Otra vez el examen de PISA ha sido materia de gran atención en el país. Triunfalismo gubernamental presumiendo un avance en matemáticas (“el más grande del mundo”) que es técnicamente muy riesgoso de acuerdo a los lineamientos de la OCDE. Para ello, vea el lector en el Reporte “México en PISA 2009”, disponible en http://www.inee.edu.mx, lo señalado en la página 115. Si se quiere decir que mejoramos, se busca dónde los números van creciendo aunque no sea sostenible técnicamente: la cautela con las cifras, que se esperaría normal en una secretaría de estado responsable, no es virtud de una SEP ávida de buenas noticias, para bajar un poco la vergüenza por contar, por ejemplo, con La Tuta en el magisterio nacional. Otro dato: estancamiento en los niveles de capacidad lectora del país comparando, ahora sí con toda solvencia estadística, 2000 y 2009 pues pasamos de 422 puntos de promedio a 435 en esos 9 años. Curiosamente, deja la SEP de lado un dato que amerita atención, pues puede ser positivo o negativo: el “empate” entre las dos marcas ocurre mientras en el 2000 estaban en la escuela 52% de los muchachos de 15 años y, en 2009, aumentó la cobertura a 66%. Visión positiva: la capacidad lectora no cayó a pesar de que subió 14 puntos porcentuales la inclusión de quinceañeros en la escuela. Sería esperable, según esta mirada, un desplome en el indicador si a la expansión cuantitativa le siguiera una merma en la calidad. No ha sido así. Cantidad y al menos conservar la “calidad” precedente no es trivial.
Visión negativa: como al aumentar la matrícula el logro en lectura es el mismo en 9 años, la inclusión de los nuevos jóvenes ha sido a (y en) un sistema escolar con niveles muy bajos de calidad. Hay más, pero en los mismos procesos que no mejoran la capacidad lectora. Ambas posiciones tienen algo de verdad, y es asunto de profundizar en el tema.
Veamos otra arista. La capacidad lectora que mide PISA tiene tres subescalas: la elemental es ser capaz de acceder y recuperar la información; la segunda, más compleja, es integrar y recuperar lo que se lee y, por último, la más importante, la que luego de 12 años de escolaridad sería deseable tener: ser capaces de reflexionar y evaluar el contenido que se atiende. ¿Por qué nos quedamos igual en casi diez años, esto es, cómo se movieron las subescalas para pasar de 422 a 425? En la primera, en 2009 tuvimos 31 puntos más que al inicio del siglo. Hay más muchachos que saben descifrar un texto y casi nada más; en la segunda, la que implica integrar lo que se lee, no hubo cambio real: de 419 hace 9 años a 418 hoy. Donde hay un descenso es en la capacidad lectora más importante, la que comprende y relaciona con otras dimensiones de la vida lo que se lee: pasamos de 446 a 432, 14 puntos menos.
En síntesis, mejoramos en lo elemental, no avanzamos en lo intermedio y empeoramos en lo deseable. Hay que poner mucha atención a estos datos, pues los exámenes sirven para pensar, no para echar las campanas al vuelo o rasgarse las vestiduras. Son instrumentos para aprender a mejorar las cosas. Es vital hacerlo.
Ahora bien: México es muchos “Méxicos”. Ya sabemos que el promedio nacional es hoy de 425. El Distrito Federal logró 469. Son 44 puntos extras. Chiapas consiguió 364, lo que significa 61 puntos por debajo. Y la distancia entre los muchachos chilangos y los jóvenes chiapanecos es de 105 puntos. Una barbaridad.
Para ponderar y hacernos cargo de esta lacerante iniquidad, si al promedio de México, de 425 puntos, le sumamos los 105 de distancia entre DF y Chiapas, tendríamos 530 puntos. Con esa cantidad México estaría por encima de Estados Unidos (500), Japón (520) y Bélgica (506), por mencionar algunos casos. Esto es, la desigualdad entre la capital y el estado más bajo en rendimiento lector en nuestra tierra es mayor que la que tenemos al compararnos, digamos, con Japón, que se encuentra en los primeros lugares de la OCDE. El DF tiene promedio mayor que Italia y Dinamarca, y los 364 puntos de Chiapas no los tiene ningún país: todos están por encima.
¿No hay mucho que pensar, estudiar, trabajar, indignarnos, remangarnos la camisa, reflexionar ante estos datos? Creo que sí, lo peor que se puede hacer es buscar cómo arreglamos las cifras para decir que no vamos tan mal, o que le ganamos a Uruguay por unos puntos. No es futbol, señores, no es futbol. Es un país y una radiografía somera de sus dilemas y barrancos.