Seguramente usted amigo lector, amiga lectora, no tendrá ningún problema en recordar a aquellos maestros que dejaron alguna huella positiva en su paso por las aulas de las escuelas de este u otro país. Por supuesto que hay otros y otras de quienes no guardamos memoria o que preferimos ignorar que alguna vez pasaron por nuestra vida. En mi caso, me acuerdo con mucho agrado de aquellas maestras y maestros que tuve en la primaria y la secundaria: la que me enseñó las primeras letras, el que me hizo ver la importancia de ser constante y responsable, la que me animó a escribir mis ideas con claridad, el que me inspiró a conocer la literatura mexicana y universal, quien me permitió descubrir el pasado de México y apreciar los valores de nuestra cultura, los que animaron mi curiosidad por conocer y aprender día con día, entre otros. Ellas y ellos fueron docentes de escuelas públicas ubicadas en colonias de clase media baja en lo que era la capital de México durante los años 60.
¿Qué características tenían estas profesoras y estos profesores que hacen que sus alumnos los recuerden positivamente? Ante todo, me parece, eran personas a quienes les gustaba hacer lo que hacían: enseñar, transmitir valores y actitudes que ayudaran a sus alumnos a convivir en la sociedad, a ampliar sus horizontes, a enfrentar la vida sin temores, a apreciar la cultura de nuestro país y la de otras latitudes. También están presentes en mis recuerdos su compromiso y responsabilidad y, por supuesto, sus conocimientos y su habilidad para comunicarlos con claridad. Estoy convencido que todavía hay muchísimos maestros y maestras como estos en las escuelas públicas y privadas a lo largo y ancho del territorio nacional.
Estas imágenes y reflexiones vienen a cuento por lo que hoy se está discutiendo en el panorama de la educación básica a propósito de la evaluación de los docentes. Las movilizaciones de grandes contingentes de maestros y maestras por las calles de esta atribulada capital del país en fechas recientes, han tenido como objetivo manifestar su rechazo a la propuesta de la SEP para llevar a efecto la llamada “Evaluación universal de docentes y directivos en servicio de educación básica”. Esa propuesta está contenida en un acuerdo firmado por la SEP y SNTE a finales de mayo del año pasado en el marco de la controvertida Alianza por la Calidad de la Educación (ACE). El documento mencionado señala que la evaluación servirá para “elevar la calidad educativa, favorecer la transparencia y la rendición de cuentas, y propiciar el diseño adecuado de políticas”. Asimismo, se reconocen las coincidencias de la evaluación universal de los docentes y directivos, entre la SEP, el SNTE, las autoridades educativas estatales, académicos y especialistas en educación, así como diversas organizaciones de la sociedad civil y la OCDE.
Aparte del desacuerdo de la fracción disidente del Sindicato de Maestros, la CNTE, con la medida acordada con la SEP, el detonador de las movilizaciones fue que, de acuerdo con lo firmado, la evaluación universal debería comenzar a realizarse en junio de este año para el nivel básico (en 2013 para la secundaria y en siguiente año para pre escolar y especial). Los argumentos que esgrimen los y las disidentes magisteriales en contra de la medida evaluatoria son su falta de transparencia en los mecanismos (incluso, el propio secretario general del Sindicato, Juan Díaz de la Torre ha señalado que dicha opacidad “ha creado malos entendidos y, en algunos casos, distorsión [La Jornada, 15/03/2012, p. 43]. La queja también es por la falta de participación del magisterio en el proceso de evaluación, el temor a que sean despedidos quienes no obtengan un resultado satisfactorio, la existencia de prácticas corruptas en los mecanismos de promoción, la poca claridad en que los instrumentos de evaluación tengan la capacidad de captar las diferencias que existen en las regiones y entidades federativas del país y la intromisión de organismos internacionales en la política educativa nacional.
Además, quienes han estudiado la evaluación docente consideran que la apreciación y valoración de las características de un buen docente no son fáciles de evaluar con precisión y objetividad, pues algunas de ellas no es posible registrarlas con los instrumentos convencionales: el compromiso, la entrega a la profesión, la actitud responsable, el ambiente escolar o el liderazgo académico, entre otras. El conflicto se da, además en un contexto bastante complicado por los tiempos electorales y la inminente terminación del sexenio. El recién nombrado secretario de educación, cuya trayectoria ha sido más notoria en el campo de la salud que en el educativo, tendrá que hacer gala de toda su habilidad política para salir de este atolladero en un plazo muy reducido. Habrá de esforzarse mucho por lograr una gestión decorosa en una administración que probó ser incapaz de resolver de manera satisfactoria los grandes problemas de la educación mexicana.