Comúnmente, la tasa bruta de cobertura en el nivel licenciatura se calcula poniendo en el denominador la cantidad de población correspondiente al rango etario de 19 a 23 años. Esto es así porque se considera que tales edades son las “normales” para que los jóvenes estudien una licenciatura. Sin embargo, los datos de la Encuesta Nacional de Alumnos de Educación Superior (ENAES, ciclo 2008-2009) permiten observar que si bien es cierto que la mayoría de los alumnos de licenciatura tiene la edad “esperada”, también hay quienes tienen trayectorias de vida que no siguen los ritmos marcados por la imposición de un tiempo lineal y estandarizado, definido por la sucesión de etapas con duraciones prescritas y determinadas oficialmente.
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En la fecha en que se levantó la encuesta, 13.76 por ciento de la matrícula total en educación superior (licenciatura, educación normal, técnico superior universitario y profesional asociado) era menor de 19 años y 12.61 por ciento, mayor de 24 años; entre éstos había incluso estudiantes que rebasaban los 30 años. Frente a este hallazgo, la afirmación de Dubet respecto de que “sin duda alguna todos los estudiantes (de licenciatura) son jóvenes”1 se torna relativa y plantea la necesidad de tomar postura sobre el papel que se otorga a la edad y a la asistencia a la escuela para considerar que alguien es joven.
Si se toma la edad como criterio, entonces, la afirmación del autor francés no se cumple en México; es decir, no todos los estudiantes (de educación superior) son jóvenes. En cambio, si se establece la asistencia a la escuela como criterio determinante de la pertenencia a la juventud, entonces resulta que en el país hay jóvenes que llegan a la educación superior “antes de tiempo” y también que hay quienes alargan el paso a la edad adulta más allá de lo que marcan los criterios uniformes y administrativos de “lo deseado”.
Cabe hacer notar que al tomar el criterio de la escolarización como válido para determinar quién es joven y quién no, se evidencia que en México “no hay juventud para todos”, pues el indicador de cobertura de la educación superior que maneja la Subsecretaría de Educación Superior es cercano a 30 por ciento. Evidentemente, esto significa que, en este sentido, la gran mayoría de la población mexicana no tiene la oportunidad de ser joven.
Pero, lo cierto es que juventud hay para quienes están matriculados en la universidad y también para quienes no lo están, porque hay varias maneras de ser joven. Además, porque la pluralidad comprometida en la experiencia estudiantil ha debilitado la fuerza de la figura del estudiante para actuar como referente y ejemplo para los “otros” jóvenes. Hoy, la juventud ya no sólo es producto de una prolongada construcción histórica social en la que la visión hegemónica ha estado vinculada a la concepción de juventud en términos de “moratoria”, sino que también es una representación disputada por los propios jóvenes, tanto en la arena de la escuela como, y sobre todo, desde las culturas juveniles.
En un artículo anterior de Campus abordé el tema del escenario estructural en la que ocurre la diversidad de la experiencia estudiantil, a partir de la presentación de la distribución de los alumnos de licenciatura de acuerdo con la clasificación de las entidades del sistema de educación superior.
Utilizando esta misma clasificación, resulta interesante observar que en todos los tipos de establecimientos de educación superior la población estudiantil engloba tanto individuos de edades esperadas como de las no esperadas. Más interesante aún resulta apuntar que, respecto de la distribución de los alumnos de edades no esperadas en las entidades que integran el sistema, se encuentran diferencias que van más allá de las explicadas por las diferencias de tamaño de cada una de las entidades. Como se observa en la gráfica que acompaña este texto, los estudiantes mayores de 23 años se ubican con mayor frecuencia relativa en instituciones particulares y en este tipo de instituciones también los menores de 19 años tienen una alta representación estadística.
Sin duda, esto es indicador de que el incremento del sector privado en México, después de todo, ha representado una posibilidad para satisfacer una demanda más diversificada por educación superior. Y es que la expansión y diferenciación del segmento privado se ha dado, notablemente, a partir de modelos académicos y administrativos más flexibles, respecto de los que suelen regir en las instituciones públicas de educación superior, y por medio de la adaptación de la oferta de servicios educativos a la capacidad de compra de la población.
Por ello, las instituciones privadas de educación superior se han desarrollado con una enorme heterogeneidad y, en la actualidad, conforman un conglomerado que ofrece licenciaturas para una vasta variedad de públicos. Hay que reconocer que a ellas asisten estudiantes para quienes la educación superior privada representa la única opción para contar con un título de profesionista, en una sociedad y un mercado de trabajo como los mexicanos, que aplicando la mano invisible lo exigen como medio para contender con sus continuas amenazas y realidades de exclusión.
Nota
1. Dubet F. (2005, julio-diciembre). “Los estudiantes. CPU-e”, Revista de Investigación Educativa, 1. http//www.uv.mx/cpue/num1/inves/estudiantes.htm#.