Érase que se era en otro país, un señor dueño de los almacenes El Palacio de Hielo. Eran tiendas para pocos: parroquianos con alto poder adquisitivo. Quiso ampliar la cadena. Tenía con qué construir más establecimientos y surtirlos. Pidió a sus asesores que localizaran sitios en los que podría instalar las nuevas sucursales. Los técnicos calcularon cuánto costaba hacer una tienda y buscaron terrenos baratos para bajar costos y, así, abrir muchas y en todos lados. El dinero alcanzaba. Como multiplicar la oferta fue el propósito, dieron por hecho que habría clientes adecuados y suficientes. Descuidaron el estudio de la demanda.
Ya inauguradas las tiendas, las ventas fueron bajas, si acaso y en el mejor de los casos. Ampliaron el horario, hicieron promociones, descuentos, años sin intereses. Nada: no había compradores. La oferta no crea su propia demanda, si la demanda, para ser tal, requiere contar con características escasas. Como el dinero.
Este relato, a todas luces inaudito, puede servir para advertir un riesgo en la actual decisión de establecer como obligatoria la educación media superior. Los legisladores han acordado que se llegará a ello en un plazo de 10 años, con el fin de que todos los jóvenes en edad de estudiar ese nivel —de 15/16 años a 17/18— estén inscritos en alguna institución el año 2021.
Calcularon el costo que implicará construir tal número de instituciones que haga coincidir a los lugares disponibles con la cantidad de jóvenes que en ese entonces tendrán la edad normativa. Teóricamente, los que se ubiquen en ese grupo de edad deberán estar en la escuela. Esto se mide con la tasa neta de cobertura. Es otro, distinto, el proceso para lograr que todos los egresados de la secundaria que quieran o puedan seguir en los estudios tengan un espacio para estudiar la prepa: se trata de la capacidad de absorción de un ciclo al siguiente. Podemos tener una tasa de absorción del 100% y una cobertura, digamos, del 40%. ¿Por qué? Porque no basta la edad establecida. Si una muchacha tiene 16 años no podrá exigir ese derecho si carece del certificado previo. La demanda está condicionada. Para que sea universal su cobertura, será necesario que todos —o la inmensa mayoría de los jóvenes en edad de hacerlo— cuenten, además, con la secundaria terminada. Un bien escaso: hoy lo tienen cinco de cada 10 muchachos. Ésa es la tasa neta.
Si se ponen cien, mil o miles de prepas orientando su construcción (sólo) por el tamaño del grupo de edad en 10 años, puede ocurrir lo mismo que con los almacenes de Hielo. No tendrán la demanda esperada.
¿Cómo se puede asegurar, o al menos ampliar significativamente la demanda? Reformando los niveles previos de tal manera que se reduzca el abandono y la falta de continuidad entre primaria y secundaria, así como garantizando calidad y condiciones para el pasaje de ésta a la media superior. Si conseguir el dinero necesario para construir las escuelas es difícil, este reto es mucho mayor. El dinero es barato si se compara con entrar, en serio, al territorio minado por los intereses políticos.
Sería preciso que las autoridades retomaran la conducción de la educación pública básica, también obligatoria en el papel, pero no en la realidad; requiere mejorar las condiciones económicas, sociales y culturales de millones de mexicanos; es necesario que la producción en el país exija cuotas de conocimiento de las que ahora prescinde, que sea el saber una fuerza productiva y un bien general.
También hace falta un grupo de políticos, y muchos ciudadanos, que no se complazcan y conformen con brindar, o recibir, promesas y cifras demagógicas. El riesgo es claro: si no se pone en marcha, en paralelo a la construcción de planteles, un programa para generar demanda bien calificada, no habrá bachilleres “totalmente palacio”, sino otra esperanza de hielo para los jóvenes mexicanos. ¿Más hielo? Ya basta.