Parecía un toro si se enojaba: enrojecía y hacía ademanes con énfasis. Pero eso era a veces, solo cuando la ocasión lo ameritaba. Por el contrario, normalmente era un hombre de muy buen talante, simpático, conversador y sobre todo respetuoso: un caballero. Quiso el azar que conversáramos la noche antes de su final, por una impertinencia mía. Lo llamé tarde y para preguntarle si el número de aniversario aún estaba en formación porque tenía algo que componer. Me atendió, me dijo que no me preocupara y que enviara la corrección. Me dijo también que le gustaba lo último que había enviado al Campus y que, en general, sentía que el suplemento había finalmente logrado un buen balance entre las notas educativas y las culturales, que estaba satisfecho. Algo más conversamos y eso fue todo. Noté algo en su voz que me hizo pensar que no él estaba bien. Luego llamé a Calos Pallán y él me dijo que pensaba lo mismo, y que deberíamos preguntar sobre su estado de salud. Poco después nos enteramos.
La noticia me dejó helado, tal cual. No la esperaba, porque él decidió no molestar a sus colegas haciéndoles saber que estaba grave. Saber su muerte me llevó a hurgar en la memoria ¿cuándo lo conocí? ¿cómo era? ¿cómo nos relacionamos en el tiempo? ¿qué puedo decir de su persona? ¿qué me dejó, que se lleva?
Mi historia con Jorge se remonta a la creación de Campus, su idea, su proyecto. A mediados de 2002 ¿sería junio, julio? nos convidó un desayuno en la Casserole, en Insurgentes. Recuerdo la presencia de Pallán, Muñoz, Canales y Gilberto Guevara, tal vez había más. Nos dijo que él pensaba que en la escena periodística de ese momento había lugar para un suplemento dedicado a los problemas universitarios y nos preguntó si teníamos interés en participar. Comentó también que él se encargaría de la colocación, administración y edición del producto. Sugirió, por último, que con los que aceptaran se formaría un primer consejo editorial para que, en colectivo, discutiéramos acerca del contenido y enfoque del proyecto.
Los primeros años nos reuníamos, los colaboradores de Campus y su director, con cierta frecuencia y constancia. Siempre en desayunos y normalmente en los primeros días de la semana. Primero en algún Sanborn´s y en los últimos tiempos en el restaurante del Club España. Invariablemente Jorge liquidaba la cuenta de todos. En esas que querían ser, aunque no eran, juntas de trabajo la conversación giraba en torno a temas de política mundial y de México, asuntos educativos de coyuntura, y eventualmente a cuestiones relacionadas con la marcha del suplemento. Pero recuerdo esas reuniones como plática de amigos y colegas, no como sesiones formales de consejo, ni mucho menos.
Nos reuníamos también, sobre todo en los primeros años del suplemento, a festejar la publicación de los números de aniversario. En varias ocasiones nos invitó Jorge a su casa con motivo de su cumpleaños o para cortar la rosca de reyes el 6 de enero. Tengo un recuerdo muy grato de esas celebraciones y estoy seguro de que todos sus invitados lo tienen también, porque era un extraordinario y generoso anfitrión.
Fuera de lo laboral y lo social muchas veces platiqué con Jorge de otros asuntos, cuando nos encontrábamos y a veces por teléfono. Conversaciones de literatura y cine: era un hombre muy culto, pero no un exhibicionista, lo que tiene mayor mérito. No pocas veces el diálogo con él era sobre hijos, los de él o los míos. Entonces le brillaban los ojos, sus hijos, me consta, le importaban más que cualquier cosa. Otro tema recurrente en esas conversaciones eran los pendejos. Perdón por la palabra, pero él así calificaba a quienes veía socavar el país desde sus bases, fracturar las instituciones, romper las reglas de la civilidad política, y no darse cuenta de ello. Notaba el deterioro, veía síntomas de crisis y ello le preocupaba sinceramente.
Se dice que un hombre, una mujer, se conservan jóvenes en la medida en que están enterados de lo que pasa a su alrededor. En ese sentido Medina era un muchacho: siempre sabía qué ocurría, no solo en materia noticiosa, también de novedades literarias, modas, deportes, avances tecnológicos, espectáculos, cultura y un largo etcétera. No recuerdo una sola vez que haya comenzado un comentario con “en mis tiempos”, el presente era también su tiempo, de él era un protagonista más, un jugador.
Como a todos, le gustaba tener razón, pero le gustaba más y animaba su curiosidad conocer el argumento de su interlocutor, aprender y enriquecer su punto de vista. Por eso era fácil discutir con Jorge: podía no cambiar de opinión, pero entendía las razones de la diferencia si esta prevalecía. Lo recuerdo así y se que lo voy a extrañar mucho. Es cursi pero cierto: cuando un amigo se va deja un espacio vacío.