Como se sabe, en los años recientes, en especial los del actual sexenio, se ha ensanchado la brecha entre el egreso universitario y las posibilidades de absorción del mercado laboral. ¿Qué tanto? Es difícil saberlo con precisión, porque la estadística oficial de empleo y desempleo no ofrece información suficientemente desagregada. Otras fuentes, sin embargo, nos permiten una aproximación a la problemática.
Por ejemplo, el Informe General del Estado de la Ciencia y la Tecnología 2003, publicado por el CONACYT, consigna que hacia 2002 el número de personas que habían terminado el nivel de educación “ISCED5” o superior, que comprende todos los estudios posteriores al bachillerato, había sobrepasado la cifra de seis y medio millones. El dato representa, según la misma fuente, medio millón que el acervo de recursos humanos existente en 2001 y un millón más del correspondiente al año 2000 (Anexo estadístico, cuadro II-9). Si los datos son correctos, el crecimiento de individuos calificados no puede calificarse menos que de espectacular, aunque también es preocupante.
De los seis millones y medio de profesionistas y técnicos, únicamente 3,080.6 (miles), es decir el 47.1 por ciento del total, clasifica su ocupación como una actividad directiva, profesional o técnica, lo que significa que el trabajo que desempeñan se ajusta al nivel escolar alcanzado. Otros 2,174.5 (miles) son personas ocupadas en actividades distintas al desempeño profesional, representan el 33.3 por ciento del conjunto y podrían ser clasificados como titulados subempleados. Además, hay 1,134,230 en condición de “inactividad”, y además 150,959 desempleados. Las últimas cifras suman el 19.6 por ciento restante.
Por su parte, el documento recientemente publicado por la OCDE con el título “Science and Technology Statistical Compendium (enero de 2004), nos permite una comparación internacional que resulta expresiva de la brecha que nos separa de las economías del mundo desarrollado. Con base en los datos ya comentados de CONACYT, el reporte de la OCDE confirma que menos de la mitad de los egresados de nuestra educación terciaria está incorporada al sector laboral que corresponde al trabajo profesional. En contraste, todos los países de la organización, menos Turquía, Corea y Japón cuentan con una absorción laboral del grupo de egresados universitarios superior al 90 por ciento, y en estos últimos tres países la proporción es superior al 80 por ciento.
Además, siguiendo la comparación con los países de la OCDE, las economías más fuertes presentan estructuras laborales en que la proporción de profesionales y técnicos es altamente significativa. Como promedio, una cuarta parte del empleo total se integra con ocupaciones que requieren educación superior. En el extremo superior, la fuerza laboral canadiense está conformada por un 45 por ciento de trabajadores con educación superior al bachillerato; en España la proporción alcanza el 30 por ciento y en países como Islandia, Grecia o Luxemburgo cubre más del 20 por ciento. En México, menos del 8 por ciento de la población ocupada cuenta con estudios terminados en los ciclos superiores al bachillerato. La distancia realmente es enorme.
¿Qué significan estas magnitudes? Por un lado, las universidades y demás instituciones que comprende el nivel, están formando un número creciente de profesionales y técnicos, aunque tal vez insuficiente para la satisfacer la demanda social de estudios superiores. Pero el mercado no los puede consigue absorber en empleos relevantes. Ello se debe, claro está, al minúsculo tamaño del nuestro sector laboral para técnicos y profesionales, así como a la estrechez de miras del actual gobierno para invertir en actividades científicas y tecnológicas.
Además de que, como se sabe, la inversión pública y privada en ciencia y tecnología no sobrepasa en México el medio punto porcentual del PIB, la proporción de empleados en actividades de investigación y desarrollo ronda acaso el uno por ciento de la fuerza laboral total. En contraste, los países de la Unión Europea cuentan con más de 10 por ciento de trabajadores en esas actividades y aún países como Polonia o Portugal superan la franja de 5 por ciento.
En definitiva, las universidades no son “fábricas de desempleados” porque el problema del desempleo radica principalmente en la ausencia de inversión, pública y privada, así como en el seguimiento de políticas incapaces de incidir positivamente en el empleo. El Estado ha logrado convertirse en un des-empleador y de ello no puede culpar a las instituciones académicas.
No menos falaces resultan hoy los argumentos que proponen la “canalización” de la demanda de estudios universitarios hacia áreas profesionales y técnicas que muestran, en el sector laboral correspondiente, evidentes síntomas de estancamiento, cuya reactivación requeriría un cambio fundamental de estrategia económica y un nuevo modelo de desarrollo. En tanto, las profesiones liberales tradicionales, aparentemente saturadas, siguen brindando opciones de colocación ¿Discutimos cifras?