Durante el año que nos separa de la promulgación de la llamada reforma educativa, se han expresado en torno al tema muchas personas y organizaciones: el gobierno, sin pausa; todos los integrantes del Pacto por México; el SNTE anda un tanto parco, quizá preparando acuerdos bajo cuerdas. Con rispidez y por distintos medios, incluso más allá de las palabras, la CNTE; ha sido tema de comentaristas con espacio en todos los medios, desde los informados hasta los que pasan del asunto educativo al déficit fiscal de Uganda al día siguiente: unos, mesurados, esperando ver lo que ocurre antes de echar campanas al vuelo, por si hay que trocar al vuelo por el tañer del duelo; otros lanzando cohetes por el triunfo y luego recogiendo varas al percibir que lo que cambia es, si acaso, muy poco; organizaciones de la sociedad civil variopintas: desde las fantasmagóricas Uniones de Padres de Familia, pasando por OSC beligerantes o atentas; maniqueas o reflexivas. Unas, ufanas progenitoras de la reforma al inicio, hoy son rejegas a reconocer a la criatura cuando se pasó de los anuncios a los duros hechos. Investigadores y maestros universitarios. Profesores y maestras en los actuales Foros para esbozar un Nuevo Modelo Educativo. En muchas casas, cafés y cantinas no ha sido poco lo dicho, comentado, imaginado, supuesto y previsto. El debate sobre Enlace ha sido intenso. Hay ojos ciudadanos y semáforos para advertir el cumplimiento de los plazos establecidos en las leyes. Seminarios, mesas redondas, entrevistas y debates. Encuestas. Hartos anuncios del gobierno: ya llegó la calidad educativa, por si usted no lo sabía.
Pocas veces se ha visto a tantos mexicanos involucrados en el asunto: sus problemas, retos, dilemas, posibilidades, precipicios o escaleras. Ha sido de tal manera el alboroto, tanto y tanto ruido, que nadie ha reparado en el rincón del silencio donde se ha colocado a los sujetos cruciales del proceso educativo: los alumnos.
Impresionante carencia, signo de miopía de los que nos preciamos de saber de estos temas. Por escuchar nuestro eco, no hemos advertido el hueco de los olvidados. No echamos de menos a esos que a diario van a una escuela o remedo de tal. Niños y niñas, ya muchos jóvenes, que son, se supone, los que importan: es su aprendizaje la preocupación expresa de todos los parlantes. Ni intención, menos creatividad para oírles, escuchar sus pareceres, atender sus relatos, el modo de ver lo que viven cada día en una mundo en que los adultos hablan, mandan, califican, proponen y examinan; descalifican, desordenan, y aplastan exigiendo respuestas y prohibiendo preguntas. ¿Hablan cuando llenan bolitas en los exámenes de reiteración múltiple? No es su voz: es la del otro ladrillo en la pared.
¿Cómo es posible que no haya, como iniciativa y condición de posibilidad central, formas de atender esa mirada? Son millones de personas de 4 a 18 años: conforman el fin y sentido de toda reforma educativa, desde prescolar hasta la educación media.
Se nos llena la boca al hablar en su nombre, suplantar su experiencia con nuestros prejuicios. Ojos y oídos cerrados. ¿Qué pueden decir si son menores? Pregunté a unos pocos: pasamos frío; no hay pupitres para zurdos; quiero un campo de fut; que los niños no nos den balonazos en el patio; no me gusta si me regañan por no saber. Los baños huelen muy feo. La mitad de la tarea la hago yo, la otra mi mamá porque es mucha. Los libros están padres; ya le entiendo a la maestra, es a todo dar porque espera a los que vamos más despacio; el director grita. Siempre voy contenta; me duermo cuando el profe dicta; queda muy lejos la escuela; no quiero que el maestro me tome fotos en la bodega… ¿Por qué no hay cine? La prepa es aburrida. ¿Para qué me aprendo de memoria tanto que luego olvido? ¿De qué me sirve lo de las tangentes? Me dicen que hay que opinar y luego me callan. No quiero que me peguen, ni me quiten mi torta. Me la paso muy padre con mis amigos. De la escuela, ¿le digo la verdad?, lo que más me gusta es el recreo y las vacaciones.
Expresiones así son ventanas al mundo que viven. Pistas vitales. Importan mucho. ¿Descuido o menosprecio? Olvidarlos no es casual ni menor. Nos retrata. Enteritos.