A propósito de las declaraciones de funcionarios de la SEP en el sentido de cuestionar el empleo de términos provenientes del “sueño neoliberal”, como calidad educativa, competencia, eficiencia, productividad, sociedad del conocimiento, entre otras, lo que se ha repetido en las asambleas de maestros convocadas para la renovación de planes y programas de educación básica, la semana pasada hicimos notar que el objetivo de promover la calidad educativa forma parte de compromisos internacionales suscritos por México, y también está presente en nuestra legislación.
En esta colaboración abundaré sobre el tema desde un ángulo distinto, aunque complementario: el correspondiente a la planeación de la política educativa sexenal. El propósito de mejorar la calidad del sistema educativo en su conjunto, así como el desarrollar estrategias para mejorar la cobertura y trayectorias escolares está presente, con toda claridad, en el Programa Sectorial de Educación 2020-2024, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 6 de julio de 2020.
En primer lugar, en la presentación de los objetivos prioritarios de la política educativa se indica: “los seis Objetivos prioritarios expresan distintos aspectos de un propósito superior: garantizar el pleno ejercicio del derecho a la educación de todas y todos, lo cual implica brindar una educación de excelencia en todos los tipos, niveles y modalidades del SEN, apuntalada en cinco dimensiones esenciales de la calidad estrechamente relacionadas entre sí, que son: equidad, relevancia, pertinencia, eficacia y eficiencia” (pág. 202). Es decir, que la calidad de la educación, entendida como un concepto multidimensional que incluye las dimensiones de eficacia y eficiencia es, en el la perspectiva del programa sectorial, el “propósito superior” de la política educativa.
Es por ella que los dos primeros objetivos prioritarios del programa sectorial aluden, en su formulación, acciones e indicadores, al propósito de mejora de la calidad educativa. El primero de ellos enuncia: “Garantizar el derecho de la población en México a una educación equitativa, inclusiva, intercultural e integral, que tenga como eje principal el interés superior de las niñas, niños, adolescentes y jóvenes”, es decir se citan las dimensiones de calidad educativa ya referidas.
El segundo objetivo “Garantizar el derecho de la población en México a una educación de excelencia, pertinente y relevante en los diferentes tipos, niveles y modalidades del Sistema Educativo Nacional”. ¿Hay alguna diferencia entre “educación de excelencia” y “educación de calidad”? Realmente no, o si se prefiere solo terminológica pero no sustantiva.
En la sección que corresponde a estrategias prioritarias de cada objetivo, el tema de la calidad educativa ocupa, asimismo, un espacio relevante. A guisa de ejemplo, la estrategia prioritaria 2.2 indica: “Instrumentar métodos pedagógicos innovadores, inclusivos y pertinentes, que fortalezcan los procesos de enseñanza y aprendizaje orientados a mejorar la calidad de la educación que reciben las niñas, niños, adolescentes y jóvenes”; la estrategia prioritaria 2.5 señala: “Vincular los resultados de las evaluaciones de logro educativo con la toma de decisiones de las autoridades educativas para mejorar la calidad y pertinencia de la educación”; la estrategia prioritaria 3.2, referida a la formación continua del personal docente establece: “Reorientar la formación continua del personal docente, directivo y de supervisión para el óptimo desempeño de sus funciones y la mejora continua del proceso de enseñanza-aprendizaje”, la estrategia prioritaria 4.3, relativa a la infraestructura escolar, abunda: “Garantizar el equipamiento adecuado de los centros educativos para potenciar el máximo logro de los aprendizajes.”
En el siguiente nivel de desglose del programa, el que corresponde a las acciones puntuales, son abundantes las referencias a los medios para mejorar la calidad de los servicios educativos, sea a través de la renovación curricular; la formación inicial y continua del magisterio; los materiales y equipamiento escolar; la infraestructura educativas y las formas de gestión del sistema en sus distintos componentes. Es justo señalar que la alusión al propósito de mejora de la calidad se acompaña, invariablemente, de la mención al propósito de mejorar la equidad lo que, dicho sea de paso, es el binomio (calidad con equidad) en que se basan la propuestas de los principales organismos multilaterales en materia educativa. Por último, las metas e indicadores incluidos en el programa sectorial se apoyan en las formas de medición que se están cuestionando en la conversación sobre la reforma de planes y programas de educación básica. Un claro ejemplo, aunque no el único, se refiere al cumplimiento de los objetivos para garantizar el derecho a la educación: la tasa bruta de escolarización y el porcentaje de eficiencia terminal en cada nivel de estudios. Además, se propone toma en cuenta el siguiente parámetro: “Porcentaje de estudiantes que obtienen al menos el nivel de dominio básico en la prueba PISA” (pág. 230).
Da la impresión que la planeación educativa y el discurso de reforma curricular avanzan por senderos distintos. O bien que hay una sustancial diferencia de enfoque y falta de coherencia entre dos elementos clave para la transformación educativa.