En los últimos años, las mujeres se han convertido en mayoría entre los estudiantes de nivel superior en muchos países, y dominan de forma abrumadora en algunas carreras. Pero siguen siendo escasas dentro de las más altas esferas de poder universitario. También son minoría entre los investigadores, y sobre todo en las áreas de las ciencias, ingenierías y matemáticas.
La persistencia del “techo de cristal”, que impida que las mujeres lleguen a los cargos más altos, es un hecho aún en países que han reservado cupos para mujeres en la política o en puestos públicos, como Francia, México y Canadá. Por ejemplo, hoy las estudiantes en Canadá representan más del 55 por ciento de la matrícula en educación superior. No obstante, sólo 17 de los 95 presidentes de las universidades públicas y privadas sin fines de lucro del país son mujeres, comparado con 16 en 1995, según Vianne Timmons, rectora de la Universidad de Regina, una institución pública en la provincia de Saskatchewan.
El panorama no cambia mucho en posiciones de segundo nivel. Un estudio reciente de la Asociación Universitaria de la Francofonía encontró que entre sus universidades miembros, las mujeres ocupaban sólo 22 por ciento de los cargos de rectores, vice rectores y miembros de los consejos administrativos, según Wanda Diebolt, Secretaria General de la organización.
Diebolt y Timmons hablaron durante el Tercer Congreso del Espacio de Mujeres Líderes de las Instituciones de Educación Superior de las Américas (EMULIES), que se realizó en Monterrey en octubre. El evento atrajo a 180 delegados de 18 países, incluyendo China, cuyo gobierno está buscando ampliar lazos con universidades en América Latina. El EMULIES fue creado en 2011 por la Organización Universitaria Interamericana para promover la participación de las mujeres en los altos cargos universitarios en la región.
No es tarea fácil. Entre barreras citadas por participantes están la persistencia de estereotipos de género, la discriminación abierta o velada en contra de las mujeres, y el hecho de que las mujeres aún cargan con la mayor parte de las labores domésticas.
“Es asombroso que estamos aquí en 2013 hablando de la equidad de género”, dijo Timmons, quien es la primera rectora en los 100 años de tradición universitaria de su provincia. “Realmente, es una vergüenza. Este tema debió haber sido resuelto desde hace mucho tiempo. Las universidades son vistas como instituciones progresivas, pero la falta de equidad en las posiciones de liderazgo de la educación superior aún existe”.
Argumentó que las mujeres presidentas también enfrentan mayor escrutinio y críticas que sus contrapartes masculinos, y citó como ejemplo el hecho de que los últimos cinco presidentes universitarios de ser removidos de su cargo en Canadá fueron mujeres. “Hay la percepción de que las mujeres no son suficientemente fuertes o decisivas en los tiempos difíciles¨, dijo. “Somos demasiado amables. Me dicen que tengo que ser más como Margaret Thatcher si quiero ser exitosa”.
Las mujeres también están subrepresentadas en otras posiciones administrativas. De los 1,604 programas de posgrado que han sido avalados por su buena calidad por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en México, sólo 33 por ciento son dirigidos por mujeres, según María Dolores Sánchez Soler, Directora Adjunta de Posgrado y Becas del consejo. Y la brecha es más extrema en las ciencias duras, dijo, en donde sólo 20 por ciento de los programas de posgrado son dirigidos por mujeres. “Así no vamos a ningún lado”, dijo Sánchez, quien argumentó a favor de políticas de acción afirmativa para las mujeres en la academia.
Las mujeres también son minoría entre los investigadores universitarios, sobre todo en los más altos niveles. La proporción de mujeres que son miembros del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) ha incrementado ligeramente desde 2002, de 29 por ciento a 34 por ciento, según cifras de Conacyt. Pero la brecha se amplía marcadamente conforme se vaya subiendo de nivel. En 2012, las mujeres representaban 37 por ciento de los candidatos al SNI; 36 por ciento de los de nivel 1; 29 por ciento del nivel 2; y 20 por ciento del nivel 3, el escalón más alto. No obstante, esas cifras representan una mejoría en términos de equidad de género desde 1990, cuando las mujeres investigadoras representaban apenas 20 por ciento del total de miembros del sistema, y 12 por ciento de los de nivel 3.
La escasez de mujeres en altos cargos académicos y administrativos se explica en parte por la persistencia de roles tradicionales, que asignan a las mujeres la principal responsabilidad de cuidar a sus hijos y a otras personas. Las mujeres también suelen cargar con la responsabilidad de cocinar y limpiar, aun cuando ganan más o igual que sus maridos, según Yoloxóchitl Bustamante Díez, presidenta del Instituto Nacional Politécnico de México.
En su discurso magistral al congreso, citó un estudio de 2010 de mexicanos mayores a 14 años. En ello, se encontró que los varones pasaban 42 horas a la semana en trabajos remunerados y otras 18 horas en labores no remunerados. En cambio, las mujeres trabajan 47 horas en puestos pagados y realizaban otras 38 horas de labores no remuneradas. Es decir, una diferencia de 60 contra 85 horas. "Está claro, las mujeres simplemente trabajan más”, dijo Bustamante, una ingeniera química que es la primera presidenta fémina en los 75 años de historia en su institución.
Sin embargo, este tipo de estudios de género escasean en el ámbito universitario, lo que ha fomentado una falsa percepción entre las nuevas generaciones de mujeres de que “la batalla ha sido ganada”, dijo Timmons. Por ello, EMULIES acaba de crear un Observatorio en Género y Liderazgo, que recaudará datos sobre el número de mujeres en altos cargos universitarios en la región.
Otro esfuerzo en este sentido es el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México, programa que fue fundado en 1992 para impulsar los estudios de género y para promover la equidad de género dentro de la institución.
