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Manuel Gil Antón

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Educación y democracia

Gil-Antón, Manuel. (junio 23, 2012). Educación y democracia. El Universal. Recuperado de: elprofegil.wordpress. https://elprofegil.wordpress.com/articulosperiodicos/ 2012-06-23

De mañana en siete se abrirán, temprano, las casillas. Además de otros puestos, se elegirá quién tendrá a su cargo el Poder Ejecutivo federal y cómo se integra el Congreso. Ese día advertiremos, así sea de manera indirecta, una de las funciones vitales del sistema educativo mexicano.

A la escuela se le valora en relación con varios aspectos: su impacto en el aprendizaje; el efecto que tiene la acumulación de saberes —o al menos grados aprobados— en la obtención de empleos y la movilidad social que de ello se deriva. Sin agotar el listado, se ocupa de la interiorización de valores compartidos que nos hacen sabernos nosotros, los mexicanos, distintos, pero a su vez semejantes en la condición de personas (fines siempre, nunca medios) con los demás transeúntes en la Tierra. Hay otro propósito central, de acuerdo con el artículo III de la Constitución: formar a los estudiantes como ciudadanos, conscientes de los procedimientos de la democracia como forma de conducción en la vida social.

Los que saben de evaluación, y no la reducen o confunden con hacer a mansalva millones de exámenes, nos han enseñado que “si no podemos medir lo que es valioso, acabaremos valorando, nada más, lo que es medible, cuantificable”: puntajes en PISA, ENLACE, tasas de cobertura, cantidad de doctores… Hay, sin embargo, procesos educativos que escapan a una asignación numérica y son cruciales para comprender el sentido no instrumental de las relaciones escolares; son los que conducen a fortalecer las condiciones de una nación cada vez menos organizada en corporaciones y más unida por la confluencia de individuos iguales y responsables ante la ley, exigentes de derechos, cumplidores de sus obligaciones y constructores de instituciones que garanticen el ejercicio de estas facultades para arribar a lo más determinante para el país: ciudadanos con todo lo que implica la palabra. Sobre todo críticos y a su vez conscientes del valor de las instituciones que con trabajo y no poca resistencia hemos podido construir.

A quienes, como el que esto escribe, le parecen grandes avances la existencia del IFE y el IFAI, por ejemplo, en comparación con la ausencia antaño de los ciudadanos en la organización de las elecciones, o sin recursos para tener claridad en la acción de los políticos y empujar para que rindan cuentas, despreciarlas es negar el avance conseguido, insuficiente, sin duda, pero del mismo modo patrimonio a defender. Sabremos tendencias confiables de los resultados la misma noche de los comicios, y en pocos días resultados firmes… Antes, como broma macabra, se decía que nuestro sistema era mejor que cualquiera en el mundo: se conocía al ganador de las elecciones seis meses antes de ir a votar.

Millones de jóvenes que accedieron al sistema educativo pueden votar. Ojalá lo hagan. Su participación en las urnas dará noticia de la formación cívica que se genera en las escuelas, más por la práctica del acceso al saber y la convivencia con otros, que por la lectura de textos anodinos. Reconocer, como han expresado todos los candidatos, el respeto al IFE como garante de la validez del proceso será otro rasgo a observar. Que miles sean observadores electorales, representantes de partidos o funcionarios de casillas, y lo hagan con esmero, dará cuenta de un aporte de la escuela a la vida de este país.

Criticar el papel de muchos medios de comunicación ha sido atinado; impulsar la agenda del futuro —de su futuro— como prioridad en el diseño del país que viene ha sido invaluable; tomar partido, y expresarlo, ha sido agua en el desierto. Ahora, creo, es necesario que también contribuyan a resguardar las instituciones, el IFE sobre todo, no porque sea perfecto, sino porque aun para mejorarlo, es preciso que permanezca como entidad de referencia común. Su participación —y la de otros jóvenes sin acceso a la educación superior— muestra que contamos con una ciudadanía mucho más consolidada que ha puesto en evidencia la pequeñez de miras de la clase política. Lo que resulte, frente a este crecimiento civil en parte generado en la escuela, no podrá avasallarnos. No arriesguemos esa fuerza. Mucho del mañana posible radica en preservarla y hacerla mayor. Estamos.




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