Se afirma que en la letra chiquita habita el diablo. Sea en los contratos como en materia legislativa. La reforma a la educación, en su escala constitucional, enuncia que será de calidad para incrementar el aprendizaje de todos los niños, y con evaluación bien hecha, justa, tanto del sistema como de los maestros. Inobjetable. Muchos han advertido, con razón, que hay que hacer con esmero las leyes secundarias (la general, la del instituto y del Sistema Nacional para la Evaluación, y la del servicio profesional docente) de tal manera que estén en consonancia con lo que dice procurar la reforma. De otra manera se colará ese maligno hábito: modificar los deseos, variar palabras, sin trocar la sustancia. Frente a tal riesgo se ha reiterado que en ese nivel se esconde Satanás. No es baladí la precaución: el sentido y la intención de lo que cambió en la letra no está asegurado si van, por otro cauce, las normas reglamentarias.
Hay, no obstante, otro sitio en que por perfecta que sea la ley que regula una disposición constitucional, vuelve a colarse la posibilidad del fracaso. A partir de las normas, se formulan lineamientos que establecen la forma de proceder para conseguir lo que se pretende. No habrá una variación significativa y favorable en la educación mexicana sin comprender que, a fin de cuentas, son los procedimientos —las formas, formatos y formalidades; los diversos actores participantes y el modo de incluirlos, así como los sistemas para evaluar y revisar las valoraciones a los profesores y sus consecuencias, por ejemplo— donde vuelven a abrirse grietas por donde se cuelan los truhanes demiurgos que tuercen intenciones o que, paradójicamente, revelan que lo enunciado al máximo nivel carecía de asidero real y compromiso.
La importancia fundamental de los procedimientos, más allá de los propósitos expresos de los planes, es uno de los aportes que en el análisis de las organizaciones apasionó a Eduardo Ibarra y compartió con los que, ingenuos, batallábamos por los enunciados “correctos” sin cuidar, en realidad menospreciando por ignorancia, que en la forma de proceder anidan o se anudan posibilidades y obstáculos. Una vez echados a andar, sus efectos pueden ser alentadores o causa de desastres: quien no atiende a la forma de proceder, procede de mala forma en lo que atiende.
Cuando a finales de los años 80 del siglo pasado los salarios en la universidad se desplomaron más de 60% con respecto a su valor en el inicio del decenio, surgió en las instituciones una cuestión: se pagaba poco, pero lo mismo a quien trabajaba con ahínco que al displicente. Las autoridades, incapaces de actuar como tales, no generaron procesos para evitar que cobrase quien no devengara su salario. Resultaba conflictivo. ¿Cómo hacer para impedir que se ganara lo mismo con empeños dispares? Ya con la experiencia de entregar recursos adicionales, no salario, a los in- tegrantes del Sistema Nacional de Investigadores, SNI, desde mediados de la década, la decisión en las universidades públicas fue (tratar de) impedir pago igual a trabajo desigual: ese era el propósito enunciado. ¿El procedimiento? Evaluar la calidad del trabajo y a los buenos otorgarles recursos, no salariales, para paliar el descalabro. Al no pensar a fondo las consecuencias de tal proceder —e Ibarra lo advirtió, junto con otros, a tiempo— el sistema entró en una espiral que 30 años después ha generado efectos perversos: en buena medida, no se valora el trabajo, se cuenta; importa escribir para las comisiones que dan acceso a las monedas dispensadas, no para los lectores; interesa tener constancias, sin que conste que pasó algo interesante; ser doctor es, en muchos casos, asunto de cursos de fin de semana… Y al final, percibe lo mismo el que hace su labor que el que la simula: llegamos a lo mismo. La serpiente se mordió la cola, y quizás el resultado es, agregado, peor. La mediocridad, cuando es abundante, toma el mando y expulsa al esfuerzo.
Los procedimientos en la evaluación del magisterio serán cruciales. Se juega, ahí, el núcleo de la reforma. Su diseño no es fácil, sólo indispensable pues a labor compleja, valoración similar: aguas con el chamuco, no anda lejos y se cuela.