Las cosas que están pasando en el estado de Morelos son graves. Durante las pasadas décadas, quienes vivimos allí y quienes visitan la entidad hemos presenciado un evidente deterioro económico, ambiental, social y cultural. Un clima de violencia invade todos los espacios públicos, particularmente aquellos que frecuentan los jóvenes. Para nadie es un secreto que Morelos, de ser conocido internacionalmente por su buen clima y calidad de vida, hoy es considerado como un espacio peligroso donde impera la violencia.
Lo que está pasando en Morelos es resultado de la instalación del nuevo capitalismo en los países que, como México, por años, desatendieron la pobreza de su población, permitieron que se dieran procesos de explotación sin límite de la fuerza de trabajo y una enorme corrupción de sus fuerzas políticas. Países donde los gobiernos neoliberales siguieron las indicaciones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y privatizaron las empresas estatales y aplicaron políticas que han tenido como primera repercusión la disminución de los salarios reales, el incremento del desempleo y la precarización del trabajo.
En la actualidad, en Morelos ya se encuentra plenamente instalado el modelo de la llamada acumulación flexible, cuya principal característica es que la demanda establece la producción, y no a la inversa, como en el capitalismo industrial.
En ese contexto, lo que está pasando en Morelos tiene relación con los intercambios comerciales entre México y Estados Unidos. Éstos vienen de tiempo atrás, pero en los recientes veinte años los acuerdos del Tratado de Libre Comercio los reforzaron. De larga data es el hecho de que EU es el mayor consumidor de los productos mexicanos y, por tanto, en esta nueva fase del capitalismo es casi natural que la demanda de droga en aquel país esté moldeando la vocación del sistema económico mexicano.
El gobierno de Felipe Calderón está sometido a las exigencias de la economía de guerra de EU, que busca incrementar la productividad de sus empresas bélicas y de todo el soporte productivo vinculado a defensa, inteligencia y seguridad. ¿Quién duda de que la guerra contra el narco y las demás estrategias bélicas que se han implementado en México incrementaron la demanda por tales productos estadunidenses?
Morelos se ha convertido en un lugar afectado por las dinámicas de la competencia derivadas de la demanda de consumo de drogas, las cuales desembocan, cada vez más, en balaceras y enfrentamientos armados por la afirmación de la propiedad y las jerarquías de las organizaciones, las plazas y los mercados.
Por su parte, la condición juvenil acusa que los y las jóvenes en la entidad viven precariedad en todos los asuntos relacionados con la accesibilidad y calidad de las oportunidades estructurales (educación, empleo, trabajo, servicios de salud y de seguridad, entre otras), necesarias para trazar una ruta biográfica que ofrezca un mínimo de certezas para imaginar y construir un futuro digno, aunado a la carencia de espacios de convivencia y diversión.
Estando así las cosas, las estructuras de la violencia organizada han realizado un eficaz trabajo de reclutamiento de un ejército de jóvenes desencantados, empobrecidos y en búsqueda de reconocimiento.
En la entidad, los secuestros, las ejecuciones, los levantones (desapariciones forzadas), los asaltos, los atropellos, etcétera, son parte de la vida cotidiana y eso está afectando sobre todo a la juventud. La situación a la que hemos llegado reclama actuar con urgencia, porque no hay que olvidar lo dicho por Carlos Monsiváis: “el futuro previsible de la mayoría de los jóvenes de un país es el futuro inevitable de la nación”.
No por ser tan complejas las causas y por estar implicados poderes trasnacionales debemos admitir que el futuro de la entidad sea la pobreza, la indignidad y la violencia.
Del análisis de la historia de Morelos se puede deducir que la sola remoción de gobernadores y de cambio de nombre del partido en el poder, si bien pueden ser acciones necesarias, no son suficientes para cambiar las cosas.
Por lo pronto, lo primero por hacer es sumarnos a la firmeza moral y social de Javier Sicilia y mantenernos atentos a los engaños que suele hacer el Estado para lograr que los ciudadanos abandonemos la lucha por derechos. Todos los ciudadanos debemos mostrar cotidianamente apoyo, resguardo y protección hacia los líderes del movimiento, porque, lo sabemos, una de las características del Estado mexicano es ser experto en desactivar movilizaciones a partir de acosos, descalificaciones y desapariciones. Y no olvidar que también tiene la propensión a dejar que los movimientos pierdan públicos y se desactiven por cansancio.
Ha llegado la hora de que los ciudadanos mexicanos realicemos un trabajo político urgente y de largo plazo. El gran desafío consiste en tomar conciencia del protagonismo que deben tener los jóvenes en las agendas públicas como sujetos de derechos. Debemos asegurarnos de que la juventud mexicana logre el pleno ejercicio de la ciudadanía y el establecimiento y cumplimiento de garantías sociales e institucionales, así como de sus derechos fundamentales; también el respeto social a sus contribuciones culturales.
Entonces, quienes deseamos que Morelos y el país tengan un futuro digno debemos participar, entre otras tareas, en el diseño, implantación y evaluación de políticas públicas de juventud y en la creación de mecanismos de protección de los jóvenes. Es un deber de los universitarios comenzar ¡ya!