A pocos meses del comienzo de la pandemia de covid-19, la educación en el mundo ha cambiado de forma radical. En casi todos los países, escuelas y universidades han clausurado por tiempo indefinido, mientras las clases —en donde sea posible— se imparten de forma virtual a través de las plataformas digitales. No obstante, tales cambios no han afectado a todos por igual. La transición vertiginosa a las clases en línea, que se han convertido a la nueva norma para millones de estudiantes en todo el mundo, ha exacerbado las desigualdades existentes en el sistema educativo (sin mencionar el aumento de la pobreza y el hambre, entre otras consecuencias devastadoras de la pandemia).
Si para algunos la contingencia sanitaria representa una incomodidad o un nuevo reto, para otros es una barrera infranqueable que les impide seguir estudiando. Esto se debe a la llamada “brecha digital” entre los que pueden aprovechar las tecnologías de información y comunicación (TIC) y los que quedan excluidos. Entre los factores que inciden en el acceso a las tecnologías están la clase social, la raza, la etnia, el género, el tipo de institución, entre otros.
El término brecha digital fue acuñado por el Departamento de Comercio de Estados Unidos en los años 90 para referirse a la desigualdad en el acceso a las TIC. Posteriormente se ampliaría su uso para incluir múltiples aspectos de la apropiación de las tecnologías, incluyendo las capacidades digitales de las personas, los valores asociados con su uso, así como los factores políticos y económicos que influyen en la distribución de la tecnología. El concepto aplica tanto entre países como al interior de un mismo país e indica el grado de desigualdad en la distribución de las TIC entre la población.
La brecha digital en México
En ambos casos, México está bastante mal parado. En 2016, el país se ubicó en el 87º lugar en el mundo y en la 8º posición en América Latina en el acceso a las TIC, detrás de Uruguay, Argentina, Chile, Costa Rica, Brasil, Colombia y Venezuela, en ese orden, según indicadores de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU), con sede en Suiza. También existe una gran brecha digital dentro del país: solo 45 por ciento de los mexicanos cuenta con una computadora y 53 por ciento tiene acceso a Internet en casa, según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH), de 2018. Como es de esperarse, tal acceso no se distribuye de forma equitativa, ya que 73 por ciento de la población en áreas urbanas tiene acceso a Internet, comparado con el 40 por ciento en zonas rurales. Aún más preocupante, solo 4 por ciento de los residentes rurales cuenta con Internet en casa.
También existen fuertes desigualdades entre los estados del norte y del sur del país. Si en Baja California, Sonora y Nuevo León, entre 64 por ciento y 90 por ciento de la población tiene acceso a Internet, en Guerrero, Oaxaca y Chiapas, entre 24 por ciento y 39 por ciento cuenta con el servicio, según datos de 2015 del Instituto Federal de Telecomunicaciones. Cuando se analiza la situación por grupos étnicos, la brecha se abre aún más. Por ejemplo, solo 11 por ciento de los hablantes de una lengua indígena cuenta con una computadora y 9.8 por ciento tiene acceso a Internet.
Tales brechas son particularmente preocupantes debido a la enorme importancia que han adquirido las tecnologías de comunicación en tiempos de covid-19. El acceso a las TIC afecta a estudiantes desde el nivel preescolar hasta el universitario, determinando quienes pueden acceder a —y aprender de— la educación en línea. Tales desigualdades no solo tienen un impacto inmediato, sino que aumentan las probabilidades de que los alumnos deserten la escuela o que se queden rezagados, con consecuencias de muy largo plazo.
En el caso de la educación superior, existen fuertes desigualdades según la condición socioeconómica de los estudiantes. Para los que provienen de familias del primer decil de ingresos, 55 por ciento no cuenta ni con Internet ni con computadora en casa, mientras que, para el decil más rico, la cifra es de apenas 2 por ciento, según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos del Hogar (ENIGH) 2018; es decir, existe una brecha digital de 25 a 1. En promedio, 18 por ciento de estudiantes de las universidades públicas y privadas no tiene acceso a ambos servicios. Para el nivel medio superior, sin embargo, la brecha es aún más marcada: 81 por ciento de los más pobres no tiene ni Internet ni computadora en casa, comparado con 3 por ciento de sus pares más ricos y, en promedio, 40 por ciento no tiene acceso a las TIC en casa.
Por otro lado, existen fuertes diferencias entre los subsistemas de educación superior: entre las universidades privadas de mayor trayectoria, las públicas federales y las estatales, por un lado, y los institutos y universidades tecnológicas, las escuelas normales y las universidades estatales de reciente creación, por el otro. El caso de las 11 universidades interculturales (UI), que forman parte de este último grupo, es particularmente preocupante. Estas instituciones, que sirven a estudiantes indígenas y miembros de otros grupos históricamente marginados, han tenido que buscar soluciones creativas para continuar con la educación de sus alumnos, muchos de los cuales no cuentan con Internet o computadora en casa. Incluso antes de la pandemia, las UI enfrentaban dificultades con el uso de las TIC, debido al poco conocimiento previo de los alumnos y la escasez de computadoras disponibles, según un análisis de la Coordinación General de Educación Intercultural y Bilingüe (CGEIB), la instancia federal que coordina el subsistema de las universidades interculturales.
A nivel básico también hay grandes diferencias en el acceso a las tecnologías, según la condición socioeconómica de las familias y el tipo de institución educativa. Mientras en las escuelas privadas la mayoría de los alumnos cuenta con Internet en casa, no es así para las públicas —sobre todo las de áreas rurales—. Por ello, la Secretaría de Educación Pública ha desarrollado programas educativos para los distintos niveles que se transmiten a través de la televisión abierta y la radio. Sin embargo, como ha demostrado la experiencia de las telesecundarias en México, el nivel de aprendizaje a través de la televisión es considerablemente menor que con la interacción directa de un maestro. Aun en el caso de los alumnos que sí cuenten con acceso a clases en línea, la capacidad de aprovechar tales recursos depende en gran medida de la disponibilidad y nivel de capital cultural de sus padres. Si los padres tienen que seguir trabajando fuera del hogar —una realidad para millones de mexicanos que no han podido darse el lujo de aislarse en casa— o no han cursado el mismo nivel de estudios que sus hijos, difícilmente van a poder asesorarlos con su educación virtual. (Continuará en la próxima edición).