¿Cuál es el camino más corto para obtener un posgrado? El que haya que seguir para obtener más centavos. ¿Cómo puedo tener más ingresos? Logrando que tus alumnos saquen mejor nota en el ENLACE del año que viene, así que a procurar habilitarlos a sortear ese tipo de pruebas, aunque el esfuerzo por que avancen en el conocimiento en serio se quede a un lado.
With money dancing the dog…
Si no falla la memoria a este escribidor, la frase maravillosa que ocupa el lugar del título de esta colaboración la solía decir El Piporro y se refería al castellano refrán que afirma que con dinero baila el perro. Se une a la sentencia más vieja que confirma lo dicho: poderoso caballero es Don Dinero.
Hoy, para nuestro infortunio, la educación en México se ha monetarizado: depende casi todo del dinero. Como Euclides, hay definiciones claras: ¿Cuál es el camino más corto para obtener un posgrado? El que haya que seguir (dígamelo por favor) para obtener más centavos. ¿Cómo puedo tener más ingresos? Logrando que tus alumnos saquen mejor nota en el ENLACE del año que viene, así que a procurar habilitarlos a sortear ese tipo de pruebas, aunque el esfuerzo por que avancen en el conocimiento en serio se quede a un lado. No me alcanza para sacar adelante los proyectos en la institución, dice un rector: pues nada, hombre, no se preocupe –contesta el funcionario encargado de las bolsas de monedas adicionales– no más haga un documento al que le ponga por título Programa Integral de Fortalecimiento Institucional, y le damos recursos adicionales. Pero siga las recomendaciones, eh?
Desde 1984, para impedir –así se dijo– que los grandes investigadores mexicanos se fueran con su música a otra parte debido al abatimiento de los salarios, a iniciativa de la elite académica se creó el Sistema Nacional de Investigadores, el ya famoso SNI. En lugar de enfrentar el problema de la caída de los salarios y la injusticia de un sistema en que daba lo mismo trabajar que no hacerlo a la hora de cobrar la quincena, es decir, la confluencia de una mirada mercantil con la falta de ejercicio de la autoridad, condujo a los profesores a buscar de forma creciente, como adictos, los puntos o constancias necesarias para mostrar que eran trabajadores y no vagos, e intercambiar esos papeles por papel moneda. Primero los investigadores de las universidades, luego todos los académicos.
¿Quieren tener más recursos para investigar? Pues han de constituirse, aunque no se conozcan, en un Cuerpo Académico. Si la suma, la yuxtaposición de sus integrantes con doctorado y SNI es alta, y al dividirla entre el total de miembros arroja un cociente que multiplicado por 100 sea superior al 80%, su Cuerpo Académico será bautizado como de Excelencia Interplanetaria, obtendrá tantos miles de pesos y repercutirá en que su institución gane más parte de la bolsa acumulada del Melate… no, perdón, me ha traicionado el sinconsciente: de la bolsa especial para apoyar a los Cuerpos Académicos. Una vez advertí que en mi universidad una de estas entelequias, los cuerpos académicos aparentes, no lograban el famoso equis % de doctores para ser reconocidos como maravillosos. Entonces dieron de baja a los viejos sin doctorado, redujeron así el denominador y hasta superaron el porcentaje mínimo. Putrefacción académica, sin duda, pero las monedas cayeron como en cepo de santo en una iglesia. Puntuales y no pocas.
El asunto es grave, pues como la autoridad no ha sido capaz de “medir” lo que es valioso, ha optado por valorar, sólo, lo que es medible y, en consecuencia, tenemos una “comunidad” académica con fuertes paradojas que van, cada día, convirtiéndose en parajodas hacia el futuro de la universidad mexicana: es un grupo que cada vez escribe más y lee menos, pues por leer no dan puntos intercambiables por tostones o pesos; no es un conjunto de estudiosos, dado que no da constancia nadie por leer a Kant, sino más bien de escribanos que recortan hallazgos de investigación, de la calidad que sean, para poder multiplicar su valor en la maquinita del dinero adicional. Creo no exagerar: en la uam, un artículo de investigación puede conseguir a su o sus autores 3 mil puntos, mientras que ser responsable de un curso por un trimestre tiene como tope 300 nada más, y se otorgan al susodicho por el hecho de haberlo impartido, no debido a una evaluación de su proceder en el aula y fuera de ella con los estudiantes. Claro, es muy difícil evaluar la calidad de la docencia, y muy sencillo contar artículos… lo dicho: ante el reto intelectual de aproximarse a lo valioso, se ha decidido valorar lo que es contable. Y en la registradora se escucha el ruidito del dinero.
Pero como el dinero no sólo es metálico sino simbólico, pues el nivel del SNI que se ostente es motivo de presunción. “Soy Nivel III, y tú ni a juntar los papeles llegas… No existes…” Y si no se obtienen los estímulos o becas esperadas, la carencia de ese reconocimiento que ya rebasó, y hace mucho, la necesidad económica aunque la incluya, se convierte en un estigma, en una marca de fracaso, en el signo de la derrota: una ofensa, un castigo… Por ello, el sistema no sólo condiciona el dinero que habría que ganar como salario por el trabajo bien hecho, sino que establece jerarquías de papel.
El tema, colegas, no es menor. Hace ya un cuarto de siglo se inició este entuerto con el SNI, y 20 años con las instituciones. El dinero ha sido usado como gasolina para echar a andar el motor de los numeritos que, según se dice, son signo de calidad. Se ha olvidado algo, central: el dinero, por sí mismo, permite modificar los hábitos de consumo de un conjunto de personas, pero no genera tradiciones académicas, no es la base de un horizonte serio para la educación nacional.
Poderoso al corto plazo, hacedor de bailarines al son que les (nos) toquen, pero insuficiente para consolidar una comunidad académica responsable de sus instituciones, la relación fértil con los estudiantes y el sentido crítico del conocimiento. El dinero ha pretendido ocupar el espacio del liderazgo, la decencia en el trabajo cotidiano, la confluencia con los colegas, la ausencia de autoridad legítima. Y, para ahondar en el problema, ya convertidos los dineros en signo de nobleza, son fuente de exclusión y en no pocas ocasiones acicate para la simulación. Poco vivirá el que no vea las consecuencias funestas de este proceder.