A cinco meses de la llegada de los talibanes al poder en Afganistán, el país enfrenta una crisis humanitaria sin precedentes. La mitad de los 39 millones de habitantes sufre de desnutrición extrema y millones podrían morir de hambre en los próximos meses, incluyendo a más de un millón de niños, según estimados del Programa Mundial de Alimentos de la ONU. La organización lleva meses advirtiendo sobre la posibilidad de una hambruna masiva en Afganistán debido a las estrictas sanciones impuestas por parte de la comunidad internacional contra el gobierno de facto ultraislamista. El congelamiento de la asistencia internacional, y de más de 9 mil millones de dólares en reservas del gobierno afgano, ha provocado el colapso de la economía de la nación surasiática, dejando a millones de personas sin trabajo.
En diciembre, la comunidad internacional liberó 280 millones de dólares para Unicef y el Programa Mundial de Alimentos, con el fin de facilitar servicios esenciales de salud y comida a más de 10 millones de afganos, según la revista Nature. Sin embargo, el dinero representa una pequeña fracción de los miles de millones de dólares que recibió el país durante los 20 años de ocupación estadounidense. Con la retirada de Estados Unidos y sus aliados, en agosto, y la captura de Kabul por parte de los talibanes días después, se congeló la mayoría de las reservas del Banco Central Afgano, ubicadas en cuentas bancarias de Estados Unidos.
La administración del presidente Biden ha condicionado el reconocimiento del régimen talibán, así como el descongelamiento de los fondos, a la creación de un gobierno “incluyente” en Afganistán. A su vez, ha exigido el cumplimiento de los derechos de las minorías étnicas, mujeres y niñas —incluyendo el acceso para ellas a todos los niveles del sistema educativo—, y el rompimiento de relaciones con grupos terroristas como Al Qaeda. Pero si Biden buscaba obligar al régimen ultraislamista a respetar los derechos humanos, esa estrategia ha fracasado rotundamente. Hasta ahora, el único efecto de las sanciones ha sido un aumento de la miseria en la población, mientras que los talibanes han persistido con su campaña de represalias y terror en el país.
El resultado es una tormenta perfecta en Afganistán. Se conjunta el golpe económico, exacerbado por las nuevas restricciones aplicadas al trabajo de las mujeres, con la llegada del crudo invierno afgano. Aunado a ello está la nueva oleada de covid-19, que ha llevado al sistema de salud al borde del colapso. Los pocos hospitales y clínicas que aún operan en el país están desbordados por la llegada de los enfermos a causa del virus, y miles de bebés y niños desnutridos, una tercera parte de los cuales no sobrevivirá, según la revista New Yorker.
La crisis en las universidades
Otro sector fuertemente afectado por el arribo de los talibanes es la educación, y la educación superior en particular. Pocos días después de tomar el poder, el 15 de agosto de 2021, los líderes talibanes anunciaron nuevas reglas para las universidades, incluyendo la enseñanza por separado de hombres y mujeres. Sin embargo, con la excepción de algunas de las universidades privadas, la mayoría de las instituciones suspendieron clases indefinidamente ante la imposibilidad de cumplir con las normas, así como por la fuga del país de miles de profesores y estudiantes. Otros académicos y alumnos, que no pudieron salir al extranjero, han buscado refugio con amigos o familiares dentro de Afganistán ante el miedo de sufrir represalias por parte de los talibanes. Entre las personas que temen por su seguridad se encuentran los investigadores que trabajaron cercanamente con “las fuerzas de ocupación” o que desarrollaron temas considerados tabú por la milicia islamista, como los derechos de las mujeres, la diversidad sexual y la ingeniería genética, entre otros.
Hoy, las 39 universidades públicas permanecen cerradas, afectando a unos 180 mil estudiantes, incluyendo a 50 mil mujeres, aproximadamente, según el medio The National, con sede en Dubái. Los profesores no han percibido su salario desde agosto y los hostales estudiantiles, que proveían de comida a los alumnos, han dejado de operar debido a la escasez de apoyos gubernamentales. Aunque muchas de las 120 universidades privadas siguen operando, se esperan duras reducciones en su matrícula, que ascendía a 190 mil estudiantes en 2021. Mientras tanto, los fondos para la investigación son casi inexistentes, según Nature.
