El pasado primero de octubre, un estudiante universitario de 26 años llegó armado hasta los dientes a la Umpqua Community College, en Roseberg, Oregón. Christopher Harper-Mercer, portando cinco pistolas y un arma larga, entró a una clase de Redacción y mató al profesor a quemarropa. Después, ordenó a los aterrorizados estudiantes ponerse de pie y les preguntó si eran cristianos. A quienes le respondieron que sí, les dijo que se irían al cielo, y los mató. También le disparó a una mujer en silla de ruedas. Finalmente, al ser herido por la policía, Harper-Mercer se dio un tiro en la cabeza. Después de tan solo 10 minutos, yacían muertas 10 personas (incluyendo al asesino) y 9 más sufrieron heridas.
Fue el tiroteo número 21 en una universidad estadounidense en lo que va del año. Y no obstante que ha sido la masacre más sangrienta en la historia moderna de Oregón, no lo ha sido para el caso de las universidades norteamericanas. En 2007, un estudiante mató a 32 personas e hirió a otros 17 en el Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia, mejor conocido como Virginia Tec.
Desde entonces, el número de ataques con arma de fuego en las universidades del país se ha incrementado en forma marcada, así como en las escuelas en general. En las universidades se han registrado casi tres tiroteos por mes durante 2015, que han dejado al menos 20 muertos y 19 heridos. En contraste, 68 personas murieron por causa de armas de fuego en los campus universitarios entre 2000 y 2010, 17 en la década de los 90, y 8 en los años 80, según la agencia de noticias Vox. Inclusive, hubo dos tiroteos más en este mes (ambos el 9 de octubre). El primero ocurrió en la Universidad del Norte de Arizona, cuando un estudiante de 18 años mató a una persona e hirió a tres durante una riña en una fraternidad. El segundo tiroteo sucedió en un complejo habitacional en las afueras de la Universidad del Sur de Texas, en donde murió un estudiante y otro quedó lesionado.
Lo que nadie sabe, sin embargo, es del porque se ha incrementado en este grado la violencia. Las teorías van desde un descontento social generalizado ante las prolongadas recesiones económicas, o el fácil acceso a las armas. Inclusive, se señalan que muchos de los perpetuadores de los ataques masivos buscan la fama, aunque en la mayoría de los casos les cuesta la muerte.
Ante ese panorama, es de resaltar la renuencia de algunas universidades en Estados Unidos a mandar estudiantes a México, por cuestiones de seguridad. El número de estudiantes estadounidenses que está inscrito en universidades mexicanas ha bajado de unos 10 mil en 2006 a unos 4 mil el año pasado. La caída se debe en gran medida a los avisos de seguridad por parte del Departamento de Estado de Estados Unidos, a raíz de la guerra en contra del narcotráfico. Estos avisos de seguridad se volvieron más insistentes después de que dos estudiantes del Tec de Monterrey murieron en 2010 en un tiroteo frente al campus central, en Monterrey. Es decir, el catalizador para los avisos fueron dos víctimas en México: el mismo número de estudiantes que murieron el 9 de octubre en Texas y Arizona.
Ahora, ambos países están tratando de reactivar los intercambios como parte de Foro Bilateral sobre Educación Superior, Innovación e Investigación (FOBESII). El acuerdo busca atraer 50,000 estudiantes estadounidenses a México y enviar 100,000 estudiantes mexicanos a Estados Unidos para 2018. Sin embargo, estas cifras parecen poco realistas ante el panorama actual de la recesión económica y la violencia en ambos países.
Cabe resaltar que en Estados Unidos, la violencia en las escuelas no está confinada al nivel superior. Desde 2012, ha habido más de 150 tiroteos en escuelas de todos los niveles, según un recuento por la asociación civil Everytown for Gun Safety. El grupo empezó a recabar cifras después del masacre en la primaria Sandy Hook, en Newtown, Connecticut, en diciembre de 2012. Después de Virginia Tec, ha sido la peor tragedia en lo que va del siglo: un joven de 20 años mató a 20 niños y a 6 miembros del personal.
Leyes controversiales
El aumento en la violencia es evidente, sin embargo, existen profundas divisiones en el país sobre cómo enfrentarla. Mientras algunos abogan por leyes más fuertes de control de armas, un número creciente de estados ha levantado las restricciones sobre la portación de armas dentro de las universidades.
En junio pasado, Texas se convirtió en el último estado en ampliar los permisos para las armas dentro de los campi. La Ley S.B. 11 permite que toda persona que cuente con licencia para portar armas pueda introducirlas dentro de las aulas y los dormitorios de las universidades en el estado. (Antes sólo se permitía llevar armas fuera de los edificios). La medida toma efecto a partir de agosto de 2016 en todas las universidades públicas del estado y a partir de agosto de 2017 en las community colleges (universidades que otorgan título después de 2 años de estudios). La ley es opcional para las universidades privadas.
