Imagino bajo el suelo de la ciudad un sistema que transmite energía. Un día de marzo acumula tanta que hace florear las jacarandas. Surge una, tempranera, y con en el paso de los días se multiplican por todo lados. Prodigio. Asombro ante la vida que porfía en quebrar el gris y regalarnos su color: símbolo de esperanza a los ojos de este escribidor quien, cada año, describe la hermandad entre la nostalgia de un futuro mejor para los jóvenes que se anotan a los exámenes de ingreso a la prepa, o a las universidades, con la jacarandosa obcecación por estar ahí, de nuevo.
A pesar de todo, la expectativa en los frutos de la educación es enorme y las filas para ser aspirante a un lugar en las escuelas públicas no son cortas. Cursan, casi todos, tercero de secundaria y quieren seguir, o bien son de los pocos que terminan la educación media y se afanan por llegar a la universidad. La mayoría, si lo logra, superará la escolaridad de sus padres, y concibe a la continuidad en el sistema como escalera a un futuro mejor, o al menos no tan áspero. Se encienden las jacarandas cuando se reitera la expectativa de la educación como un bien que vale la pena. Muchos ya no están —se fueron o “los fueron” de la escuela—. Los que aguantan — pues tuvieron soporte social para transitar los ciclos previos, cruzar los puentes o saltar barrancos y, además, cuentan con medios para seguir— anotan preferencias, optan por ciertas y no otras modalidades, platican en la mesa del comedor con la familia o en la esquina con los cuates para tratar de decidir lo que conviene. Son hermosas las jacarandas y conmueve la esperanza en los estudios de tantos miles. Millones en el país.
Ahora la filiación de los dos procesos, sin dejar de alentar, zurce a la esperanza con el miedo. En los días que vivimos, no es sencillo separar que estalle el color cuando se congrega el anhelo por seguir estudiando, con el temor, más bien la certidumbre, del ventarrón que tirará las flores pronto y cancelará los porvenires que se esperan. Y es que regresaron las jacarandas, las filas para hacer los exámenes, pero también los viejos modos, renovados, de partirle la cara a lo conseguido y por hacer.
Retornó —¿nunca se fue?— el autoritarismo, la corrupción en niveles nauseabundos, la soberbia que se desnuda cuando vemos el coraje con el que desde Los Pinos se mira a los que no confían en que han llegado para mover a México. A esa mezcla de jóvenes a los que les falta calle y campo a pesar de sus estudios impecables, con los viejos a los que sobra desvergüenza, todo el que resiste o critica es despreciable. Estorba. ¿Qué no ves los frutos del pacto, las reformas en marcha, la traza del camino a la prosperidad? No señor. ¿Por qué no valoras los millones de tabletas entregadas, miles de evaluaciones maravillosas, el triunfo del mérito y la profesionalización que estamos generando en el magisterio? Porque no hay ideas de renovación educativa, sino sistemas de control y una enorme equívoco: la información, sin proyecto, no forma. Como va, la reforma deforma y tumba expectativas de cambio. ¿No viste el video que se proyectó al presentar el avance en la Reforma Educativa? Sí lo miré señor licenciado. ¿Y? Pues es pura fantasía: informar no es propagar cuentas de vidrio. No tienes remedio. Bien lo dijo el Presidente: “No faltarán los que quieran ser destructivos y a todo, ver quizá, un crisol o bajo una óptica negativa. Lo importante es la conjunción de esfuerzos de aquéllos que quieran construir un clima de armonía”.
No faltó: la armonía no se nutre de mentiras históricas, casas mal habidas o negocios con estructuras sindicales corruptas a cambio del fracaso educativo. Y mucho menos callando voces o creyendo que 43 no será el símbolo que augura el recuerdo futuro de sus tiempos. Seis meses…