La situación educativa de las mujeres es especialmente alarmante. A pesar de afirmar que las mujeres podrían seguir estudiando, el gobierno ha prohibido el acceso a niñas a partir del nivel secundario, bajo el argumento de que aún no existen condiciones para hacer cumplir la ley islámica, o sharía, según la agencia France 24. Según la interpretación ultraconservadora de los talibanes, la sharía exige la estricta separación de hombres y mujeres en todos los espacios, incluyendo el educativo.
La primera vez que los talibanes gobernaron el país, entre 1996 y 2001, la milicia prohibió el acceso de las mujeres a todos los niveles educativos, así como su participación en la esfera pública. Posteriormente, con la invasión estadounidense, hubo un gran florecimiento en la educación superior. Tan solo en la capital afgana, el número de estudiantes universitarios creció de 4 mil a unos 120 mil en 2018, mientras que la proporción de mujeres estudiantes y académicas subió de 0 a 30 por ciento durante aquel periodo, según un reporte de la ONU (Education in Afghanistan: Decades of Progress Provide Hope for the Future, de noviembre de 2021). Además, más de 17 mil afganos salieron a estudiar a países cercanos como Kazakstán y Kirguistán.
La fuga de cerebros
El escenario cambió drásticamente con el regreso de los talibanes y el éxodo masivo de estudiantes y académicos universitarios. En los últimos meses, las distintas asociaciones internacionales que se dedican a buscar plazas en el extranjero para académicos en riesgo han recibido más de 2 mil solicitudes por parte de afganos, según University World News. Sin embargo, solo han conseguido plazas para varias docenas de académicos afganos en Estados Unidos y Europa.
Mientras tanto, algunos estudiantes de Afganistán han logrado seguir sus estudios en línea, tanto dentro como fuera del país. Tal es el caso de los más de mil alumnos de la Universidad Americana de Kabul. La institución, creada en 2006 con fondos de la Agencia de Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID), tuvo que cerrar sus instalaciones ante la llegada de los talibanes. En los últimos meses, la mitad de sus estudiantes se ha refugiado en países como Iraq, Kirguistán y Estados Unidos, además de Alemania, Francia, Chile y Ruanda, países donde han continuado las clases en línea, según CBS News. En algunos casos, la universidad ha realizado acuerdos con universidades americanas de otros países, como Iraq, para que los alumnos puedan tomar clases presenciales además de las virtuales.
No ha sido fácil seguir operando la universidad, con alumnos esparcidos por todo el mundo (todas las clases siguen el horario de Kabul). No obstante, la situación es particularmente difícil para los estudiantes dentro de Afganistán, quienes tienen que esconder sus actividades académicas por miedo a sufrir represalias. Todo en medio de la peor crisis económica y alimenticia en memoria reciente.
La negación gubernamental
Hasta ahora, los talibanes se mantienen desafiantes ante la creciente alarma internacional por la situación humanitaria del país. En una respuesta escrita, enviada a CNN, el vocero talibán Zabihullah Mujahid aceptó los “problemas económicos” pero negó tajantemente que el país enfrentara una crisis alimenticia. “Nadia se va a morir de hambre y las ciudades están llenas de comida”, afirmó a finales de diciembre, contradiciendo las imágenes, en los medios internacionales, de niños famélicos al borde de la muerte. A su vez, su gobierno culpa a la comunidad internacional, y a Estados Unidos en particular, de provocar los problemas económicos. Es una estrategia bastante cínica, pero también certera. Sin la pronta acción de la comunidad internacional, millones de personas podrían morirse de hambre en las próximas semanas o meses. Por ello, es momento de priorizar la vida de las personas por encima de la geopolítica o de la lucha contra el terrorismo. Inclusive, puede ser una mejor forma de ganar adeptos en Afganistán que la guerra.