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Alejandro Márquez Jiménez

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¿El dinero es o no un problema central?

Márquez-Jiménez, A., (febrero 15, 2007). ¿El dinero es o no un problema central?. Suplemento Campus Milenio. Núm. 212 2007-02-15

El documento de Otto Granados Roldan, titulado: "Educación: el dinero no es el problema central" (La Crónica de Hoy, 14, 15, 16 y 17 de diciembre de 2006), tiene la finalidad de mostrar que a pesar de que durante las últimas dos décadas se han venido brindando recursos crecientes a la educación -tanto públicos como privados-, este incremento no ha tenido un impacto directamente proporcional en una serie de indicadores, entre los que se encuentran: la calidad de la educación, el ingreso per cápita, la productividad laboral y las evaluaciones internacionales, entre otros. A juicio del autor, esta situación es suficiente para concluir que el dinero no es el problema central del sistema educativo, sino la falta de eficiencia en el manejo de los recursos.

Considerando que los argumentos a favor de reducir la participación del Estado en el financiamiento educativo no son novedosos y que éstos generalmente reaparecen en fechas cercanas a la elaboración del Presupuesto de Egreso de la Federación (PEF), este documento tiene el objetivo de brindar información que permita matizar al menos dos de las aseveraciones que comúnmente se plantean como argumento para considerar que el dinero no es un problema central del sistema educativo. Cabe advertir, que la intención es aportar más elementos a esta discusión y de ningún modo, justificar la falta de eficiencia, eficacia y equidad, que se presenta en el funcionamiento del sistema educativo y que, antes bien, constituyen otros problemas centrales que lo afectan.

Primera aseveración: el gasto educativo -público y privado- ha crecido considerablemente durante las últimas décadas.

En cierta forma esta aseveración es correcta, pues diversos indicadores muestran que el gasto público y privado destinado a la educación ha aumentado paulatinamente durante los últimos años. Incluso, algunos de ellos han alcanzado su nivel más alto en la historia del país. Como puede observarse en la gráfica 1, en términos reales los diversos rubros del gasto educativo aumentaron desde 1990 a la fecha. Aunque se percibe un drástico descenso en los rubros del gasto público en educación debido a la crisis económica de diciembre de 1994, éstos recuperaron su nivel en 1997 y, a partir de esa fecha, presentaron tasas anuales de crecimiento de entre 6.1 y 7.2%. Por su parte, el gasto privado muestra un rápido incremento entre 1995 y 1996, que es coincidente con un cambio en la metodología de estimación de este tipo de gasto, por lo cual, los datos en este rubro dejaron de ser comparables entre esas fechas. No obstante, considerando que a partir de 1996 se mantiene la misma metodología, se observa que el gasto privado en educación creció en términos reales a una tasa anual de 12% entre esa fecha y 2006. (Ver gráfica 1).

. . Fuente: Anexo Estadístico del VI Informe de Gobierno, 2006.


Por su parte, en el cuadro 1, también se aprecia que entre 1990 y 2006, en términos relativos los diversos rubros de gasto educativo (nacional, público y privado) aumentaron su magnitud como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB). Asimismo, el gasto público en educación como porcentaje del gasto público y como porcentaje del gasto programable, creció durante el periodo. Conviene advertir, sin embargo, que aunque en 2006 las cifras del gasto educativo muestran un comportamiento un tanto diferente a la tendencia observada en los cinco años precedentes -en relación con el PIB desciende su participación y aumenta con respecto al gasto público y al gasto programable-, las cifras son resultados de estimaciones y hasta el próximo informe se podrán conocer estos datos con mayor precisión. (Ver cuadro 1)

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Basados en esta información se puede concluir que el gasto educativo ha aumentado durante los últimos años; no obstante, para conocer el panorama completo del comportamiento del gasto educativo es necesario tomar el cuenta la evolución del gasto por alumno, pues dicho indicador es el que relaciona el volumen del gasto con el crecimiento experimentado por la matrícula escolar. Al respecto, en la gráfica 2, se aprecia que el gasto nacional y el gasto público por alumno crecieron a una tasa anual de 11.1% y 13.6%, respectivamente, entre 1990 y 1994. Por efecto de la crisis de 1994, los indicadores disminuyeron, pero el gasto nacional recuperó rápidamente el nivel que tenía antes de la crisis (1996), mientras que el gasto público por alumno tardó dos años más en recuperarse (1998). Entre 1997 y 2000, las tasas anuales de crecimiento fueron de 6.4% y 4.9%, para el gasto nacional y público, respectivamente; mientras que en el periodo 2000-2006, las tasas anuales de crecimiento disminuyeron a 1.7% y 1.6%, correspondientemente. Como puede observarse, con excepción del momento más grave de la crisis de 1994, durante los últimos años este indicador ha experimentado un menor crecimiento; incluso, se aprecia que durante los últimos cuatro años se ha mantenido casi el mismo nivel. En suma, hasta aquí se observa que el crecimiento experimentado por el gasto educativo, principalmente durante el último sexenio, sólo ha sido suficiente para mantener la misma magnitud de gasto por alumno matriculado. (Ver gráfica 2)

. . Fuente: Anexo Estadístico del VI Informe de Gobierno, 2006.


