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Roberto Rodríguez Gómez

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¿Quién mordió la manzana?

Rodríguez-Gómez, R. (septiembre 28, 2006). ¿Quién mordió la manzana?. Suplemento Campus Milenio. Núm. 195 2006-09-28

Con ese título, y el subtítulo "Sexo, origen social y desempeño en la Universidad", el Fondo de Cultura Económica, en coedición con el Centro de Estudios sobre la Universidad y el Programa Universitario de Estudios de Género, acaba de publicar la investigación de Araceli Mingo sobre el tema. El estudio está centrado en estudiantes de la UNAM y gira en torno a la comparación de resultados escolares entre hombres y mujeres.

Se divide la obra en cuatro capítulos. El primero da cuenta del debate académico sobre género y rendimiento escolar a partir de una amplia exploración de la bibliografía. Más que un "estado del arte" de los estudios sobre género y educación, el lector encuentra en esa parte del libro un balance de ideas que, desde distintas perspectivas disciplinarias, constatan la complejidad de la relación entre el sexo de los estudiantes y su desempeño en la escuela. Según se desprende de los estudios examinados por la autora, dicha relación está mediada por una diversidad de factores de naturaleza cultural y social, que dan lugar a ordenamientos de género, cuya comprensión resulta fundamental para interpretar los datos sobre diferencias por sexo en los resultados.

El segundo capítulo, titulado "la diferente composición de la población estudiantil", responde a un par de interrogantes. El primero, cómo ha evolucionado en el tiempo la presencia de mujeres en la Universidad Nacional, es abordado, en primer lugar, a través de información estadística que refiere la proporción de estudiantes mujeres en distintos puntos de la historia universitria. En resumen, mientras que en 1924, primer año de la serie presentada por la autora, sólo 20 por ciento del estudiantado eran mujeres, al finalizar el siglo XX la participación femenina alcanzaba paridad.

En segundo lugar, la autora escudriña la distribución por áreas de estudio y sexo constatando la creciente participación de las mujeres en todas la áreas, tanto a nivel nacional como en el caso de la UNAM. Pero también hace notar que en algunas de ellas, concretamente las ciencias agropecuarias y las ingenierías, prevalece una fuerte mayoría de varones, lo que abre camino a diferentes hipótesis sobre el peso del factor género sobre la elección de carrera.

La otra interrogante del segundo capítulo se refiere al perfil social de estudiantes por sexo. Con base en la información sistematizada en este estudio, se destaca un importante nivel de homogeneidad social entre hombres y mujeres, aunque no deja de haber diferencias interesantes. Por ejemplo, mientras que es mayor la proporción de varones que combinan estudios y trabajo, es todavía mucho mayor la cantidad de estudiantes mujeres que colaboran en el hogar lo cual, desde luego, reproduce a nivel universitario el consabido patrón de género sintetizado en la fórmula de la "doble jornada".

Los capítulos tercero y cuarto consignan la información y los principales resultados de la investigación. En el capítulo tercero, "los datos hablan, las diferencias hacen una diferencia", se presentan los resultados de la combinación de variables (sociales y de trayectoria escolar) incluidas en el estudio contra los resultados académicos, así como el cruce de dichas variables contra el factor sexo. La autora encuentra, como prácticamente todas las investigaciones en el campo, que las variables sociales tienen un peso importante, aunque no absoluto, en la explicación de las diferencias de rendimiento: a mayor capacidad económica de la familia, mejores resultados de los estudiantes; mientras más tiempo pueden dedicar a los estudios, mejores promedios; mientras más regular la trayectoria escolar previa, mejores expectativas de éxito en el nivel superior, y mientras más amplio el respaldo familiar al estudiante mejores sus resultados.

Lo interesante no es tal constatación sino, según se muestra en el estudio de Mingo, la forma como las variables sociales y académicas se imbrican con el factor sexo generando diferencias significativas. Por ejemplo, siendo una pauta general el mejor aprovechamiento escolar de las mujeres, la tendencia se profundiza en presencia de las variables sociales que favorecen el rendimiento. Pero no siempre es el caso, como ocurre en las ingenierías, en que el contingente de varones alcanza mejores promedios que su correspondiente femenino. Para añadir complejidad al panorama, se reporta que en las ciencias naturales y exactas la población de mujeres, minoritaria en la matrícula respectiva, obtiene generalmente mejores resultados con relativa independencia de las variables sociales analizadas.

Lo que el estudio de Araceli Mingo encuentra no es un patrón de género simple, sino uno complejo en que intervienen de manera diferenciada variables de orden sociológico, así como factores que se relacionan con las trayectorias y elecciones vitales de los individuos. Por ello, en el cuarto capítulo del libro, propone una reconsideración de la pregunta central de la investigación. Lo que importa conocer, señala, es cuáles hombres y cuáles mujeres obtienen mejores resultados y por qué.

Así planteada la cuestión, se apunta sobre la necesidad de aproximaciones fundamentalmente de orden cualitativo que abran camino a la indagación de las estrategias de actuación relacionadas con el género, lo que implica un pasaje de los indicadores cuantitativos y las correlaciones a la comprensión de las conductas estratégicas. Ese es un desafío de conocimiento muy relevante, concluye la autora, para avanzar en la comprensión de una de las dimensiones cruciales en la trayectoria universitaria.




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