Con la llegada al poder de los talibanes, hace un año, Afganistán se convirtió en el único país del mundo en negar el acceso a las mujeres a la educación media superior. Miles de niñas, entre 15 y 18 años, han visto su futuro colapsar ante la oleada de restricciones draconianas impuestas por el grupo ultra islamista que ve a las mujeres como sujetos sin derechos y propiedad de sus familiares varones. A su vez, las universidades afganas permanecieron cerradas durante seis meses hasta que el régimen impuso un estricto sistema de segregación de los sexos que ha reducido el tiempo de aula a la mitad. Aunado a ello, una profunda crisis económica ha castigado los presupuestos universitarios y puesto a los académicos en jaque.
El 15 de agosto se cumplió el aniversario de la toma de la capital, Kabul, por los talibanes y, con ello, el comienzo del “segundo Emirato Islámico de Afganistán”. Ahora el panorama del país y, para las mujeres afganas en particular, es cada vez más desolador. Un creciente número de mujeres han sido encarceladas por “crímenes a la moral”, muchas veces por osarse a salir en público sin ser acompañadas por un familiar varón o por denunciar violaciones sexuales, según un nuevo informe de Amnistía Internacional (“La muerte en cámara lenta: Mujeres y niñas bajo el régimen talibán”, 27 de julio). Otras han sido brutalmente golpeadas o asesinadas por manifestarse contra la prohibición de asistir a la escuela y las demás restricciones, según el informe.
Una muerte anunciada Durante las primeras semanas del nuevo régimen, todos las escuelas y universidades permanecieron cerradas mientras los talibanes consolidaron su control sobre el país. En septiembre de 2021 se reabrieron los colegios preuniversitarios, pero solo para varones. La educación para niñas tendría que esperar hasta que se pudiera asegurar el “pudor islámico”, según el portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid.
Para muchos afganos y observadores internacionales, fue la confirmación de sus peores miedos: que el grupo militante rompería su promesa de respetar los derechos de las mujeres, incluyendo el acceso a la educación en todos los niveles. La última vez que los talibanes gobernaron Afganistán, entre 1995 y 2001, impusieron su versión fundamentalista de la ley islámica, o sharía, prohibiendo el acceso de las mujeres a los trabajos, los espacios públicos y las escuelas. No obstante, en las negociaciones con el gobierno estadounidense, habían prometido implementar un sistema de gobernanza más incluyente, a cambio de la retirada del país de las tropas de Estados Unidos.
La realidad ha sido muy diferente. Si bien los talibanes han permitido a las niñas menores de 15 años asistir a la escuela en la mayoría de las provincias (en algunos casos, solo las menores de 12 pueden acudir), están lejos de cumplir con su palabra. El 21 de marzo, el régimen anunció que reabriría las escuelas media superior para niñas, pero se retractó dos días después. Ahora, miles de niñas afganas, que crecieron bajo el periodo de relativa libertad de la ocupación estadounidense, están atrapadas en el limbo. Sin título de bachillerato, no podrán cumplir sus sueños de cursar una carrera universitaria.
En algunas regiones del país, operan escuelas privadas clandestinas, vía Internet o presenciales, cuyos directivos se arriesgan a represalias por parte de los talibanes. No obstante, son muy pocos los estudiantes cuyas familias pueden costear las colegiaturas y que tienen acceso a la red informática o celulares inteligentes para poder conectarse a las clases en línea.
La academia en crisis La educación superior afgana también está en crisis después de vivir su mejor época en la historia. Entre 2001 y 2021, el número de universidades creció de 8 a 39, y se abrieron 128 instituciones privadas, según The Diplomat. La matrícula universitaria creció exponencialmente durante el periodo, de 8 mil a 400 mil estudiantes, con la cuarta parte siendo mujeres; además, organizaciones internacionales invirtieron millones de dólares en programas de investigación e intercambio científico. No obstante, con la llegada de los talibanes, la academia entró en shock. Miles de estudiantes y académicos se fugaron del país por miedo a sufrir represalias y la ayuda internacional prácticamente desapareció.
