Hasta hace relativamente poco, en México la idea imperante en torno de los estudiantes que cursan educación superior era que constituían un colectivo más o menos homogéneo. Pero a partir de las últimas décadas del siglo XX, con la aparición y proliferación de la universidad de masas y de la diversificación de la oferta de la educación superior, esta idea perdió fuerza y hoy para nadie es un secreto que “no todos los estudiantes son lo mismo” y que tampoco lo son las universidades.
Se tiene conciencia de que a la educación superior tienen acceso jóvenes de diferentes estratos sociales y que hay una fuerte segmentación en lo que ahora se ha dado en llamar “mercado escolar universitario”. Grosso modo, puede afirmarse que la segmentación del sistema de educación superior esta vinculada con las desigualdades y diferencias socioculturales y con la construcción y emergencia de distintas expresiones juveniles en el espacio de la educación superior.
La base de datos de la Encuesta Nacional de Alumnos de Educación Superior (ENAES, ciclo 2008-2009) organiza el universo de instituciones de educación superior clasificándolo, por un lado, con la etiqueta “Subcontrol según clasificación de la SEP” y, por otro, “Subsistema según clasificación de la Subsecretaría de Educación Superior”. Según la primera las dependencias pueden tener carácter autónomo, estatal, federal o particular. De acuerdo con la segunda, se puede distinguir institutos tecnológicos, universidades tecnológicas, universidades politécnicas, universidades interculturales, universidades públicas federales, universidades públicas estatales, escuelas normales, otras instituciones de educación superior (IES) e instituciones particulares. El cruce de la información sobre la distribución de la matrícula según las dos taxonomías permite producir el siguiente cuadro:
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Este tipo de universidad, hasta hace poco, se imaginaba como un lugar desde donde partiría el cambio social que llevaría la región a construir sociedades modernas, democráticas y menos injustas. De hecho, hasta mediado de los años 80 del siglo pasado, las universidades públicas autónomas constituyeron la principal propuesta educativa de nivel superior del Estado mexicano, pero con la llegada del neoliberalismo y con las exigencias de la globalización las cosas cambiaron y este tipo de universidades fue puesto en cuestión.
En el sector de la educación pública, las instituciones autónomas dejaron de aparecer y se instaló la tendencia en el incremento notable de la oferta privada de educación superior. Tanto en la educación pública como en la privada, la diversificación fue tal que la idea de universidad, antes dotada de una connotación valorativa manifiesta y representada en términos coincidentes, se ha convertido en una referencia conceptual y precisa, de acepciones múltiples y confusas.
Varios autores han documentado el crecimiento relativo que ha experimentado la educación superior privada en el país en las décadas recientes. Recurriendo a la información que proporciona la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), se sabe que en 1980 la población escolar de licenciatura en establecimientos de régimen privado representaba 13.5%, sobre el total de la población estudiantil de ese nivel. Comparando esta cifra con lo que muestra el cuadro presentado, no queda ninguna duda de que en los pasados 30 años las universidades privadas cobraron una relevancia significativa como escenarios de la experiencia estudiantil de los jóvenes mexicanos.
En los datos, aparece evidente que en el sistema de educación superior de México ha habido cambios importantes. Sin duda, la notable expansión de las universidades privadas en el escenario de la educación en México trae implícita la decisión de transformar el sistema de educación superior, basada en un modelo de universidad cuya inserción en la sociedad se da a partir de una proyector social promovido y financiado por el Estado hacia otro conformado por empresas que ofrecen servicios educativos respondiendo fundamentalmente a los comportamientos y las demandas del mercado.
Por lo demás hay que señalar que la mayor participación del sector privado en la educación ha contribuido a marcar la heterogeneidad del colectivo estudiantil y a dar visibilidad a las grandes diferencias y desigualdades que hay entre los estudiantes respecto de su origen social, económico y cultural, así como en sus intereses y visiones de horizontes y de mundo. También a perfilar nuevos escenarios de experiencia estudiantil para las nuevas generaciones.