A pesar de que se le suele asociar con ella, el decreto de creación del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) fechado el 25 de julio de 1984 no hace referencia, en ninguno de sus cinco considerandos, a la educación superior. En su lugar, se habla de ciencia y tecnología; de la investigación científica, tecnológica y humanística; del saber científico, tecnológico y humanístico; de la política de desarrollo científico y tecnológico, y de la contribución potencial que todo ello puede tener para ayudar a resolver los problemas de desarrollo del país. En el último de los considerandos se afirma, finalmente, “que para alentar la investigación es necesario establecer un sistema que tienda a estimular a los investigadores de calidad notable así como a los investigadores que se inician en la carrera de investigación (Decreto del Creación del SNI, Diario Oficial de la Federación, julio 26, 1984).
No obstante la ausencia de una referencia a la educación superior en los considerandos de su decreto de creación, el Artículo 1º del mismo establece que el sistema creado fortalecerá “la investigación en cualquiera de sus ramas y especialidades, a través, del apoyo a los investigadores de las instituciones de educación superior y de investigación del sector público.” Así, la educación superior entra en el decreto de creación del SNI no porque sea un objeto de preocupación central del mismo, sino por ser el espacio institucional en el que laboran los investigadores, y se deja bastante claro que el programa está dirigido a apoyar a éstos para, de este modo, fortalecer “la investigación en cualquiera de sus ramas y especialidades;” no hay mención al posible fortalecimiento de las instituciones de educación superior. Más adelante se especifica que el apoyo consiste, por un lado, en el nombramiento como “Investigador Nacional” o como “Candidato a Investigador Nacional” y, por otro, en una beca que deja intacta la relación laboral entre los investigadores y las instituciones en las que trabajan.
El nacimiento del SNI no fue, por otro lado, ni tan terso ni tan derivado exclusivamente, como la lectura del decreto de su creación lo podría sugerir, de las consideraciones planteadas. Los considerandos no hacen referencia alguna al respecto, pero la situación salarial de los académicos de las instituciones de educación superior había sufrido un descalabro mayor durante los años anteriores; no había los recursos ni la voluntad política para intentar resolver el problema de los salarios en el sector universitario de una manera general; existía la posibilidad de que un conjunto importante de investigadores de las instituciones públicas de educación superior emigraran hacia el sector privado o al extranjero y, sobre todo, el gobierno había decidido abandonar el modelo de financiamiento benevolente de la educación superior vigente hasta esos momentos.
Bajo las consideraciones anteriores se ha afirmado que el propósito central latente del SNI fue entonces mejorar, mediante el otorgamiento de becas adicionales al salario (transferencias monetarias condicionadas), el ingreso económico de los académicos dedicados principalmente a la investigación. De acuerdo a algunos de los participantes en su creación, se esperaba que el SNI fuera una medida temporal, pero el plan de emergencia se mantuvo y en no mucho tiempo pasó a formar parte de la normalidad del entorno laboral de los académicos mexicanos, ya fuera que estuvieran en él o no. Así, si bien el SNI nació en el contexto de una política de desarrollo científico y tecnológico, hoy en día resulta imposible pensar acerca del académico mexicano, cuyo lugar de trabajo se ubica en las instituciones de educación superior, sin traerlo a colación.
Prestigio y productividad
Mientras que el impacto económico del SNI para los académicos involucrados fue inmediato, el efecto en su prestigio tardó más en verse afectado a la alza, pero lo hizo. Al final de cuentas el SNI puso en la cúspide de la profesión académica, gracias en gran parte a una distribución diferenciada de prestigio y recursos financieros, a aquellos que se dedicaban a la generación de conocimiento en el contexto, sobre todo, de las ciencias naturales y exactas. Así, la visión y discurso de este grupo ha permeado la perspectiva con la que una buena cantidad de académicos, inclusive aquellos que no hacen investigación ni participan de las ciencias naturales y exactas, ve su trabajo dentro de la educación superior: publicaciones indizadas, citas, patentes y direcciones de tesis doctorales son ahora moneda de uso corriente en el intercambio de trabajo académico por dinero y prestigio.
Si bien el programa se ha mantenido por más de 30 años y su membresía ha crecido de 1,396 hasta 25,072 personas en 2016, lo cierto es que desde sus inicios el SNI ha sido objeto de debates y, aunque éstos han posibilitado la realización de diversos ajustes, la lógica del sistema sigue centrada en el académico individual y se mantiene en sus puntos esenciales. La “calidad y prestigio” de la productividad del académico, evaluada por pares desde instancias nacionales, es el factor central para ingresar al SNI y, posteriormente, es de nueva cuenta dicha productividad la que le permite avanzar hacia las categorías superiores del sistema.
Es interesante observar que en el planteamiento anterior las instituciones de educación superior prácticamente no existen, son invisibles. Los colegas inmediatos de la institución donde trabaja, así mismo, también tienden a desaparecer, ya que son los pares ubicados en instancias nacionales los que deben juzgar el mérito del trabajo realizado. No obstante lo anterior, con el paso del tiempo el SNI se ha convertido en un programa clave no solamente del sistema de ciencia y tecnología, sino también del sistema mexicano de educación superior. Esta realidad nos obliga a pensar y re-pensar este programa, sobre todo cuando en el horizonte aparecen eventos que pueden anunciar tiempos de cambio.
Aunque ya hemos padecido esta situación en el pasado, hoy en día vivimos en un contexto de incertidumbre financiera y política que está afectando a todo el país en su conjunto, incluyendo a la educación superior y al sector de ciencia y tecnología. Para este año de 2017 el CONACYT, la instancia federal que coordina el SNI, anunció un recorte presupuestal del 23 por ciento. ¿Será realmente posible mantener las cosas en el estado en el que estaban hasta hace poco? Ya hemos visto algunas muestras de lo que puede pasar en el Programa Nacional de Posgrados de Calidad. ¿Qué pasaría si por alguna razón el SNI recibiera menos recursos? ¿Es indispensable el SNI para la investigación científica y tecnológica, así como para las instituciones de educación superior mexicanas?