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Manuel Gil Antón

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La desigualdad en la educación superior

Gil-Antón, Manuel. (noviembre 05, 2011). La desigualdad en la educación superior. El Universal. Recuperado de: elprofegil.wordpress. https://elprofegil.wordpress.com/articulosperiodicos/ 2011-11-05

Ni siquiera tres de cada 10 jóvenes mexicanos, entre los 19 y 23 años, asisten a una institución de educación superior. Más allá de las diferencias en la medición del acceso a este nivel, ¿logran arribar a oportunidades con calidad semejante de estudios y espacios formativos? No: se les ofrece ingresar a un sistema institucional profundamente desigual, a imagen y semejanza de la creciente segmentación social en el país.

Importa ampliar la cobertura en los próximos años: que llegue al menos al 50%. Hay dinero. Sin embargo, los muchachos incluidos hoy, y los que estarán mañana ahí, no viven en sitios donde la experiencia universitaria sea equivalente y, en muchos casos, ni parecida. Contar con estudios superiores impulsa a un mejor porvenir laboral, menor al del pasado, sobre todo por la ausencia de empleos que requieran conocimientos avanzados. La educación superior como instrumento de movilidad es importante. No hay duda. Pero la calidad de la estancia en los ambientes institucionales (zona en que la formación rebasa al currículum y cristaliza en opciones cotidianas de enriquecimiento) resulta crucial y no solemos atenderla. Un sistema diferenciado por tipos de instituciones en el país es necesario. Que sea radicalmente desigual, inaceptable.

Una muchacha que estudia en la UNAM, por ejemplo, en CU, tiene instalaciones adecuadas, profesores preparados, bibliotecas con acervos suficientes, un paisaje extraordinario, áreas amplias donde conversar con sus pares, espacios para deporte, idiomas y oferta cultural (música, teatro, cine, museos y conferencias) muy amplia. Tal riqueza de opciones contribuye a la educación, sobre todo para quienes no tienen acceso a esas oportunidades por la vía de sus recursos y origen social. La estancia en la universidad rebasa el adiestramiento o la habilitación laboral. Construye horizontes vitales que son, al menos, tan importantes como el certificado.

Una situación semejante ocurre con los que asisten a las universidades públicas en las capitales de los estados. O a institutos tecnológicos de larga tradición. Otros encuentran formas de aprendizaje fuera del aula si tienen recursos para pagar instituciones privadas de élite.

Pero cientos de miles —que cuentan, y mucho, en las cifras de cobertura— llegan a eriales sobre los que se construyeron edificios grises, con tres árboles y sin espacio para deporte, bibliotecas paupérrimas y opciones culturales escasas o nulas. Miles se afanan por llegar a tiempo a “su universidad”, que se ubica sobre una tienda junto a una estación del Metro. La biblioteca, parca, de este escribidor, tiene más ejemplares que la del local de marras, y fuera del pasillo o la banqueta, no hay espacios para conversar.

No es exclusivo del sector público o del privado, dada su diversidad interna, dotar a sus usuarios de ambientes de aprendizaje significativo adicionales a las (j)aulas, ni actividades culturales atractivas. La diferencia entre las instituciones en este sentido es abismal. Hay autopistas, caminos, veredas y barrancos para el acceso a espacios de aprendizaje vitales en la formación avanzada. No todo es monedas futuras: “Cualquier necio, dice Machado, confunde valor y precio”.

Los habitantes de estos mundos incomparables suman para la tasa de cobertura. ¿Sus oportunidades formativas, curriculares y fuera de los salones, son semejantes? La distribución de la abundancia sigue la línea de la desigualdad general: más a los que más tienen; menos a los que carecen de más.

Que al menos tengan algo, se dice. Caritativos. Consuelo análogo a la instalación de las peores escuelas de educación básica a los menos dotados de recursos familiares y de contexto. Incrementar la tasa de cobertura sin atender a esta segmentación es insuficiente. Siendo difícil, es barato gastar en la expansión de edificios grises, o dar patentes a negocios infames, en comparación con pensar en la relevancia educativa de la vida en el campus. Mayor cobertura, a secas e inequitativa, ahonda la desigualdad fingiendo que la atiende. ¿Dotar de lo peor para los antes excluidos? ¿La calidad después? La demagogia disfrazada de justicia es vil cinismo.




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