Mucho de los estudios recientes realizados por el PUEG están resumidos en el libro Intrusas en la Universidad, de Ana Buquet et al., publicado en 2013. El libro da cuenta de los fuertes obstáculos que aún enfrentan las mujeres, en todos los niveles. Por ejemplo, un estudio reciente encontró que las mujeres académicas en promedio invirtieron 20 horas a la semana en el cuidado de sus hijos, el doble de tiempo que los hombres. Lo mismo en caso de la preparación de alimentos: 6 horas a la semana contra 3 de los hombres.
Tal discrepancia tiene fuertes repercusiones en el desarrollo profesional de las mujeres. Dentro de la población académica en general, las mujeres realizan el equivalente de 2 meses más de trabajo no remunerado al año que los hombres, según datos publicados en Intrusas. Las que más trabajan en la casa son las profesoras de asignatura, que realizan 2.7 meses de trabajo extra al año, seguido por el personal administrativo, con 2.3 meses, el profesorado con 1.5 meses extra y los investigadores, con 1 mes extra.
Como resultado, las mujeres académicas toman varios años más para doctorarse y para subir de nivel dentro el sistema, según estudios del PUEG. Eso es, si es que acaso logran subir. Actualmente, el número de mujeres académicas con nombramientos de tiempo completo en la UNAM se reduce conforme más alto sea el nivel; en 2009, representaban 55 por ciento del nivel más alto de los técnicos académicos, 40 por ciento de los profesores de carrera del más alto nivel, y 27 por ciento de los investigadores de mayor nivel, según datos oficiales publicados en Intrusas.
Y si fuera poco, las mujeres académicas de la UNAM también ganan mucho menos en promedio que los hombres. Del quintil más bajo de ingresos, 43 por ciento son mujeres, mientras que representan solo 27 por ciento del grupo con sueldos más altos, según Judith Zubieta, quien dirige la Coordinación de Universidad Abierta y Educación a Distancia.
Las mujeres en la UNAM también tienen mayores probabilidades de ser víctimas de hostigamiento, generalmente por parte de los hombres, según un estudio del PUEG publicado en 2011. El grupo más vulnerable es la población administrativa, en donde 59 por ciento de las mujeres han sufrido algún acto de hostigamiento, contra 27 por ciento de los hombres. Siguen los estudiantes, en donde la relación de víctimas es 49 por ciento contra 28 por ciento, respectivamente.
La persistencia de estereotipos sobre los papeles de las mujeres también impacta en el tipo las carreras que escogen. En muchos países, las mujeres son predominantes en carreras relacionadas con el cuidado de las personas y la enseñanza, como la enfermería, la veterinaria y la educación. Pero en las carreras mejor remuneradas y de mayor prestigio social, como las ingenierías, representan una pequeña minoría.
Por ejemplo, mientras que las mujeres representan casi la mitad de los miembros del SNI en las áreas de las humanidades y las ciencias sociales, son la quinta parte de los investigadores en las áreas físico-matemáticas, las ciencias de la tierra y de las ingenierías, según el Informe General del Estado de la Ciencia y Tecnología de 2012, del Conacyt.
Sin embargo, hay señales de que este panorama empiece a cambiar. En la UNAM, por ejemplo, la proporción de mujeres en carreras de ingeniería subió de 19 por ciento a 32 por ciento entre 1990 y 2011, según datos de la ANUIES. En el mismo periodo, las mujeres pasaron de conformar 33 por ciento a 44 por ciento de los estudiantes de ciencias naturales y exactas, y en las ciencias agropecuarias, la proporción subió de 20 por ciento a 45 por ciento. A su vez, las mujeres ya son mayoría entre los estudiantes de derecho, una carrera que ofrece buenas perspectivas económicas. En Brasil, la feminización de la academia es aún más marcada. Las mujeres ahora representan 58 por ciento de los estudiantes de posgrado, y 55 por ciento a nivel de licenciatura, según Miriam da Costa Oliveira, rectora de la Universidad Federal de Ciencias de la Salud, de Porto Alegre, quien asistió al congreso en Monterrey.
Las mujeres también están ganando terreno entre los más altos niveles del poder universitario en Brasil. Entre 2004 y 2012, la proporción de instituciones de educación superior federales liderado por mujeres se duplicó, de 15 a 30 por ciento, dijo Oliveira. A su vez, 17 de las 63 universidades federales—que suelen ser las más prestigiadas del país—tienen rectoras, dijo Lúcia Helena Martins Pacheco, vice rectora de la Universidad Federal de Santa Catarina.
Ella y otras delegadas brasileñas atribuyeron el cambio a las nuevas políticas gubernamentales en el país, que buscan reducir la discriminación con base en género. Estas incluyen la creación en 2003 del Ministerio de Políticas de la Mujer durante el gobierno del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Eso, y la elección de la primera presidenta del país, Dilma Rousseff, en 2010.
A su vez, hay indicios de que las mujeres se han beneficiado de forma desproporcional de las nuevas políticas de acción afirmativa en las universidades brasileñas. Las medidas, que fueron adoptadas por primera vez en 2003 en las dos universidades estatales de Rio de Janeiro, reservan cupos para estudiantes afrobrasileños, indígenas y para los egresados de preparatorias públicas. En algunos casos, como el de las estudiantes indígenas, una mayor proporción de los beneficiados por las cuotas son mujeres, según Cleuza Maria Sobral Dias, rectora de la Universidad Federal de Rio Grande.
Sin embargo, Dias, quien es la primera mujer en dirigir a su universidad, dice que las mujeres aún enfrentan fuerte discriminación dentro de las instituciones de educación superior. Y especialmente en la cúpula. “La academia”, insiste, “sigue siendo un mundo muy machista”.