Comenzó a circular esta semana la versión final del documento “Modelo educativo para la educación obligatoria”, bajo el lema “Educar para la libertad y la creatividad”. El texto consiste en un volumen de 216 páginas y se desglosa en cinco grandes apartados: el planteamiento curricular, la escuela al centro del sistema educativo, formación y desarrollo profesional de los maestros, inclusión y equidad, y la gobernanza del sistema educativo. Cuenta, además, con una sección introductoria, y un capítulo conclusivo, titulado “reflexiones finales: un modelo educativo para el siglo XXI.”
El documento viene a reemplazar al publicado el año pasado bajo el título “El modelo educativo 2016” (ME-2016), que fue objeto de diversas críticas de especialistas y maestros. Para mejorar el planteamiento del año pasado se organizaron diversos foros y consultas, en agosto y septiembre, cuyos resultados fueron sistematizados por el Programa Interdisciplinario sobre Política y Prácticas Educativas del Centro de Investigación y Docencia Económicas (PIPE-CIDE). En la presentación del documento de 2017 se describen las principales diferencias entre el ME-2016 y la nueva versión.
Se indica, al respecto, que esta última desarrolla en forma más sistemática la articulación entre los niveles de estudio, que se explaya en la definición de los perfiles de egreso de cada nivel, y que reconoce la diversidad de los contextos en que se desarrollan las prácticas educativas dando énfasis a la necesidad de adecuar el planteamiento curricular a las escuelas rurales, las comunitarias, las multigrado, las telesecundarias y telebachilleratos, así como a la situación educativa particular de las familias de jornaleros agrícolas y de migrantes.
La introducción inicia con un marco histórico que busca fundamentar la idea del tránsito de un sistema educativo centralista e inflexible a otro, de nuevo cuño, que pretendería reemplazar dicho modelo por otro en que la escuela queda al centro del sistema. Este planteamiento, en la práctica, se concretaría si ocurren los dos supuestos del nuevo modelo educativo: participación de las escuelas en la definición del currículum y efectiva gestión escolar autónoma. Por ahora son apuestas.
Hay que decir que el planteamiento histórico del tema es, al igual que en la primera versión, más bien pobre, que omite varios puntos de inflexión críticos en el desarrollo de nuestro sistema educativo, y sobre todo que, una vez más, prefiere no reconocer que el “nuevo” planteamiento curricular se basa, principal y mayoritariamente, en los planteamientos de la Reforma Integral de la Educación Básica aprobada en 2011 a través del Acuerdo 592 de la SEP.
El contraste entre este modelo y la RIEB era importante no para reconocer el alcance educativo de la mancuerna SEP-SNTE durante los gobiernos del PAN sino para que los maestros y los demás interesados tengan claro en qué aspectos se modifica el currículum vigente y la nueva propuesta. Un solo párrafo de la introducción da por saldado ese elemento: “en 2011 se planteó la Reforma Integral de Educación Básica como una política de formación integral de los estudiantes a partir de un perfil de egreso con aprendizajes esperados. Sin embargo, esas modificaciones curriculares (nota: que siguen presentes en el “nuevo modelo educativo”) resultaron superficiales debido a que los cambios necesarios en la gestión del sistema educativo y en la formación de los docentes no fueron suficientes para dar cabida a una verdadera transformación educativa” (pág. 37). Lo dicho, lo nuevo es la autonomía escolar (cuando ocurra), lo demás es lo que ya se había modificado.
En los años sesenta del siglo pasado ocurrió una transformación de gran calado en materia educativa: la adaptación de las ideas de teóricos como Montessori, Decroly, Freinet, Piaget, Ausubel y otros que, en abierta crítica a la enseñanza de tipo conductista, pugnaban por una renovación pedagógica y didáctica centrada en las necesidades y oportunidades de aprendizaje de los alumnos, en una activa participación de los educandos en los procesos instruccionales, así como en la importancia de la experiencia práctica para el dominio de los conocimientos. En paralelo a esta vertiente, que ha resultado inspiradora del nuevo modelo curricular en nuestro contexto, se desarrolló otra, que sería conocida como pedagogía crítica, cuyos representes más señalados eran Paulo Freire y Henry Giroux. ¿Qué de esta vertiente está recogido en el planteamiento de la SEP?, muy poco, casi nada.
¿Laicidad o humanismo?
Una última observación, de primera lectura. Hay algo que falta y es muy significativo: un desarrollo conceptual sobre la laicidad, tema clave en la definición educativa de nuestro país. Es una ausencia evidente, valga el oxímoron. Al revisar el texto con el buscador de palabras, sólo una vez (sin contar la sección de glosario) aparece el término laico, y solo para señalar que el nuevo planteamiento curricular “implica un planteamiento renovado que asegure la vigencia de la educación laica, gratuita y de calidad que imparte el Estado” (pág. 187).
El lugar semántico de la laicidad es ocupado, en el nuevo modelo educativo, por la noción de educación con sentido “humanista”, lo que quiere decir sensible a los derechos humanos, respetuosa de la diversidad y protectora del medio ambiente, entre otros aspectos. Pero ojo: el énfasis en los derechos humanos, la educación incluida en ellos, no proviene propiamente de la tradición humanista, sino del liberalismo ilustrado. No es esta una cuestión menor, todo desplazamiento ideológico tiene causas y consecuencias.