¿Qué hacer si se tienen elementos de duda, fundados, sobre la calidad de un laboratorio clínico, de tal manera que sus resultados no son confiables?, ¿Es adecuado medir, una y otra vez, la temperatura de un hijo que se siente mal, con un termómetro que arroja datos con cambios inverosímiles de una toma a otra? Lo más inteligente, creo, es evitar ese laboratorio, así como desechar el termómetro de marras. Argumentar que es imprescindible seguir usándolos pues “no tenemos de otra”, insistir en que aunque malos han de emplearse, ni modo, en lo que se generan alternativas, no es, de nuevo a mi parecer, conveniente.
Al usar o ser instrumentos de mala calidad, que han probado a lo largo del tiempo fallar y, por ende, distorsionar la mirada sobre lo que ocurre, indicando que la niña tiene temperatura muy elevada cuando es falso, o reportar una cantidad de azúcar en la sangre superior a los límites normales que no se debe a la que tiene el paciente, sino a la añadida por descuido del empleado al endulzar su café, implica que lo que tales indicadores llevan a pensar a los médicos o a los padres es erróneo. Si no estuviera en juego algo tan importante como la salud, y en ocasiones la vida de una persona, los errores de medición no serían tan relevantes: una falla al calcular los metros cuadrados de un terreno tiene impacto en el pago del predial, es cierto, pero lo que se atiende es incomparable con lo derivado de marcadores sobre la enfermedad de alguien.
Por otro lado, las acciones que se siguen de los resultados del análisis o de la cantidad de fiebre atribuida son cruciales. Es muy alto el riesgo de no atender a una criatura con una infección grave, dado que el termómetro marcó 36 y medio: sanísima. Igual, es pernicioso tratar como diabético a un señor que no padece este mal, y peor no atender al que sí tiene problemas con la producción de insulina, pero cuenta con documentos – los resultados de laboratorio – que dicen que está perfecto. No se salva nadie del ingreso a terapia intensiva, cuando lo requiere, al mostrar resultados de análisis estupendos. En síntesis, está mal que se mida incorrectamente, y peor que a partir de ello se tomen decisiones cruciales. No tendrán el debido sustento y causarán daño, no cura.
La prueba ENLACE, diseñada y aplicada por la SEP a millones de alumnos cada año, además de haber mostrado fallas en cuanto a su construcción, padece una indudable orientación para dar cuenta del acopio memorístico de los sujetos a los que se impone. Por ende, no informa con precisión razonable lo que pretende: una aproximación confiable y válida a lo que los estudiantes saben, saben hacer y comprenden. Pero además, como en el caso de las pruebas médicas, el empleo de sus resultados ha tenido – ha sido empleado – para tomar decisiones de alto impacto: con base en los resultados en ese examen por parte de los alumnos de un docente cada año, se derivaba buena parte de los sobresueldos que obtenía. De sus mediciones se seguían juicios sobre maestras y profesores, escuelas, entidades y el país. Y por juicios ha de entenderse ordenamientos de “los, las mejores”, y sobre todo “las malas”. Dedos flamígeros sin asideros. Al estar ausente la confianza en la pertinencia de los resultados, tales valoraciones corrían el riesgo de ser equivocadas. Su peso en los ingresos del magisterio, en la escala de los prestigios atribuidos a trabajadores de la educación, colegios y en las consideraciones, implacables, de quienes con base en sus guarismos emitían conclusiones infalibles al surgir de “datos duros” añadía, entonces, a la pésima medición, otra consecuencia: su uso con efectos trascendentes.
De un año a otro, Chiapas tuvo una mejoría en matemáticas más dudosa que un billete de tres pesos. La distorsión en los procesos pedagógicos cotidianos fue notable, y no escasearon trampas: “Hoy vamos a ensayar Enlace”. “Como mañana es la prueba, los de hasta atrás se me enferman, por favor”. No contar con evaluación censal este año, a mi juicio, es, en todo caso, un mal menor en comparación con aplicar a toda costa Enlace porque no hay otro instrumento. Cuidado con los termómetros en tiempos de influenza, y no mida su presión en una gasolinera.