudios de pregrado.
Finalmente, un aspecto muy destacable del amplio reporte es el apoyo que se recomienda dar a las oportunidades educativas y formativas que tienen lugar fuera del salón de clase, las cuales incluyen los dormitorios en que viven los alumnos, los estudios en las instalaciones que Stanford tiene en el extranjero y el trabajo en diversos proyectos de desarrollo comunitario que realiza la universidad.
Una mirada escéptica a estos planteamientos sostendría que en muchas ocasiones las buenas intenciones sólo se quedan en la retórica. Este no es caso, dado el alto nivel de la educación e investigación que esta universidad ha mantenido a lo largo de más de un siglo.