Muchas veces los fenómenos sociales, incluidos los que ocurren a escala internacional, adquieren formas y producen efectos que eran imposibles de imaginar en sus inicios. En el mundo de hoy, tales procesos se ven afectados por hechos y situaciones inéditas y ellos mismos provocan efectos difíciles de predecir. Por ello resulta imprescindible seguir sus derroteros. Una situación como ésta ocurre actualmente en el terreno de la internacionalización de la educación superior, según lo reporta Jane Knight (Internacional Higher Education, 54, invierno, 2009).
En primer lugar está el tema de la carrera por las clasificaciones o rankings. Se ha observado que, en el reciente lustro, los rankings internacionales y regionales se han vuelto cada vez más populares y complejos. Por un lado, continúa el acalorado debate acerca de su validez, confiabilidad y valor. Sin embargo, los dirigentes de las universidades declaran que un resultado deseable de la internacionalización sería obtener un sitio más alto en la contienda global de los rankings. Para Knight, el enfocarse en alcanzar un mayor perfil y prestigio mundial, constituye una indicación lamentable de un cambio de la construcción de capacidad académica (capacity building) a la construcción de estatus (status building) como energía que guía los esfuerzos institucionales.
Otra tendencia reciente es la referida a los programas académicos conjuntos que se han establecido entre instituciones de diferentes países, a fin de obtener dobles (o múltiples) grados o grados conjuntos. Estos programas procuran ofrecer una rica experiencia académica internacional y mejorar las oportunidades de empleo. No obstante, se está cuestionando que, en algunos casos, los programas que conducen a obtener grados dobles no son más que un conjunto de créditos académicos contados dos veces. Hay situaciones en que se combinan dos y hasta tres títulos con una carga académica apenas mayor que el correspondiente a uno solo de ellos. Si bien estas experiencias pueden ser innovadoras, algunas de ellas están muy cerca de constituir un fraude académico, si los requisitos para obtener dobles grados no se completan satisfactoriamente o no se logran resultados de aprendizaje diferenciados para cada programa.
Un tema del que siempre se habla cuando se estudia la dimensión internacional en la educación superior es el de la fuga de cerebros. Las complejidades y retos de la movilidad académica y profesional, así como sus beneficios, no pueden subestimarse. En este sentido, no es posible ignorar que se ha observado recientemente una competencia por atraer estudiantes y académicos del exterior para fortalecer los sistemas locales de investigación y generar ingresos, principalmente en países como Estados Unidos y algunos de la Unión Europea. La meta original de ayudar a los estudiantes internacionales a obtener un grado académico y regresar a sus países de origen, está desapareciendo rápidamente al competir las naciones por retener a los mejores graduados. La investigación más reciente sobre el tema indica que los estudiantes internacionales y los investigadores se están interesando en adquirir un grado en el país A, un segundo grado o trabajo interino en el país B, conseguir un empleo en un país C y en un D y, finalmente, volver a su país de nacimiento después de ocho a 12 años de estudios y experiencia laboral.
En ciertos países se está conformando una estrategia conjunta en la que participan autoridades migratorias, industriales y los sectores científico y tecnológico. En estos casos convergen sociedades en proceso de envejecimiento, bajas tasas de natalidad, la llamada economía del conocimiento y la movilidad laboral de profesionales, todo lo cual introduce nuevas situaciones para la educación superior y el reclutamiento de estudiantes de doctorado y graduados nacidos fuera de esos países.
Otro asunto es el relacionado con la calidad de los diplomas y la acreditación de programas académicos. Si bien las iniciativas de educación transfronteriza pretenden aumentar el acceso a la educación superior y satisfacer el creciente apetito de diplomas en el extranjero, existen serios cuestionamientos a la calidad de la oferta académica. Se ha observado un incremento en el número de las llamadas fábricas de títulos y acreditaciones, y de proveedores con fines de lucro de escasa confiabilidad. Aunque se reconoce la existencia de proveedores que ofrecen programas de alta calidad y grados legítimos, mediante nuevos arreglos y asociaciones (franquicias, programas conjuntos, modalidades virtuales y campus satélites). Sin embargo, el asunto de balancear costo, calidad y acceso desafía los beneficios, riesgos y calidad de la educación transfronteriza.
Otros tres asuntos más, se relacionan con, primero, la comercialización y venta de programas educativos, en el marco de las actuales discusiones del Acuerdo General de Comercio de Servicios (AGCS) de la OMC. En segundo lugar está el de la equidad en el acceso a los programas internacionales, debido a su alto costo y el requerimiento de dominar una lengua extranjera. El tercero se relaciona con el dilema de mantener la diversidad cultural frente a los riesgos de la homogeneización. Frente a los intentos por lograr una hibridación cultural, también persisten las tendencias a erosionar las identidades culturales, y en lugar de crear nuevas culturas híbridas, se corre el riesgo de convertirlas en culturas homogeneizadas. Dado que la educación puede ser un vehículo de aculturación, se cuestiona el uso del idioma inglés como lengua de instrucción, la irrelevancia de los contenidos curriculares, la estandarización de la educación y la falta de claridad de los procesos de acreditación.
Ante este panorama tan cambiante en el ámbito internacional de la educación superior, debemos seguir con atención las oportunidades, éxitos y amenazas que ofrecen los actuales procesos de innovación educativa en el mundo.