Las universidades son generalmente definidas como instituciones, públicas o privadas, que tienen la capacidad de desempeñar tres funciones básicas: formación de nivel profesional y posgrado, investigación teórica y aplicable, y una tercera función que ha sido designada, en distintas etapas, en términos de extensión educativa, difusión y divulgación cultural, e incluso como vinculación con los sectores de producción, servicios y gobierno. En todo caso, la naturaleza de la tercera función universitaria contiene una diversidad de fórmulas de proyección social que apuntan en la dirección de profundizar la legitimidad de tales instituciones ante los poderes públicos y la sociedad en su conjunto.
La primera fórmula de extensión universitaria, desarrollada a finales del siglo XIX en el contexto europeo, privilegió el componente educativo; esto es la impartición de lecciones y cursos a públicos, generalmente de adultos, organizadas por académicos universitarios de distintas disciplinas. En este aspecto se reconoce a la universidad inglesa de Cambridge, fundada a principios del siglo XIII, como la institución pionera en la materia.
Richard Jebb, catedrático de Cambridge y prominente figura del movimiento británico de extensión universitaria, anota la siguiente secuencia cronológica: “en 1872 la Universidad de Cambridge recibió peticiones de numerosos cuerpos oficiales y de asociaciones escolares. Entre las corporaciones oficiales figuraban importantes municipalidades, tales como las de Birmingham. Leds y Nottingham. Los comités de educación de algunas sociedades industriales e institutos técnicos, así como el Consejo del Norte de Inglaterra para la Educación de la Mujer”. Dichas peticiones solicitaban la presencia de académicos universitarios para la impartición de cursos y lecciones. Según el informe de Jebb, la universidad formó un comité para considerar esa posibilidad y un año más tarde, “en el invierno de 1873, la Universidad de Cambridge inició el movimiento de extensión al establecer cursos en tres ciudades del centro de Inglaterra: Leicester, Derby y Nottingham”. (Richard Jebb, “Extension universitaire dans l’université de Cambridge”, Revue internationale de l’enseignement, núm. 40, 1900, pág. 105).
En otra crónica de la época, Oscar Browning, también catedrático de Cambridge, puntualiza acerca del origen de la extensión universitaria en aquella universidad lo siguiente: “a algunos hombres enérgicos, especialmente a los profesores Stuart y Sidgwick, se les ocurrió que la universidad debería intentar influir en la educación del país no sólo mediante exámenes, sino también mediante la enseñanza directa. Se pensaba que jóvenes sin la posibilidad de incorporarse al sistema de enseñanza de la universidad podrían, a través de la extensión, encontrar un campo de actividad en las grandes ciudades de Inglaterra […] Al principio era una empresa privada, pero pronto pasó a formar parte de la organización universitaria”. (Oscar Browning, “The University Extension Movement at Cambridge”, Science, vol. 9, núm. 2017, 1887, pág. 61). Con toda probabilidad los nombres mencionados por Bowning corresponden a dos catedráticos del Trinity College: el filósofo utilitarista Henry Sidgwick (1838-1900) y el matemático e ingeniero James Stuart (1843-1913), ambos liberales y ambos personalmente comprometidos con la causa de promover ilustración para las clases trabajadoras y las mujeres.
Una vez que Cambridge adoptó, como política institucional, el compromiso de establecer centros de enseñanza en varias localidades inglesas, generalmente a través de convenios con organizaciones civiles, sindicatos obreros y mineros, o bien con gobiernos locales, el movimiento extensionista fue cobrando fuerza y magnitud. Según datos de Browning, en 1880 había trece centros y en 1885 treinta y seis. El número de inscritos pasó, entre 1880 y 1885 de cuatro mil trescientos a ocho mil quinientos. Jebb agrega que, en 1898, en ocasión del congreso conmemorativo del vigésimo quinto aniversario del programa, se informó que en ese año se habían dictado 488 ciclos de conferencias, en diferentes puntos del país y que más de treinta mil personas habían asistido a los cursos.
Ambos cronistas se ocupan en sus escritos de describir la dinámica de la extensión universitaria en el modelo de Cambridge. Browning hace referencia al proceso de instalación de los programas: Cuando “una localidad (town) pretende establecer un curso de extensión, el primer asunto es elegir un comité y recaudar los fondos necesarios. Una vez conseguidos los fondos, ya sea por suscripciones o por la venta de entradas, se establece comunicación con Cambridge […] La universidad informa a la organización solicitante qué profesores tiene a su disposición y cuáles que lecciones son capaces de brindar. Los solicitantes determinan el tipo de conferencias desean recibir Los temas varían mucho: los mineros del norte están ansiosos por recibir instrucción en ciencia, mientras que las damas suburbanas prefieren la literatura y el arte de Italia medieval”.
Jebb comenta el método docente y señala que este se sustentaba en cuatro rasgos característicos: la lección-curso, las clases, el trabajo escrito semanal y el examen. Indica al respecto: “El curso presenta el tema en un sentido general. Para cada curso se imprime en un Syllabus. Este Syllabus ofrece un análisis, un breve resumen de la conferencia, con las citas o las estadísticas que el ponente considere necesarias; y una lista de libros para consultar. Después de la conferencia, se lleva a cabo la clase y el disertante entra en más detalles. Se invita a los alumnos a hacer preguntas y el profesor les explica las dificultades.
La clase permite al profesor conocer personalmente a los alumnos, al menos a algunos, y ayudarlos individualmente. En clase, se hacen preguntas sobre las cuales los estudiantes escriben ensayos cortos que forman una parte importante del sistema. El profesor corrige los ensayos y se los devuelve al estudiante en la siguiente clase con algunas notas. Finalmente, está el examen que tiene lugar poco después del final del curso. El examinador, que nunca es el profesor, es designado por la Universidad”.
Un elemento adicional a los mencionados por Jebb es la certificación. A poco de iniciados los cursos de extensión, los participantes pidieron ser acreditados; para el efecto, la universidad dispuso que los profesores responsables expidieran un certificado en que constara tanto la nota del examen como una valoración del desempeño durante el curso. El certificado correspondiente distinguía entre nota aprobatoria y sobresaliente.
Al mismo tiempo que la acción de Cambridge progresaba, el modelo fue replicado en otras universidades inglesas. En 1876, se estableció en Londres la Sociedad para la Extensión Universitaria, en 1878 la universidad de Oxford inició su propio movimiento, la universidad de Durham se asoció con Cambridge para desarrollar cursos de extensión y posteriormente la universidad de Victoria emprendió ciclos de conferencias en Lancashire y Yorkshire. Antes de concluir el siglo XIX las universidades escocesas se unieron para adoptar el mismo método y en Irlanda se integró una sociedad para la extensión de la educación universitaria.