En 1964 la editorial francesa Les Éditions de Minuit publicó el libro de Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron Los herederos: los estudiantes y la cultura.. La primera traducción al español apareció en 1969 en la editorial Labor (Barcelona), mientras que la primera en inglés demoró hasta 1979 y le fue asignado el título “The Inheritors: French Students and their Relations to Culture” (Universidad de Chicago). En noviembre del año pasado, Siglo XXI de Argentina lanzó una edición conmemorativa, a cuarenta años de la publicación original.
La idea central de la obra consiste en demostrar que, pese a una aparente condición de igualdad de oportunidades de acceso al ciclo universitario, los estudiantes que provienen de clases subalternas están en desventaja respecto a los que poseen un origen social privilegiado. Para los autores no es suficiente la constatación estadística de asimetrías sociales en el contingente universitario. Se proponen, en cambio, establecer una explicación plausible sobre los mecanismos que, desde la sociedad y la escuela, provocan el fenómeno y lo amplifican en el transcurso del ciclo escolar.
Con el apoyo de estadísticas generales y de estudios sobre poblaciones específicas, Bourdieu y Passeron hacen notar, en primer lugar, que las probabilidades de acceso a la universidad por parte de los hijos de trabajadores son notablemente inferiores. También constatan que la elección de áreas profesionales tiene un distinguible sello de clase, y que el peso de la selectividad mantiene presión en el tramo escolar, lo que es evidente en el sesgo social observable en las tasas de egreso, deserción y retardo en la trayectoria.
El proceso de “elección de los elegidos”, como denominan a la reproducción de pautas de desigualdad social en el ámbito universitario, es estructural e inherente a la cultura escolar. Por lo tanto, permanece oculto bajo la apariencia de un sistema igualitario. De ahí se sigue que “el sistema escolar puede asegurar la perpetuación del privilegio por el solo juego de su propia lógica; dicho de otro modo, puede servir a los privilegiados sin que los privilegiados deban servirse de él” (pág. 45).
No obstante su carácter estructural, la reproducción de la desigualdad ocurre en un espacio de competencia, lo que obliga a los “elegidos” a refrendar su condición de privilegio, y asimismo da lugar a que algunos estudiantes de origen social desfavorable consigan remontar sus desventajas. Este fenómeno, que ocurre como excepción a una regla general, no hace sino reforzar, en opinión de los autores, la fuerza ideológica de las pautas de selección sancionadas por la escuela.
Los procesos de selección descritos son particularmente claros en aquellas disciplinas que exigen de los estudiantes el bagaje cultural característico de los grupos sociales más ilustrados. En este aspecto, las carreras de humanidades figuran como un arquetipo del modo de exclusión cultural que los autores analizan en la obra. La forma como el código cultural del grupo dominante se impone como la única opción cultural válida, ocasiona que “para unos, el aprendizaje de la cultura de la elite (sea) una conquista, pagada a alto precio; para otros, una herencia que encierra a la vez la facilidad y las tentaciones de la facilidad” (pág. 41).
En los capítulos segundo y tercero son analizadas, con enfoque antropológico, las culturas escolares de acuerdo con las posiciones sociales de los alumnos. La universidad se vive diferente según el origen de clase, y son igualmente distintas las expectativas, actitudes y comportamientos de los estudiantes en virtud de sus marcos sociales de referencia. A pesar de su profundidad, la impronta social en las culturas estudiantiles dista de ser obvia.
El caso de los estudiantes de letras, estudiado por los autores, es ilustrativo de la densa red de relaciones simbólicas en que toma lugar la formación de las identidades que antecede al ejercicio profesional. Esta complejidad se deriva, según Bourdieu y Passeron, de que “las ideologías y las imágenes que suscita la relación tradicional con la cultura condenan a la práctica universitaria, sea profesoral o estudiantil, a aprehender lo real sólo de manera indirecta o simbólica” (pág. 76). El paso por la escuela es percibido mediante una sensación generalizada de “irrealidad” aunque, en tal percepción, convergen actitudes socialmente diferenciadas: mientras los estudiantes de origen burgués viven la experiencia universitaria como una fase exploratoria, los de grupos sociales desfavorecidos expresan en dicha sensación de “irrealidad” su incertidumbre ante el futuro.
En Los herederos está presente, en forma germinal, el repertorio de conceptos que más adelante los autores, en particular Pierre Bourdieu, utilizarán para ahondar en el campo educativo como una instancia fundamental del proceso de reproducción de la desigualdad social. La obra abrió paso a una corriente de pensamiento fundamental en el devenir de la sociología de la educación, por ello conviene conocerla o revisarla. También porque la propuesta con que concluye mantiene vigencia ¿Cuál es la alternativa a la educación reproductora del privilegio social? preguntan los autores al final del libro, y responden “una enseñanza realmente democrática, es decir aquella que se propone como fin incondicional permitir al mayor número posible de individuos el adquirir en el menor tiempo posible, lo más completa y perfectamente posible, el mayor número posible de las aptitudes que conforman la cultura educacional en un momento dado” (pág. 113).