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Roberto Rodríguez Gómez

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Universidad y ciudad

Rodríguez-Gómez, R. (agosto 05, 2004). Universidad y ciudad. Suplemento Campus Milenio. Núm. 91 2004-08-05

Desde su origen, el desarrollo de la universidad ha sostenido estrecha relación con el desenvolvimiento de las ciudades. En la Europa medieval, desde la fundación de la universidad de Bolonia en el siglo XII, la creación de universidades en los principales centros urbanos es un fenómeno que se repetirá hasta la proliferación. Antes de concluir el siglo XV sumaban más de ochenta las universidades en la zona que se extiende desde el mediterráneo hasta Suecia (Upsala) y de las orillas del atlántico hasta Cracovia. Aparte de sus reconocidas funciones de conocimiento y formación de profesionales, las universidades de la alta edad media cumplieron un papel determinante en la configuración de la “red” urbana, cultural y política de occidente al “unir las pequeñas patrias ciudadanas con el universalismo de las grandes concepciones políticas y religiosas” [F. Cardini et al., Universidades de Europa, Anaya, Madrid, 1991].

Es interesante constatar que la relación histórica entre universidad y ciudad es bidireccional: las universidades se desarrollaron en ciudades porque el medio urbano ofrece condiciones adecuadas para actividades centradas en el cultivo intelectual y el desempeño profesional pero también porque brindan respuestas a necesidades específicas de las ciudades. No son infrecuentes los casos en que la expansión de la ciudad se derivó, precisamente, del peso específico de la universidad en ella enclavada. La propia Bolonia, así como Oxford, Salamanca y en alguna medida París ejemplifican tal dinámica.

El sociólogo norteamericano Randall Collins, en uno de los varios trabajos que dedica al tema, hace notar que entre los siglos XVI y XIX se verifica en Europa un ciclo de decaimiento de la institución universitaria. Según el autor, el fenómeno se explica por dos razones fundamentales; la primera por una suerte de espiral inflacionaria de los costos asociados a la adquisición de los grados en condiciones de saturación del mercado de las profesiones. Por otro lado, porque el desarrollo político de las naciones europeas encontró formas sustitutivas para cumplir con algunas de las funciones sociales concentradas, hasta ese momento, en el clero y sus instituciones [R. Collins, Four Sociological Traditions, Oxford Press, 1994]. Como se sabe, la crisis universitaria habría de ser remontada gracias a la secularización del conocimiento y por la actulización de los acuerdos entre Estado y universidades en una nueva matriz política, social y cultura.

En América Latina el proceso fue un tanto distinto. Las universidades se fundaron como parte del proyecto colonial y respondieron, primariamente, a intereses metropolitanos. Sin embargo, en ellas se incubaron también ideas que, más adelante, abrirían campo intelectual al debate sobre las independencias nacionales. Lo más importante es que, tanto como en Europa, las universidades del Nuevo Mundo sirvieron de cemento cultural para la formación de las profesiones indispensables en el funcionamiento de las ciudades. Antes que nada, las capitales virreinales y posteriormente las sedes urbanas de la jerarquía eclesiástica.

Como se advierte, el tema de la relación entre ciudad y universidad tiene una profunda raíz histórica de la que apenas esbozamos trazos generales. No obstante, es también un asunto de plena actualidad. Baste recordar que apenas en 1990 se realizó, en Barcelona, la primera conferencia internacional sobre el tema de las “ciudades de conocimiento”. A lo largo de los noventa, bajo el patrocinio de la OCDE, se llevaron a cabo una serie de estudios, reuniones y debates para dar respuesta a una pregunta fundamental ¿de qué manera debe interactuar la ciudad con la universidad para responder a los desafíos de la sociedad del conocimiento en el siglo XXI?. Desde entonces la bibliografía, así como los proyectos e iniciativas, han encontrado un lugar importante en la discusión académica y política.

Actualmente, en Europa el debate está asociado al proyecto principal de la región: la construcción del espacio europeo de educación superior, mientras que en Estados Unidos uno de los focos centrales de la discusión hace referencia a la buscada renovación de los llamados “colegios comunitarios”. Recientemente el Departamento de Educación y Empleo del Reino Unido publicó un amplio reporte dando cuenta de la experiencia de 19 ciudades y otras localidades urbanas que han seguido iniciativas para establecerse como “ciudades de conocimiento” (véase en DfEE, Learning Towns, Learning Cities, Londres, 1999). En México existen muy pocos estudios sobre el tema, aunque desde luego conviene destacar los trabajos de Sylvie Didou al respecto.

También es digna de mención la iniciativa colombiana denominada “Bogotá Universitaria”, la cual consiste, básicamente, en un ámbito de reunión y discusión entre la autoridad municipal, la cámara de comercio y las universidades públicas y privadas de la ciudad. Aunque el desarrollo de la iniciativa es incipiente, puede decirse que la idea es novedosa al buscar un mecanismo de interlocución que permitirá examinar posibilidades de proyectos comunes en busca de apoyo mutuo, pero sobre todo fincar posibilidades concretas de planeación.

En México se advierte escaso interés sobre la problemática. Al abrirse la Universidad de la Ciudad de México se animó el debate pero no alcanzó la visibilidad deseable. En Monterrey también se ha discutido y forma parte de la agenda del nuevo gobierno, no obstante habrá que esperar proyectos y resultados para comentarlos. Lo cierto es que aún persiste la condición de ciudades de gran tamaño e importancia (León, Cancún o Tijuana para tomar ejemplos evidentes) con muy escasa presencia de estudios universitarios de carácter público. También es cierto que el tema amerita examen y discusión en la arena política. Ojalá se incluya en los debates por venir.




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