A mediados de agosto, millones de estudiantes universitarios de Estados Unidos retomaron clases en medio de la pandemia de covid-19, en un gran experimento improvisado en salud pública. Aunque unas 380 instituciones de educación superior optaron por ofrecer clases sólo en línea, más de mil incluyeron algún componente presencial en sus programas educativos. De estas, casi 500 instituciones imparten clases de forma mayormente presencial, mientras que 45 han regresado a la modalidad totalmente presencial, según un estudio realizado en agosto por Davidson College y reportado en la revista Nature.
Como era de esperarse, en las universidades ha habido un fuerte rebrote en el número de contagios por SARS-CoV-2, el virus que causa la enfermedad. A su vez, profesores y estudiantes han protestado en varias universidades por los riesgos que conllevan las clases presenciales. Además, cientos de estudiantes han sido suspendidos o expulsados por no respetar las reglas de distanciamiento social.
Estados Unidos lidera el número de muertes por covid-19 a nivel mundial, con casi 200 mil decesos y medio millón de contagios reportados hasta principios de septiembre. Y aún no se vislumbra el fin de la pandemia. Entonces, ¿cómo explicar la decisión de cientos de universidades estadounidenses de reiniciar clases presenciales, en vez de optar por modelos virtuales, como ha hecho la mayoría de las instituciones del mundo?
Hay una respuesta sencilla: el dinero. El sistema de educación superior de Estados Unidos es de los más caros y privatizados del mundo; inclusive, las universidades públicas dependen de las colegiaturas para financiar la mayor parte de sus actividades. Sin embargo, muchos alumnos no están dispuestos a pagar lo mismo por una educación en línea que una presencial. Por ello, las instituciones están ante un dilema existencial: poner en riesgo la salud de sus alumnos y profesores o enfrentar una posible quiebra económica.
Aunque el Congreso estadounidense ha distribuido 14 mil millones de dólares a las universidades para ayudarles a hacer frente a la pandemia, el tamaño del rescate financiero no ha sido suficiente para llenar los huecos presupuestarios. La Universidad de California sufrió pérdidas de 558 millones de dólares sólo en el mes de marzo y la Universidad de Michigan anticipa pérdidas totales de entre 400 millones y mil millones de dólares por causa del virus, según ABC News. La situación es particularmente grave para las instituciones pequeñas, muchas de las cuales están en riesgo de entrar en bancarrota. El problema se debe a que las universidades han tenido que reembolsar pagos por colegiaturas, comida y alojamiento a la vez que han aumentado sus inversiones tecnológicas para poder ofrecer cursos en línea.
No obstante, la decisión por parte de muchas instituciones de regresar a clases presenciales a partir de agosto ha traído otros costos —esta vez en términos de vidas humanas—. Apenas dos semanas después del inicio de clases, se sumaron más de 50 mil casos de covid-19 y más de 60 muertos entre universitarios, según una encuesta aplicada por el New York Times a más de mil instituciones de educación superior. De estos casos, que no representan la totalidad de las universidades del país, más de 20 mil fueron reportados a partir del regreso a clases en agosto.
Entre los más afectados por la enfermedad se encuentran los estudiantes y profesores de medicina, que han estado en las primeras filas de la batalla contra covid-19. En la Universidad de Alabama-Birmingham, 772 de los 1,027 casos de covid reportados fueron personas relacionadas con los programas médicos que ofrece la universidad. Otras universidades con altos porcentajes de casos entre estudiantes y profesores de medicina son la Universidad de California-San Diego, la Universidad de Connecticut y la Universidad del Sur de Florida, según el New York Times.
Un segundo foco de infección —y ahora el principal— son las fiestas estudiantiles, sobre todo dentro de las fraternidades y sororidades, en donde casi no se practica el distanciamiento social. En la Universidad del Sur de California, las autoridades detectaron unos 40 casos de covid-19 entre estudiantes que viven en las fraternidades cerca del campus. En total, unos 150 estudiantes y profesores de la universidad dieron positivo por el virus antes del comienzo de clases, según el periódico Los Angeles Times.
No obstante, el ritmo de contagios ha aumentado exponencialmente con el regreso de cientos de miles de estudiantes a los campus universitarios en todo el país. Entre los estados que reportaron el mayor número de casos de covid-19 dentro de sus universidades están: Texas, con 6 mil 106 casos en 63 instituciones; Alabama, con 4 mil 93 en 17; Carolina del Norte, con 4 mil 29 en 40; y Georgia, con 3 mil 692 en 28. Resalta el hecho de que, con la excepción de Texas, no son los estados más poblados. Pero todos tienen algo en común: la laxitud de las reglas de distanciamiento social impuestas por sus gobiernos estatales. El gobernador de Georgia, en particular, ha destacado por su resistencia a imponer restricciones durante la pandemia, citando los peligros para la economía—algo que llevó a un gran aumento en el número de casos en el estado—. En contraste, en California, el estado más poblado del país y que cuenta con uno de los programas más fuertes de distanciamiento social, se reportaron mil 940 casos en 54 universidades, según el New York Times.
Como resultado, algunas de las instituciones que habían optado por clases presenciales han anunciado un regreso a las clases en línea, con tal de detener nuevos brotes del virus. La primera universidad en dar marcha atrás fue la Universidad de Carolina del Norte, después de que unos 130 estudiantes dieron positivo al virus durante la primera semana del ciclo escolar. Siguieron la Universidad Estatal de Michigan y la Universidad Estatal de California-San Diego, mientras que la Universidad de Notre Dame, en Indiana, suspendió clases presenciales durante dos semanas después de que más de 200 estudiantes dieron positivo al virus. Otras instituciones han puesto en cuarentena a los habitantes de las residencias estudiantiles en donde han surgido infecciones por covid-19 —a veces a partir de un solo caso—, medidas que han seguido algunas fraternidades y sororidades.
A la vez, un creciente número de instituciones están adoptando otra estrategia en un intento por controlar los contagios: las denuncias estudiantiles. Universidades como Cornell y la Universidad de Nueva York han pedido a sus alumnos que reporten a sus pares cuando los ven infringiendo las reglas de distanciamiento social, algo que ha generado mucho malestar entre los alumnos. Pedir a los estudiantes que delaten a sus compañeros es algo particularmente delicado, ya que las consecuencias por romper las reglas incluyen suspensión o expulsión de la institución. La Universidad Estatal de Ohio, para nombrar sólo una institución, ha suspendido a más de 200 estudiantes por asistir a fiestas no autorizadas, entre otras violaciones.
Otro caso que ha llamado la atención a nivel nacional es el de la Universidad de Northeastern, en Boston, por las implicaciones económicas. Además de suspender por el resto del semestre a 11 estudiantes por asistir a una fiesta no autorizada, la universidad se negó a devolver sus colegiaturas: 36,500 dólares (800 mil pesos) por alumno. “Northeastern y su comunidad de estudiantes, profesores y staff toman muy en serio las violaciones a la salud y los protocolos de seguridad”, dijo Madeleine Estabrook, vicerrectora de Asuntos Estudiantiles de la universidad, en entrevista con BuzzFeed News. “La cooperación y cumplimiento de las recomendaciones de salud pública son absolutamente esenciales”.
Este último caso servirá como un aviso para estudiantes en todo el país. Además, revela las enormes dificultades que enfrentan las instituciones en la implementación de una “nueva normalidad” en sus campus. El resultado es una especie de ruleta rusa, en donde los riesgos son altísimos para todos.