Hace justo una semana, las palabras del rector de la UNAM volvieron a ocupar un lugar destacado en los medios impresos y electrónicos. El encabezado “Necesario, refundar la República” (La Jornada, 3/11/2009) sintetiza el centro del discurso pronunciado durante la inauguración del foro Pacto Nacional para la Reforma Económica. En dicho discurso, el doctor Narro convocó a todos los sectores de la sociedad a realizar una reforma integral que conduzca a la refundación de la República. Este episodio se suma a otros en los que, a nombre de la Universidad Nacional, el rector ha señalado las fallas e insuficiencias del actual modelo de país y la necesidad de transformarlo de raíz.
La voz de quien encabeza la UNAM se une a la de otros actores que han manifestado la urgencia de cambiar el actual estado de cosas. No sólo los representantes de los sectores sociales y políticos han insistido en el cambio, sino hasta los empresarios, que tradicionalmente apoyaban casi sin cortapisas las políticas gubernamentales (La Jornada, 8 y 9/11/2009). Para nadie es desconocido que la actual situación del país ha sido la peor que se tenga memoria en décadas recientes. A la terrible situación de inseguridad que se ha venido agudizando desde fines del siglo pasado, se suma la crisis económica más grave sufrida por el país en décadas. Ésta ha sido provocada, entre otros factores, por la caída en los precios del petróleo y la reducción en su producción, así como a la debacle de los mercados financieros internacionales (particularmente el de los Estados Unidos). Vemos entonces que, además de los altos niveles de violencia e inseguridad, ha crecido de manera alarmante el desempleo. Más aun, el propio gobierno ha reconocido que el número de pobres ha crecido en seis millones durante lo que va de la presente administración (Milenio, 3/10/2009).
Pocos dudan en señalar que una situación tan adversa podría constituir el caldo de cultivo para un estallido social de consecuencias incalculables. Ello constituiría un escenario totalmente indeseable y ocurre en vísperas de las celebraciones por el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. Lo que debiera ser motivo de alegría popular, amenaza con volverse un triste reconocimiento que, después de dos siglos de vida independiente y un siglo de vencer a la tiranía porfirista, el país sigue siendo tan dolorosamente desigual e injusto como entonces.
Pero volviendo a la convocatoria lanzada por el rector Narro, ésta sigue siendo muy pertinente, lo cual no quita que será extremadamente complicado llevarla a buen puerto. Hasta ahora, ha sido clara la falta de capacidad política de los actores sociales para construir un proyecto de nación que pueda establecer los lineamientos para un nuevo modelo económico que termine con la injusticia y la pobreza de millones de mexicanos. Un nuevo modelo que también propicie niveles de crecimiento sostenido del producto interno bruto y que se refleje en el bienestar de la población. Continuamente vemos cómo los miembros de la clase política fracasan una y otra vez en alcanzar acuerdos que conduzcan a establecer las líneas de acción y los programas de una estrategia exitosa para reorientar el rumbo económico del país.
Las esperanzas que muchos mexicanos tuvieron en la alternancia como factor para realizar el “golpe de timón” que nos permitiera no sólo reducir sino acabar con las enormes injusticias, se estrellaron ante la ineficiencia de un régimen que dejó pasar la oportunidad de aprovechar las ganancias extraordinarias que significó tener los precios del petróleo en un nivel sin precedente. A cambio de eso, bajó la producción y no se tuvieron suficientes recursos para realizar nuevas exploraciones. Asimismo, los resultados poco claros de la última elección presidencial provocaron un encono enorme entre los principales actores políticos y una considerable división en la sociedad mexicana. Esto explica en parte, el creciente descrédito y desconfianza de la población hacia la clase política.
De modo que, por ardua que parezca la tarea de llamar a la refundación de la República, no deja de ser legítima y es congruente con el espíritu atento y propositivo que debe tener una institución de alcance nacional. Además de su legitimidad, la UNAM cuenta con conocimientos derivados de su actividad académica, los cuales pueden resultar de enorme utilidad para plantear y documentar las propuestas que habrán de derivarse del trabajo conjunto de los actores involucrados. Es indudable que la participación deberá ser lo más amplia y plural posible, pero será necesario que los actores muestren una voluntad indeclinable de ceder sus intereses particulares, al interés general. De resultar exitosa esta tarea, se habrá demostrado que, ante los grandes retos y los enormes problemas nacionales, la unidad es capaz de vencer al egoísmo. De no ser así, se habrá dejado pasar la oportunidad de resolver nuestros asuntos de manera conjunta. Lo que ocurra en los próximos meses dará la respuesta a esta cuestión.