La reciente publicación del informe del CENEVAL “La primera etapa 1994-2001” dio a conocer datos muy interesantes. Entre ellos, que la proporción de mujeres que se presentan al Examen General de Ingreso a la Educación Media Superior (EXANI-I) ha venido decreciendo en los últimos años, como también ha decrecido el puntaje promedio que ellas obtienen en la prueba. ¿Quiere ésto decir que la pauta de igualdad numérica entre los sexos, que ya casi se alcanzó en las instituciones de educación superior, corre el riesgo de revertirse? Veamos algunos ángulos del problema.
La equiparación del número de hombres y mujeres en los estudios de nivel superior es un hecho sociológico importante y una característica del desarrollo reciente de la universidad. Además, es un fenómeno bastante general por su común ocurrencia geográfica. En México hoy, el 48 por ciento de la matrícula de licenciatura son mujeres y su proporción supera a la de masculina en ciencias de la salud (60.6%), ciencias sociales y administración (57.0%), y educación y humanidades (66.2%). Aún son minoría en ciencias agropecuarias (27.0%) y en las ingenierías (29.9%). En ciencias experimentales y exactas su proporción se acerca a la paridad (46.1%). De hecho, en el caso mexicano, la incorporación de mujeres a las universidades se dio a pasos acelerados: en 1980 representaban menos del 30 por ciento de la población de licenciatura pero, desde entonces, agregaron cada año un punto porcentual a su representación: en 1985 ya eran el 35%, en 1990 el 40% y en 1995 el 45%. Aunque algunos describieron el proceso como “feminización” de la matrícula, lo que ocurrió realmente fue la simultánea expansión de la población de mujeres y la contracción de la masculina. Por alguna razón, que por cierto no es obvia, los jóvenes comenzaron a eludir los estudios universitarios. En algunos años, en la segunda mitad de los ochenta, fue menor el primer ingreso de varones que en el año precedente. ¿Respondía ese comportamiento a un contexto de crisis económica en el que, pese a todo, habían oportunidades laborales para los jóvenes en el sector informal? Es probable, pero habría que constatarlo con datos más puntuales.
En otras latitudes, el mismo fenómeno despertó el interés de sociólogos, sicólogos y otros especialistas. Por ejemplo, en 1999 T. Mortenson dio a conocer un estudio con el sugerente título “¿Dónde están los muchachos? La creciente brecha de género en educación superior”. Poco después, en 2002, publicó un ensayo en torno a la pregunta “¿Qué anda mal con los chicos?”. En ambos centra su atención en la posibilidad de que, en ambientes sociales agresivos, los varones tiendan a evadir la escuela con una mayor frecuencia que las mujeres, para quienes el entorno escolar sería más fiable en comparación con la calle.
Un cierto conjunto de investigaciones han colocado el foco analítico en las diferencias de rendimiento académico. Los resultados de pruebas internacionales, como el conocido Third International Mathematics and Science Study (TIMSS) aplicado a finales de los noventa con estudiantes de más de quince mil escuelas en 41 países, encontró diferencias pequeñas, pero significativas, en habilidades de matemáticas y ciencias exactas que favorecen al grupo de varones y son más acusadas conforme transcurre la edad escolar. El reporte Gender Differences in Achivement (TIMSS 2000), hace notar, por un lado, que hay aptitudes que escapan de ese patrón, como una mayor capacidad femenina para el álgebra y las ciencias de la vida, y por otro que existe una correlación entre dichos resultados y algunos patrones de género situados en el entorno familiar.
Otros estudios, sin embargo, han demostrado que las diferencias de habilidad para el razonamiento formal, que parecen resaltar a los varones, se contrapesan con capacidades en que sobresale el conglomerado de mujeres, particularmente en áreas de discurso y expresión. Pero sobre todo, en las que B. Jacob denomina “habilidades no cognitivas”, que se refieren a comportamientos en el aula y, en general, al control del entorno escolar y de las relaciones sociales en el mundo de vida académico. Su trabajo “Where the Boys Aren´t: Non-Cognifive Skills, Returns to School and the Gender Gap in Higher Education” (2002), demuestra el peso explicativo de algunas variables no académicas al evitar deserción temprana, lo que relaciona con una mayor probabilidad de supervivencia del grupo femenino en la trayectoria escolar.
No menos importancia tienen los estudios que describen diferencias de género en las estrategias de los estudiantes para elegir carrera, avanzar en ella y conseguir buen éxito. En este renglón cabe referir, para nuestro contexto, el trabajo de J. Bartolucci, Desigualdad social, educación superior y sociología en México (Porrúa, 1994) que, mediante un minucioso seguimiento de trayectorias, confirma la presencia de actitudes diferenciadas por sexo, aunque socialmente configuradas, ante la oferta de estudios superiores. En el mismo sentido, el brillante ensayo de V. Foster, “Gender, Schooling Achievement and Post-School Pathways: Beyond Statistics and Populist Discourse” (1998), en el cual, además de discernir patrones valorativos e identitarios con respecto a la educación superior influidos por el género formula varias cuestiones inquietantes. Entre ellas: ¿la existencia de mujeres exitosas en los estudios universitarios ha contribuido a eliminar las desigualdades de género de la sociedad? y ¿un más numeroso contingente de universitarias se ha traducido en mejores condiciones de empleo profesional para las mujeres, o más bien al contrario? En fin, más allá de estadísticas y visiones populistas, como lo sugiere la autora, es notable la necesidad de estudios que, en efecto, permitan discernir con objetividad las relaciones entre el género y la educación superior.