En materia de políticas educativas no hay grandes misterios ni atajos ni fórmulas mágicas. Para superar la calidad de la educación hace falta mejorar sistemáticamente la preparación de los maestros, desarrollar adecuadamente el currículum y la infraestructura escolar, así como la gestión y administración de la organización educativa. La experiencia internacional lleva a la conclusión que la reforma educativa, para que rinda resultados, requiere desarrollar planes de mediano y largo plazo, así como canalizar al sistema recursos a la altura de los propósitos buscados.
Entre los casos nacionales en que se cumplen los supuestos mencionados destaca el de Corea del Sur, que en relativamente corto tiempo —aproximadamente cuarenta años— ha logrado resultados educativos que se comparan con los de naciones mucho más desarrolladas desde el punto de vista económico o con más amplios procesos de consolidación institucional.
Es bastante conocido el éxito del sistema escolar de Corea en el campo de la educación básica. Además de haber conseguido universalizar los servicios educativos en los niveles de primaria, secundaria y bachillerato, los estudiantes de ese país alcanzan resultados que se comparan con los mejores sistemas en el plano mundial. Además, se reconoce como un caso prácticamente ejemplar el desarrollo de la educación media tecnológica coreana no sólo por el nivel de cobertura y calidad del subsistema, sino por la estrecha vinculación desarrollada con el aparato productivo-tecnológico del país.
No menores son los logros recientes que se han alcanzado en el nivel superior, es decir la enseñanza superior y el posgrado. Hacia 1960 la matrícula de educación superior en Corea era de apenas 100 mil estudiantes. Doscientos mil en 1970, 650 mil en 1980, 1.7 millones en 1990, 3.5 millones en el año 2000 y casi cinco millones en l actualidad. Para comparar, nótese que hasta los años noventa el crecimiento del sistema universitario coreano había sido inferior del de países como México o Brasil.
Ya en el año 2000 la tasa de cobertura de la educación superior superaba en Corea el nivel de 50 por ciento. Al presente los indicadores de cobertura expresan una tasa bruta superior a 80 por ciento del grupo de edad relevante (19 a 23 años), así como un nivel de acceso superior a 80 por ciento de cada cohorte de egreso del nivel medio superior. Estos datos significan que Corea se encuentra, en materia de cobertura, a la par de países como Estados Unidos, Japón y los países europeos más desarrollados en este renglón. Y desde luego ya muy lejos de los niveles de cobertura logrados en la región latinoamericana.
No todo ha sido efecto de las políticas gubernamentales. Conviene advertir que el crecimiento de la educación superior coreana ha obedecido, en buena medida, a la inversión privada: casi 80 por ciento de la matrícula total corresponde a IES del sector de instituciones particulares, la mayoría de ellas creada para responder a una demanda en fuerte crecimiento. También conviene hacer notar que hasta muy recientemente la educación superior no fue una prioridad financiera para la política educativa de Corea. Pero las cosas parecen estar cambiando de dirección.
El sistema de educación superior de Corea consta, en la actualidad, de 182 universidades con programas de cuatro años. En ellas se inscriben 1.8 millones de estudiantes por año. El subsistema tecnológico (18 universidades industriales y un colegio técnico) participa con más de 200 mil alumnos por año. Hay también 158 instituciones con programas de dos años en el sistema Junior College que absorben casi un millón de estudiantes por año, una universidad a distancia con una matrícula anual de 230 mil alumnos y 17 Cyber-Colleges, que reportan una inscripción anual del orden de 40 mil alumnos por año.
Una vez alcanzado el nivel de cobertura ya comentado, la prioridad gubernamental está centrada en el desarrollo de opciones de alta calidad académica. Al respecto, el programa líder, al que más recursos se están destinando, es el denominado National Project Toward Building World Class Universities, también conocido como World Class Universities (WCU).
El núcleo de este programa, subsidiado con fondos fiscales, tiene dos objetivos: lograr competitividad internacional en educación superior en áreas relacionadas con la industria y en campos interdisciplinarios, y transformar las universidades coreanas en instituciones de educación superior e investigación científica de clase mundial. Se tiene la meta de que, al finalizar la segunda década de este siglo, al menos 100 universidades coreanas figuren entre las primeras quinientas del ranking mundial.
Entre las herramientas y procesos en desarrollos destacan: establecer una planta docente de nivel mundial; asegurar niveles de excelencia de académicos y estudiantes; desarrollar un ambiente escolar del máximo nivel académico posible; asegurar que la planta académica cuenta con condiciones de trabajo seguras y estables; contar con mecanismos para la contratación de profesores e investigadores de nuevo ingreso que sean competitivos a nivel mundial.
La agenda de políticas y acciones en torno al proyecto es amplia e incluye temas de cooperación internacional (redes y proyectos internacionales de investigación), temas de vinculación con la industria, principalmente en las áreas en que Corea ha logrado desarrollos importantes, y temas que atienden a la problemática de la internacionalización de la planta académica, el estudiantado y la producción universitaria. En este último renglón se incluye una de las medidas más controvertidas: que las universidades que participen en el proyecto utilicen la lengua inglesa en la impartición de cursos y conferencias, así como en publicaciones académicas y en las tesis de los alumnos.
El año pasado se aprobó para este proyecto un total de 4.1 mil millones de dólares, así que la cosa va en serio. Este presupuesto significa, nada menos, que una cuarta parte del presupuesto gubernamental en educación superior.