Cuando la continuidad de los modos de hacer las cosas elude el tamiz de la crítica, se torna inercia cómoda: camino seguro a la indolencia. Atareados, con razón, en los temas de la educación básica en los últimos meses, no hemos atendido a lo que ocurre en el nivel posterior al bachillerato. Desde hace más de 20 años, en este espacio del sistema educativo mexicano se han consolidado (al menos) dos tendencias que ya hacen agua, amenazan su viabilidad en serio, y sin embargo las autoridades, y los habitantes de ese mundo, dan por buenas o, al menos, irremediables. No lo son.
Una es la conducción de las carreras académicas y los proyectos de las IES mediante la entrega de monedas adicionales, no si se realiza un trabajo extraordinario, sino a quienes puedan mostrar, o hacer de cuenta, que hacen lo que tienen que hacer. Si el trabajo que deriva de cumplir cabalmente lo establecido en el contrato permite ganar el doble a quien acepta ser evaluado, lo que sería normal hacer se convierte en optativo. En el caso de las instituciones, la asignación del presupuesto es para pagar lo indispensable, pero si se quieren obtener más recursos para desarrollar otras cosas, es preciso concursar (llenar formatos) para obtener billetes de un conjunto de fondos especiales.
Ni el sueldo de una profesora o de un maestro de tiempo completo es suficiente para tener una vida decorosa; ya no se diga el de los colegas que no tienen esa condición contractual, sino que son de “tiempo repleto”, merced a la cantidad de horas clase que acumulan cada semana. Hay que someter, entonces, a escrutinio de comisiones dictaminadoras todas las constancias habidas y por haber de lo hecho en realidad, o en referencia a lo fingido, incluso inventado, para merecer las becas, estímulos o primas al desempeño. Va en ello no sólo más dinero, sino otro valor muy apreciado en la academia: prestigio. Y si se puede, pues ganar otro tanto al pertenecer al Sistema Nacional de Investigadores, SNI. Mal anda el proceso de la carrera académica en México cuando su élite —los que más ganan— son, paradójicamente, trabajadores a destajo: dos tercios de sus ingresos provienen de fondos inestables. El salario ha sido rebasado por los pagos especiales y la vanagloria que suelen traer uncidas a su tenencia: no estoy en equis nivel del SNI; no, qué va: las cosas han cambiado y ahora se dice “soy SNI tres”. Estar en una escala de sobresueldo para que se alcance a pagar la hipoteca, y ser de ese estamento como signo de distinción y pseudo candidatura al Nobel, es diferente. En el caso de las IES, conseguir más fondos las convierte en excelentes, y se les premia en ceremonias en que se entregan diplomas de metro y medio cuadrado.
Las monedas extras conducen, sin falta, a modificar hábitos de consumo, pero no generan ni fortalecen, al contrario, erosionan, tradiciones académicas colegiadas (toda evaluación es individual: cada quien para su santo). En el caso de las universidades, las hay de tanta calidad en el papel, que no es comprensible su contraste con la realidad cotidiana, quebrada.
La otra tendencia es porfiar por la tasa de cobertura más grande en el menor tiempo posible y como sea. El asunto es llegar al 40% o más del grupo de edad. Ahora, en el informe de gobierno, se habla del conjunto entre 18 a 22 años; antes, del de 19 a 23… ¿Por qué? Misterio, pero ha de rendir en el guarismo que se presume. Y el colmo: la SEP anuncia que se crearán en el sexenio 69 nuevas universidades, cuatro federales, las demás tecnológicas, y se ampliarán 30 campus. Se dice dónde estarán, pero, qué curioso: pide a Hacienda un monto de 500 millones para realizar, en 2014, los estudios de factibilidad, que incluyen analizar ¡si hay demanda en esos lugares! Peor, más contradictorio, imposible. Lo dicho: nadar de muertito es el riesgo. Urge dejar a un lado la pobreza de las monedas y la obsesión por los indicadores sin sustancia.
Coda. Escribo sobre educación superior pues importa, y mucho, pero comparto con el lector que esta tarde de viernes lo que está sucediendo en la capital es crítico. No hay modo de tener información para aportar algo sobre lo que está pasando. Ocurre, como la vida, en gerundio. Cala.