Otros estados que en años recientes han adoptado legislación parecida son Idaho, Utah, Colorado, Oregón, Kansas, Arkansas y Mississippi. A su vez, el congreso de Wisconsin está evaluando una propuesta que obligaría a las universidades a permitir armas dentro de sus campus (actualmente depende de cada institución).
En el otro lado del espectro están los estados en donde está prohibido portar armas dentro de cualquier recinto escolar. En 10 de octubre, un día después de los tiroteos en Arizona y Texas, el gobernador de California firmó una ley que prohíbe portar armas dentro de los campus universitarios. Actualmente existen prohibiciones en otros 10 estados, incluyendo Nueva York, Massachusetts, y Nuevo Jersey, según un recuento de la revista Time. Sin embargo, si la nueva ley en Texas y la propuesta en Wisconsin son un indicio, parece que el péndulo está inclinado en la dirección de una mayor permisividad.
Al centro del debate están interpretaciones opuestas del Artículo 2º de la Constitución, que estipula el “derecho a portar armas”. El lenguaje ambiguo del artículo ha fomentado debates durante siglos en Estados Unidos. Mientras algunos argumentan que la ley faculta a los individuos a llevar armas, otros insisten en que sólo otorga ese derecho a una “milicia bien organizada” en caso de un abuso del poder central.
Debate sobre la violencia
Mientras el debate continúa, la gente sigue muriendo. Durante las últimas cuatro décadas, más personas han muerto por causa de armas de fuego en Estados Unidos que por guerras: unos 1.4 millones, según un estudio de Leonard Steinhorn, profesor de política y comunicación de la American University.
También, hay fuertes debates en torno a cómo detener la violencia. Por un lado están muchos legisladores y la poderosísima Asociación Nacional de Rifles, que insisten que solo con armas se puede detener el uso de las armas. Por otro lado, está una mayoría de los rectores universitarios y el Presidente Barack Obama, quienes ven una escalada de violencia como el resultado lógico de una escalada en el número de armas.
Un estudio realizado en 2013 por investigadores de la Universidad de Ball State, en Indiana, encontró que la mayoría de los rectores estaba en contra de permitir armas dentro de los campi (“University Presidents’ Perceptions and Practice Regarding the Carrying of Concealed Handguns on College Campuses”). Otro estudio por parte del mismo grupo encontró que la gran parte de estudiantes en 15 universidades del medio-oeste del país expresó fuerte oposición a que se permitiera portar armas dentro de los campus.
El presidente Obama también ha sido un férreo opositor a los permisos para portar armas—tanto en las universidades, como en otros espacios públicos. En un discurso después del ataque en Oregón, en donde apareció claramente enojado, Obama expresó la impotencia que siente ante la fuerza del lobby pro-armas en el país. “Los Estados Unidos es el único país avanzado en la tierra en donde no tenemos suficientes leyes de protección de armas de sentido común—a pesar de las repetidas matanzas masivas”. Peor aún, dijo, “nos hemos vueltos insensibles a esto”.
No obstante, hay señales evidentes de que el debate está adquiriendo mayor intensidad, sobre todo en las universidades norteamericanas.
La nueva ley en Texas, en particular, ha generado fuertes controversias. Opositores a la ley señalan la ironía de que entrara en vigor exactamente 50 años después de un tiroteo masivo ocurrido en la Universidad de Texas, en Austin. El primero de agosto, de 1956, el estudiante Charles Whitman subió a la torre central de la universidad y abrió fuego contra estudiantes y profesores, matando a 14 e hiriendo a otros 32.
Para principios de octubre, más de 7 mil personas se habían sumado ya a una petición pidiendo al gobernador que revocara la nueva ley. A su vez, dentro de la Universidad de Texas, las protestas están aumentando día con día, sobre todo entre los estudiantes y los profesores.
En un caso muy sonado, el profesor emérito de economía, Daniel S. Hamermesh, dimitió el 7 de octubre, citando su preocupación acerca de la ley. “Dado el gran número de estudiantes (de la universidad), mi percepción es que bajo esta nueva ley el riesgo de que un estudiante molesto pueda traer una arma a mi aula aumenta de forma significativa”, escribió en su carta de dimisión.
En otro acto de protesta, algo sui géneris, egresados y estudiantes están promoviendo llevar juguetes sexuales dentro del campus. La razón: demostrar lo absurdo que resulta que estos últimos no están permitidos en los recintos universitarios del estado mientras que las armas sí.
Estas protestas buscan convencer a un público cada vez más conservador y asustado. Mientras tanto, el círculo vicioso de la violencia parece destinado a seguir. Como señala Obama, “nuestras oraciones no son suficientes… y no hacen nada para prevenir la carnicería en otra parte de América—la próxima semana, o en algunos meses”.