Hace 25 años se publicó en Francia La distinction, obra cimera de Pierre Bourdieu, en la que articula una perspectiva amplia y compleja sobre los procesos de reproducción de las desigualdades sociales en el capitalismo avanzado. En esa obra, cuya más reciente traducción al español fue editada por Taurus (Madrid, 2002), se incluye una serie de agudas y documentadas reflexiones acerca del papel de la educación superior en el proceso de generación y recreación de las condiciones que dan soporte, estabilidad y legitimidad a la estructura de dominación prevaleciente.
Uno de los apartados del libro se titula precisamente “Una generación engañada”, y viene al caso en nuestro contexto ahora que saltan a la vista los profundos riesgos inherentes al incumplimiento de las promesas de movilidad y mejoramiento de las condiciones de vida que debieran ocurrir como efecto de las inversiones de tiempo, dinero y esfuerzo que los sujetos depositan en su formación superior.
Señala Bourdieu que “el desajuste entre las aspiraciones que el sistema de enseñanza produce y las oportunidades que realmente ofrece, en una fase de inflación de las titulaciones, es un hecho estructural que afecta, en diferentes grados según la singularidad de las mismas y según el origen social, al conjunto de los miembros de una generación escolar.” (pág. 142), y agrega que “La desilusión colectiva que resulta del desajuste estructural entre las aspiraciones y las oportunidades –entre la identidad social que el sistema de enseñanza parece prometer, la que propone a título provisional, y la identidad social que realmente ofrece, al salir de la escuela, el mercado de trabajo- se encuentra en la base de la desafección con respecto al trabajo y de las manifestaciones de rechazo de la función social, que está en la raíz de todas las fugas y de todos los rechazos constitutivos de la contra-cultura juvenil.” (ídem.).
Según el autor, en condiciones de saturación del sector profesional, las clases más acomodadas tienden a desplegar estrategias de protección, tales como la colocación de los hijos en instituciones privadas, la obtención de títulos que implican un mayor grado de especialización y más años de estudio, la adquisición de competencias agregadas al currículum ordinario, o cualquier otro elemento escolar de diferenciación que justifique sus ventajas originales en el acceso a posiciones en el mercado de trabajo, formalmente abiertas a la concurrencia entre iguales.
Pero, además, se hacen presentes mecanismos formales e informales de clausura profesional. Entre los primeros, se hace referencia al numerus clausus en ciertas carreras, es decir a la práctica de fijar cupos máximos en áreas o programas que son objeto de protección, bajo el argumento de la saturación de plazas en el sector profesional respectivo. En general, el numerus clausus es, más bien, producto de la capacidad de presión de las organizaciones de profesionales para mantener control sobre el gremio y eventualmente evitar el desplome de los precios del trabajo de los profesionistas.
Un mecanismo paralelo al anterior, quizás más sofisticado, se concentra en los procedimientos de admisión establecidos por las instituciones públicas o particulares. A medida que las solicitudes de ingreso se incrementan, las instituciones tienden a elevar y a diferenciar sus requisitos de admisión. Cada vez que se añaden “puntos” para aprobar el examen de admisión, y cada vez que suman requisitos adicionales (idioma, promedio escolar previo, edad, etc.), el corte social se hace más evidente.
Hay también, insiste Bourdieu, mecanismos “informales” de tanto o mayor peso que los instrumentos jurídicos implantados para conseguir un grado de regulación aceptable. El sociólogo se refiere principalmente a los sistemas de relaciones sociales en los que participan los universitarios en tanto miembros de familias que pertenecen, objetivamente, a grupos con capacidades económicas, culturales y aún políticas, diferenciadas. Hace notar que las estrategias de colocación en el mercado profesional gracias a relaciones de amistad o familiares “vienen a unirse o a reemplazar estrategias ya experimentadas, como la concesión de una ayuda financiera directa, especie de herencia anticipada, o la reconversión del capital social de la familia en un rico matrimonio, o también la orientación a mercados menos tensos, donde la rentabilidad del capital económico, cultural o social es más alta.” (pág. 149).
En la interpretación de Bourdieu, las posibilidades de movilidad son permanentemente controladas por las formas de exclusión social que consiguen desplegar los grupos dominantes. Lo aclara muy bien al señalar que las posiciones ocupadas por el grupo privilegiado “son inaccesibles para los siguientes, puesto que, cualesquiera que sean en sí mismas y para ellas mismas, resultan modificadas y calificadas por su rareza distintiva y no serán más lo que son a partir del momento en que, multiplicadas y divulgadas, sean accesibles a unos grupos de rango inferior.” (pág. 163).
Tales condiciones, que son estratégicas por naturaleza, es decir el efecto de mecanismos intencionados de exclusión social, pueden ser aceptadas por los grupos excluidos siempre y cuando existan ámbitos de compensación que mantengan, por así decirlo, viva la esperanza de movilidad a través de la inversión educativa. Por ejemplo, posibilidades objetivas de ingreso a las universidades, y posibilidades objetivas de acceso al mundo laboral, aún en posiciones subordinadas.
Pero, nos advierte el sociólogo francés, al punto en que comienzan a cerrarse las vías de acceso en ambos niveles -el educativo y el laboral-, lo más probable es que los sujetos afectados, los jóvenes estudiantes y los recién egresados, reaccionen rompiendo su adhesión al sistema, lo que “puede hacer posible por ello un verdadero vuelco de la tabla de valores.” (pág. 165). O sea, estamos jugando con fuego.