El primero de septiembre de 1968, en plena creciente del movimiento estudiantil de ese año, el presidente Díaz Ordaz presentó al Congreso su cuarto informe de gobierno. Se refirió, por primera vez en extenso, al mismo y fijó la postura gubernamental para contenerlo. Varios segmentos del discurso fueron interpretados como una amenaza contra los estudiantes, al justificar el uso de la fuerza pública y advertir que llegaría, según dijo, “hasta donde estemos obligados a llegar”. Resultó premonitorio, como es sabido.
Díaz Ordaz advirtió: “hemos sido tolerantes hasta excesos criticados; pero tiene su límite y no podemos permitir ya que siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico, como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo; tenemos la ineludible obligación de impedir la destrucción de las fórmulas esenciales, a cuyo amparo convivimos y progresamos.” También pretendió legitimar la violenta actuación de las fuerzas armadas al señalar, en primer lugar, que “la policía pues, debe intervenir en todos los casos que sea absolutamente necesario; proceder, con prudencia sí, pero con la debida energía”. Sobre el ejército dijo que “ha demostrado que se limita a mantener o restablecer el orden, sin excederse de las funciones que tiene asignadas”. Expresó también su reconocimiento a los soldados: “modestos, heroicos ‘juanes’, que sin las ventajas económicas y sin los privilegios de la educación que otros disfrutan, cumplen callada, obscuramente, la ingrata tarea de arriesgar su vida para que todos los demás podamos vivir tranquilos”.
Luis González de Alba, en Los días y los años, recordó: “La última carta: el presidente mismo hablando desde la más alta tribuna del país para amenazar con la represión total, había sido jugada por el gobierno y no había surtido el efecto esperado.” (pág. 110). El “efecto esperado” era, por supuesto, la rendición del movimiento y la desmovilización de los estudiantes, lo que no ocurrió.
De menor registro en la historiografía sobre el 68 mexicano es otra sección del cuarto informe, en la que Díaz Ordaz interpeló al estudiantado universitario al convocarlo a dedicarse al estudio, por el bien de México, en vez de insistir en la protesta. Comienza diciendo “Desde la provincia, invité a ver con objetividad los hechos y de afrontarlos con serena ecuanimidad, convocando al diálogo. Exhorté a prescindir del amor propio, que tanto estorba para resolver los problemas.”
Se refería el presidente a la importancia de orientar la formación profesional al servicio del bienestar social, del desarrollo del país y del cumplimiento del ideario revolucionario. En tono menos duro, pero igualmente autoritario, expresa que: “por ser tan ardua y tan compleja la labor no bastará el esfuerzo, ni la experiencia, ni en la erudición; todo será estéril, si los mejores hombres de México no ponen lo más valioso de su ser; la pasión de servir a su patria. Los jóvenes deben tener ilusiones pero no dejarse alucinar.” Y también aconseja: “¿Quieren emprender una gran aventura, ser verdadera y elevadamente heroicos? Tienen entonces la gran oportunidad de participar en la aventura fascinante de construir un México cada día mejor, más grande y más generoso (…) Tienen razón los jóvenes cuando no les gusta este imperfecto mundo que vamos a dejarles; pero no tenemos otro y no es sin estudio, sin preparación, sin disciplina, sin ideales y con meros desordenes y violencia como van a mejorarlo.”
Dejar de lado el amor propio; adoptar la pasión de servir a la patria; participar en la fascinante aventura de construir un México mejor; evitar los desórdenes y dedicarse al estudio, la preparación y la disciplina. Las recomendaciones de Díaz Ordaz a la juventud estudiantil de entonces.
El pasado 13 de octubre un grupo de estudiantes de la carrera de medicina integral y salud comunitaria que se imparte en la sede Tlalpan del sistema de Universidades para el Bienestar Benito Juárez se manifestó en las cercanías del zócalo capitalino para exigir condiciones adecuadas para el estudio. Entre las demandas planteadas está la de contar con una plantilla docente completa, con instalaciones apropiadas y debidamente equipadas, con clases presenciales en todas las asignaturas, así como asegurar la permanencia de los profesores contratados. Condiciones mínimas y desde luego razonables. Para dialogar sobre sus necesidades, se llevó a cabo, al día siguiente, una reunión con la coordinadora Raquel Sosa, titular del organismo, celebrada en el propio plantel.
En dicha reunión, según reportes de prensa, la funcionaria habría afirmado: “lo que nosotros estamos trabajando no es para que se sienten en un cubículo, es más, prioritariamente tampoco es para que se deshagan de la universidad y se vayan a hacer un posgrado fuera o en otro lugar del país. El país los necesita muchísimo.” También: “los médicos y las médicas de nosotros van a tomar el sol, van a conocer una comunidad, entonces aquí no cabe demasiado el confort.” Les reprochó la protesta: “En vez de que nos estemos agriando todos porque ustedes no tienen la sede que deben tener, no anden por la calle nada más protestando, mejor hagan un trabajo útil”. Por último, les habría recomendado “reconocer el esfuerzo del gobierno federal de crear la red de UBBJ” (nota de Jorge Ricardo, Reforma, 14 de octubre 2022).
La inconformidad y las quejas sobre la infraestructura, las condiciones de estudio y el clima laboral en las sedes de la UBBJ también se han expresado en otros puntos del país, recientemente en Zacatecas, Veracruz y Yucatán. No han sido debidamente atendidas y la postura autoritaria ha sido reiterada. Se insiste en que los estudiantes deberían agradecer y no reclamar. Que deberían dedicarse a estudiar y no a protestar. Que están ahí para servir a la comunidad, no a sus mezquinos intereses y aspiraciones.
Sobra decir que no estamos comparando aquí el movimiento del 68 con las protestas de estudiantes en este año. Pero no está de más advertir que, en el contexto actual, es un riesgo grave la tentación de una respuesta autoritaria o trivial a las demandas de las y los universitarios.