Con todo, el gasto público por alumno no ha seguido la misma tendencia en los distintos niveles y modalidades educativas. Por ejemplo, en la gráfica 3, se puede apreciar que durante los últimos años hay un descenso de este indicador que afecta especialmente a la educación superior, media superior (en sus dos modalidades) y educación secundaria. Por lo tanto, es posible considerar que en estos niveles y modalidades educativas el crecimiento del gasto público educativo que se ha experimentado durante los últimos años ha resultado insuficiente para mantener el nivel de gasto por alumno que se había alcanzado en 1994 (fecha en que alcanzó el nivel más alto en el periodo considerado); así como el logrado en otros años (1993, 1995, 2001 y 2002). (Ver gráfica 3)

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Por otra parte, es difícil considerar que los recursos destinados a la educación son suficientes cuando persisten importantes rezagos educativos en el país. Al respecto, las tasas brutas de cobertura educativa indican que todavía no se atiende a 32% de los niños en edad de asistir a preescolar, 4% en primaria, 9% en secundaria, y 41% en educación media superior. En la educación superior, esta situación es aún más grave ya que de cada 100 jóvenes sólo 25 de ellos asisten a las instituciones educativas de este nivel (licenciatura o técnico superior universitario); y en posgrado, considerando al grupo de edad entre 24 y 26 años, la cobertura es de sólo 3% (Ver gráfica 4).

. . . II Conteo de Población y Vivienda 2005; Anexo Estadístico del VI Informe de Gobierno, 2006.

Es claro que la calidad de la educación no responde directamente a la magnitud de los recursos que se destinan al sector, pero todavía tenemos graves problemas de cobertura que ubican a los recursos en un punto central de los problemas educativos que enfrenta el país. A lo anterior, hay que añadir que características tales como: el tamaño de la población total del país, la estructura de edades, la dispersión de la población en localidades pequeñas y/o de difícil acceso, entre otras cosas, genera condiciones diferentes para atender a la población en edad escolar. Por ejemplo, la dispersión de la población en edad escolar en las localidades rurales, limita la posibilidad de aprovechar economías de escala por niño atendido en los planteles educativos; por ello, para brindar atención a los niños y jóvenes en dichas localidades -donde se considera incosteable construir una escuela-, se han implementado otras modalidades de atención educativa (escuelas primarias multigrado, telesecundarias, telebachillerato) que, en principio, buscan ofrecer una educación de la misma calidad que la que se ofrece en las modalidades convencionales. Sin embargo, paradójicamente los recursos destinados a estas modalidades son más bajos y por ello, generalmente presentan graves carencias (infraestructura y recursos humanos) con respecto a las modalidades convencionales. Por lo cual no es de extrañar que consistentemente los niños y jóvenes que asisten a este tipo de establecimientos se ubiquen en las últimas posiciones en las evaluaciones estandarizadas de desempeño académico.

Segunda aseveración: los indicadores del gasto educativo en México ubican al país entre aquellos que más recursos destinan a la educación.

Retomando información de la OCDE (Education at a glance, 2006) sobre un grupo de países seleccionados, en el cuadro 2, se puede apreciar que aunque los recursos destinados a la educación como porcentaje del PIB y como porcentaje del gasto público permiten ubicar al país entre los que destinan más recursos a la educación, la menor magnitud del PIB de nuestro país, la baja proporción de los recursos que constituyen su gasto público, así como la estructura y tamaño de la población en edad escolar, implica que México se ubique en las últimas posiciones con respecto a la magnitud del gasto educativo por alumno y con respecto a la tasa de cobertura bruta para la población de 15 a 19 años. (Ver cuadro 2)

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En suma, en el periodo considerado, algunos indicadores del gasto educativo aumentaron e incluso, alcanzaron su máximo nivel durante los últimos años; sin embargo, el gasto por alumno no experimentó un cambio similar y actualmente casi presenta el mismo nivel que tenía en 1996 o 1997. Asimismo, los recursos que destina el país por alumno, no son comparables con los que dedican otros países que han ampliado considerablemente su cobertura al grupo de población entre 15 y 19 años.

En contraste con otros países, en México aún tenemos grandes rezagos educativos en términos de cobertura. En educación preescolar y especialmente en los niveles postbásicos, donde los costos por alumno son más altos, se presentan los mayores rezagos. A lo anterior, hay que añadir que actualmente los niveles superiores de educación están siendo intensamente presionados para que mejoren su infraestructura e incorporen el manejo de tecnologías de la información y la comunicación en los procesos de formación (computadora, internet, etc.) de los estudiantes. Por lo demás, en primaria y secundaria donde se han alcanzado mayores tasas de cobertura, se tiene el problema de incorporar a la población que aún no accede, la cual usualmente se encuentra muy dispersa, en localidades de pequeño tamaño y difícil acceso; aunado a ello, se requiere mejorar los servicios en ciertas modalidades educativas que presentan serias deficiencias (escuelas multigrado y telesecundarias), y que principalmente afectan a los sectores sociales más pobres.

Además de estos problemas, la falta de eficiencia de ciertos niveles educativos, que implican un alto costo para lograr un estudiante graduado (debido a los altos niveles de reprobación y deserción); la falta de eficacia para que los niños y jóvenes adquieran los conocimientos, habilidades y destrezas que idealmente les debe proporcionar cada nivel educativo; así como la inequidad que subsiste en la atención y los servicios educativos que se brindan a los diversos grupos de la población, constituyen importantes retos para el sistema educativo. Frente a este panorama, surge la pregunta ¿será posible encontrar solución a estos problemas sin la necesidad de destinar mayores recursos al sistema educativo?




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