Si existiera esa sede diplomática, fuese posible llegar tan lejos y el Senado ratificara la decisión de la Presidencia para que la cúpula nacional del SNTE se hiciese cargo de ocuparla (titular, cónsules y agregados), al dejar el planeta ¿se solucionarían los problemas educativos del país?
Sería ingenuo menospreciar el poder que tienen y ejercen sus líderes formales e informales, y el daño que han hecho al proceso educativo nacional al usar a la representación gremial del magisterio según los afanes políticos y económicos de la diversa red de interés que controlan. Pero, por el simple hecho de su ausencia, la calidad de la formación de los alumnos no se incrementaría de manera automática, ni estaría asociada a la distancia del nuevo puesto.
No hay modo más cómodo, por desgracia estéril, que concebir un problema social complejo como resultado simple de una causa —en este caso “el SNTE”— de tal manera que, al imaginar su súbita ausencia, el dilema educativo se resuelve de inmediato. Como por arte de magia.
Hay que precisar el argumento: sin incluir en el análisis el papel que ha jugado y desempeña hoy el aparato del SNTE, la perspectiva sería insostenible; a su vez, y esto es lo que suele pasar con frecuencia, reducir el problema al efecto unilateral de ese factor resulta equivocado y confunde. Y de ninguna manera porque el grupo de control del SNTE sea defendible. Es aberrante, pero no ha estado solo.
Abramos, al menos de forma inicial, el panorama. ¿Por qué el sindicato tiene tanto poder, hasta el punto de no ser distinguibles, en muchos casos y niveles, la autoridad educativa del organismo gremial? La SEP está cumpliendo 90 años; durante muchas décadas en el siglo pasado, y en el primer decenio del actual, los responsables de la educación pública han renunciado, en mayor o menor medida, a ejercer funciones educativas cruciales, cediendo a la dirigencia del sindicato una serie de decisiones vitales para el desarrollo educativo: supervisión, inspección, nombramiento de funcionarios. El caso extremo ocurre en la actual administración: se entregó a ese poderoso grupo de presión la subsecretaría de educación básica.
Junto con el aparato sindical, sectores de todos los niveles de la burocracia educativa oficial coordinaron durante años y felices días el proceso de venta, herencia o asignación clientelar de puestos de trabajo. Sin su intervención hubiera sido imposible. Por ello, es bilateral el problema. El SNTE es como es y actúa como lo hace, porque a la SEP, y a los distintos gobiernos, les ha convenido. No hay imposición de los malos sobre los supuestos buenos; el intercambio político, que usa a la educación como pretexto, hace inteligible el largo proceso de construcción de la madeja que atora a la educación mexicana. Hay un acuerdo. Es una alianza, y no la que pretende ser por la calidad educativa. ¿Qué le ha dado el SNTE al poder Ejecutivo federal, antes y después de la falsa alternancia en materia educativa, para que a través de la SEP le haya otorgado, y sostenga sin rubor, espacios de decisión educativa fundamentales, meta-prestaciones y discrecionalidad en aspectos laborales que impactan, y en serio, al proceso educativo? No ha de ser poco el favor recibido si se mira el tamaño de las canonjías concedidas.
Multipliquemos esta situación, descrita a nivel federal, por las variaciones del mismo acuerdo en los estados, con todos los partidos. Sume usted los representantes del SNTE (no de los ciudadanos) en el Congreso, y los gobernadores y líderes de todo tipo que rinden cuentas al aparato de control sindical. Añadamos el pantano conformado por los (mal) usos y (peores) costumbres cristalizados en el trabajo. Y aceptados por la SEP.
La lista de factores relacionados es muy larga. Que a pesar de todo haya una gran cantidad de profesores que son creativos y cumplen con su profesión es signo de la potencia del magisterio. Darle cauce no surge del hipotético envío de una misión diplomática a Saturno. Es asunto de decisión política de amplio espectro. De prudencia y valor en dosis adecuadas. De desatar con oficio lo mal atado. Labor propia de estadistas.
¿Dónde están? Urgen.