No sería exagerado decir que, en un sentido amplio del término, el ser maestro pudiera haber sido el primero de los oficios de la humanidad. Si pensamos que para sobrevivir en un medio hostil el hombre primitivo hubo de aprender a cazar, pescar y construir diversos tipos de artefactos, la enseñanza -por supuesto informal- de estas actividades requirió de alguien que enseñara y alguien que aprendiera. A medida que el proceso civilizatorio avanzaba, la actividad de enseñar fue haciéndose más especializada, adquiriendo mayor reconocimiento social. Siempre hubo, por supuesto, quienes casi no necesitaron de ella, pero eran casos excepcionales. Recuérdese que, según la Biblia, los discípulos se dirigían a Cristo como "el maestro". También los grandes filósofos griegos y romanos (Sócrates, Aristóteles, Séneca, por ejemplo), ejercieron la actividad docente de modo sobresaliente en la formación de sus discípulos. Varios siglos después, con la fundación de las primeras universidades, los docentes de estas instituciones adquirieron un rango social mucho más elevado. Con la fundación de los modernos centros universitarios en Europa y los Estados Unidos, los profesores eran, en muchos casos, científicos que transmitían a sus estudiantes las habilidades en forma muy semejante a la de los antiguos artesanos, es decir, "aprender haciendo". Hoy en día un gran número de profesores universitarios (aunque este sigue siendo una situación más frecuente en los países avanzados que en los que no lo son) gozan de gran prestigio, libertad y estabilidad para realizar sus actividades de docencia e investigación.
Naturalmente, la labor docente no ha sido siempre "miel sobre hojuelas", en incontables ocasiones maestros y profesores hubieron de vencer grandes dificultades para poder llevar a cabo su labor, teniendo que sacrificar, incluso la propia vida. Los ejemplos también son conocidos, como fue el caso de Comenio quien sufrió grandes persecuciones en su intento por "enseñar todo a todos". También fue el caso, en nuestro país de un gran número de maestros que perecieron en la Guerra Cristera de finales de los años 20 del siglo pasado, al participar en una gran campaña que pretendía llevar los beneficios de la educación a los lugares más apartados de la república. En América Latina, durante los años sesenta y setenta, en las asonadas militares que tuvieron lugar en algunas naciones conosureñas, decenas o hasta centenas de docentes universitarios fueron víctimas de la represión que les quitó la vida o los obligó a ir al exilio.
De forma tal que, en otro sentido del término, el ser maestro también ha sido una actividad de primordial relevancia para la transmisión de conocimientos de muy variado tipo dentro de la sociedad. Aunque hay que aclarar que, por un lado, un maestro de enseñanza fundamental o un profesor universitario, pueden ser una fuente de inspiración para sus alumnos, al despertar su interés o curiosidad por el conocimiento en ciertos temas o disciplinas. Pero también pueden los pueden frustrar, truncar sus vocaciones o incluso orillarlos a abandonar los estudios. Es parte de la condición humana estar entre los extremos de lo más sublime y excelso, y de la mezquindad y la crueldad. Además de conocimientos, en la relación pedagógica se transmiten también una serie de aspectos subjetivos, los que en parte constituyen el llamado "currículo oculto": actitudes, valores, prejuicios, etc. Más aún, el educador brasileño Paulo Freire postuló y demostró que el acto de enseñar y aprender podría ser un acontecimiento liberador, incluso para aquellos que ya en la adultez conocían la lectura y la escritura. Asimismo, descubrió la dialéctica existente en dicho acto: el que enseña aprende y viceversa, el que aprende también enseña.
De todo lo anterior me parece importante destacar el privilegio y responsabilidad que implica ser docente desde los niveles básicos hasta los superiores. Si, como decía Hanna Arendt, la educación consiste en la mediación entre el niño y el mundo -y, por extensión, el alumno y el conocimiento- lo anterior resulta evidente. Un docente puede estimular a sus alumnos a encontrar el gusto por un tema, contenido o disciplina y contribuir al pleno desarrollo de su potencial intelectual. Pero también lo puede frustrar, hacerle aversivo aquello que le pretende enseñar, transmitirle una visión distorsionada o dogmática de alguna parte de la realidad. De esto se deduce que la docencia ha de realizarse en un ambiente de libertad, donde se tenga por principio el respeto mutuo entre el que enseña y el que aprende. Por ello, la reflexión sobre las posibilidades, limitaciones y responsabilidades de la relación educativa debe ser una constante del que, sigue siendo, el primero de los oficios.