A pesar de la solidaridad inicial, menos de 10 por ciento de los académicos afganos ha podido conseguir trabajo en universidades extranjeras, según la organización Académicos en Riesgo (Scholars at Risk, o SAR, por sus siglas en inglés), que ha tramitado cientos de solicitudes a favor de afganos. Y la situación se ha vuelto aún más complicada desde la invasión rusa a Ucrania, y el subsecuente éxodo de académicos de ese país.
Mientras tanto, los académicos y estudiantes que se quedaron en Afganistán enfrentan un panorama bastante incierto. Las universidades apenas empezaron a funcionar en febrero, cuando se implementó un sistema de clases segregadas: los hombres y las mujeres asisten en turnos distintos, de tres días cada grupo. A su vez, las clases para mujeres solo pueden ser impartidas por profesoras o profesores de edad muy avanzada, una situación que ha limitado severamente el acceso de las estudiantes a ciertas disciplinas.
La situación para los profesores también es muy precaria. Los del sector público han sufrido recortes salariales de hasta 70 por ciento (cuando sí los pagan) y deben trabajar turnos de hasta 12 horas al día, 6 días de la semana, según University World News. Además, tienen prohibido impartir clases en instituciones privadas —una práctica que antes les permitía aumentar sus ingresos—. Por su parte, muchas universidades particulares han tenido que cerrar debido a la crisis económica y la falta de estudiantes, según Asia World News.
La impotencia internacional La comunidad internacional aún no ha encontrado una estrategia efectiva para presionar al gobierno talibán para que garantice los derechos educativos de las mujeres. En marzo, el Banco Mundial suspendió la entrega de mil millones de dólares destinados a atender los problemas más urgentes de Afganistán, incluyendo la educación. El banco alegó que, sin la cooperación de los talibanes, no podría “estar seguro de cumplir sus metas”. El mismo mes, el gobierno de Estados Unidos canceló una reunión con oficiales talibanes, argumentado la falta de cooperación en temas prioritarios, según la revista The Diplomat.
Por su parte, la Unión Europea denunció la decisión del grupo ultra islamista de mantener cerradas las escuelas para niñas, afirmando que “erosiona aún más las posibilidades de los talibanes de conseguir la legitimidad, la cual solo se puede ganar con gobernanza incluyente y responsable, en vez del uso de la fuerza y la violencia”, según la misma revista, con sede en Washington D.C. No obstante, tales críticas caen en oídos sordos.
Ante el vacío diplomático, han surgido algunos esfuerzos aislados por parte de universidades en el extranjero con el fin de abrir espacios para alumnas y alumnos afganos. La Universidad Americana de Afganistán, que tuvo que cerrar su campus en Kabul con la llegada de los talibanes, sigue reclutando alumnos para estudiar en línea o en sus sedes temporales en Doha y Venecia. Asimismo, la Universidad Asiática de Mujeres, en Bangladesh, anunció 500 nuevas becas para estudiantes afganas, en adición a las 200 que otorgó a partir de la primavera de 2022.
Sin embargo, estos programas solo atenderán a una fracción de la demanda de estudios universitarios. Los demás estudiantes enfrentan un futuro bastante incierto, ante las políticas cada vez más restrictivas e islamistas del régimen. Hay rumores de que los talibanes limitarán los programas universitarios para mujeres a las áreas de salud y educación, según The Guardian. Mientras tanto, el requisito de cursos enfocados en “la civilización islámica” se ha incrementado, de uno o dos por carrera a 24, según el diario inglés.
El nuevo currículo, junto con las reglas represivas para mujeres, ha diezmado las esperanzas sobre un talibán nuevo, más moderno. Algunos analistas inclusive han sugerido que la narrativa de un “nuevo talibán” fue creada por los oficiales estadounidenses para aplacar sus culpas por haber abandonado el país a su suerte. Urge que la comunidad internacional encuentre una estrategia más realista y eficaz para apoyar a la comunidad afgana y, sobre todo, a sus mujeres.