Los llamados Cursos Masivos Abiertos en Línea o MOOCs (Massive Open Online Courses, su nombre en inglés), están llamando muchísimo la atención entre quienes se interesan por el desarrollo de la educación mediante las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Uno de sus principales atractivos radica en la utilización de los últimos avances en la tecnología para permitir una mayor interacción pedagógica, así como un modo de transmitir contenidos de una manera bastante sofisticada y efectiva a través de la internet. Nuestra colega Marion Lloyd ha publicado varios artículos sobre este tema en distintos números de este suplemento (Campus Milenio, números 482, 504, 514 y 546), en los cuales ha señalado los orígenes de dichos cursos, así como su desarrollo y algunas de sus implicaciones económicas y educativas. Para sus más entusiastas promotores los MOOCs representan un instrumento formidable para ofrecer a bajo costo y de forma innovadora contenidos educativos a grandes audiencias; en tanto otros los miran como una fuente enorme de ganancias económicas.
El profesor Philip Altbach, reconocido como uno de los especialistas más prestigiados en la educación superior comparada y director del Centro Internacional de Educación Superior del Boston College, acaba de publicar en el número 75 (marzo de 2014) del boletín International Higher Education, un pequeño pero muy interesante ensayo sobre las implicaciones de los MOOCs en lo que se refiere a quién controla el conocimiento. Su análisis parte del hecho evidente que dichos cursos han sido, en gran medida, liderados por los Estados Unidos y que la mayor parte de ellos provienen de universidades de ese país y de otras naciones de Occidente. En ese mismo sentido, los principales proveedores se localizan en los países más avanzados tecnológicamente. La tecnología que se utiliza en dichos cursos fue desarrollada en el Silicon Valley, en Cambridge (Massachusetts) y en otros sitios especializados en la innovación tecnológica informática. Señala, además, que si bien diversas entidades y organismos de los países de menor desarrollo económico se están uniendo a los MOOCs, lo más probable es que vayan a utilizar la tecnología y las ideas pedagógicas, así como gran parte de los contenidos que se desarrollan en los países centrales. De ese modo, subraya Altbach, los cursos masivos en línea amenazan con exacerbar la influencia mundial de la academia de los países occidentales, reforzando así su hegemonía en la educación superior.
Para ejemplificar sus argumentos, señala que dos de los originales promotores de los MOOCs, Coursera—fundada por profesores de la Universidad de Stanford y radicada en el Silicon Valley de California—y EdX (creada en la Universidad de Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts), son iniciativas surgidas en los Estados Unidos. Cabe agregar que varias de las universidades de mayor prestigio de ese país y de otras naciones, se han unido a ellos. Asimismo, el primero, Coursera, ofrece 535 cursos en diversos campos de estudio, en tanto el segundo (EdX), cuenta con 91; en ambos casos, la gran mayoría tienen su origen en universidades estadounidenses. Algunos de los cursos llegan a registrar hasta 300 mil estudiantes, siendo el promedio de participación 20 mil. La mayoría de los estudiantes provienen de fuera de los Estados Unidos.
De manera que, a las preguntas de quién controla el conocimiento y por qué es importante saberlo, el profesor Altbach responde que la mayoría de los MOOCs han sido creados e impartidos por profesores estadounidenses. También las empresas y universidades con los fondos necesarios para desarrollar buenos cursos en línea son norteamericanas. Se estima que los costos promedio para desarrollar un curso de calidad aceptable varían entre 50 mil y 100 mil dólares. En segundo lugar, la mayor parte de los contenidos de los cursos en cuestión están basados en la experiencia académica y las ideas pedagógicas de la academia estadounidense. Asimismo, un número considerable de quienes imparten los cursos son de esa misma nacionalidad. En cuanto a la importancia de sus implicaciones, Altbach sostiene que ni el conocimiento si la pedagogía son neutrales. Ambos reflejan las tradiciones académicas, las orientaciones metodológicas y las filosofías de enseñanza de los sistemas académicos específicos. Dicho nacionalismo, agrega, es particularmente evidente en varios campos de las ciencias sociales y las humanidades, aunque no está ausente en las ciencias exactas y naturales. En tales circunstancias, concluye que las implicaciones para los países en desarrollo son muy serias, en cuanto a que los MOOCs que se generan en los principales centros de investigación son de fácil acceso para los usuarios, pero pueden inhibir la emergencia de las culturas y contenidos académicos locales, así como los cursos especialmente diseñados para audiencias nacionales específicas. Dado que los cursos masivos en línea cuentan con el potencial de alcanzar audiencias muy amplias, también extienden la influencia de los principales centros académicos mundiales. Sin duda, las reflexiones de Altbach nos recuerdan que la generación del conocimiento y su transmisión constituyen en nuestros días un campo de disputa.