El movimiento social español Indignados 15-M ha tomado como uno de sus lemas “¡Democracia real ya! No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Por su parte, el movimiento mexicano “Paz con justicia y dignidad” se identifica y convoca a través de la consigna “Alto a la guerra, ¡estamos hasta la madre!”. No es casual que en los nombres de ambos grupos se haga mención a la dignidad y sus consignas coincidan con un tono de hartazgo y urgencia.
La propuesta de sociedad que ya desde hace más de tres décadas nos han aplicado los neoliberales ha reemplazado las seguridades de las instituciones y las legislaciones protectoras, por las inseguridades, los azares y los espejismos del mercado autorregulado. Tanto en España como en México la población ya no aguanta más, ya se han alcanzado los límites de la tolerancia: ¡hay que cambiar!
Cuando menos en lo que va del nuevo siglo, quienes han detentado el poder han tratado a la mayoría de la población con poco respeto. Las privatizaciones, la flexibilización laboral, la desregulación financiera y comercial, y las menciones y actuaciones del terrorismo y del narcotráfico casi lograron su objetivo: despojarnos de nuestros bienes comunes, de nuestro patrimonio social y cultural, de nuestros derechos sociales y de nuestra libertad.
Estando ya despojados, la desvalorización de la vida aparece como el efecto último de la implantación de la expansión neoliberal del capital; los desafíos de la historia se encuentran ubicados en los campos ecológico y antropológico de la vida y de la muerte. De ahí que en la actualidad los protagonistas principales en los movimientos sociales son los jóvenes, sobre todo en función de la preocupación por ellos.
El amotinamiento social contra el neoliberalismo se está expresando de diferentes maneras en España y en México. En el país europeo los manifestantes se sientan en las plazas de las principales ciudades. En cambio, los mexicanos emprendemos caminatas, primero hacia el centro del poder de México y ahora hacia Ciudad Juárez que, como bien lo ha dicho Pietro Ameglio, representa el centro del dolor, la impunidad y la guerra.
El movimiento 15-M ha tomado como fuente de inspiración un libro (¡Indignaos!) escrito por un luchador social francés (Stéphane Hessel) quien, en su vejez, no se resigna a morir sin pedir a los jóvenes que defiendan lo que a los miembros de su generación les costó tanto adquirir.
En su libro, pide a la juventud que muestre su indignidad frente a los políticos, que se han convertido en títeres de quienes tienen dinero y han hipotecado el futuro de todos. Por su parte, la filosofía del movimiento mexicano ha encontrado expresión en el documento del “Pacto por la paz, la dignidad y la justicia”.
Con la promoción de este pacto el movimiento ha dejado de presentar tan sólo exigencias, se ha constituido en una estrategia de lucha que tiene la intención de avanzar ¡ya! hacia el logro de cada uno de los objetivos: paz, dignidad y justicia.
En efecto, cada uno de los seis puntos planteados está configurado como un medio, respecto de los fines, y hacia el logro de la recuperación de la confianza entre los distintos sectores de la sociedad mexicana y la restauración del tejido social.
El pacto, en sí mismo, representa una metodología para ir construyendo una nueva forma de relación entre los actores de la sociedad y el gobierno. De ahí que se pondere la necesidad de dialogar no solamente entre quienes declaramos abiertamente que estamos hartos (sociedad civil, empresarios, académicos, etcétera), sino también con los militares, policías y miembros de los gobiernos en sus distintos niveles.
Ambos movimientos se presentan como pacíficos; no tienen intención de provocar heridos ni más muertos, ni de un bando ni de otro. Parten del principio de que “el fin no justifica los medios”, o sea, todo lo opuesto a la concepción básica de los neoliberales españoles y mexicanos que sostienen que para crear riqueza se debe soportar el desempleo, la desprotección, la precariedad y el hambre, y para lograr la paz se puede bombardear, matar, violar derechos humanos o militarizar el orden social.
Está claro: las formas de gobernar y las reglas del juego del neoliberalismo han sido tremendamente dañinas y, por lo tanto, ya no son legítimas Esta condición ilegítima no es un hecho menor, sino una convicción que ya se ha instalado en el imaginario colectivo de las sociedades de prácticamente todos los países del globo.
El ¡ya! de los españoles y el ¡alto! de los mexicanos son precisamente indicadores del descrédito social que se ha ganado a pulso el neoliberalismo y sus representantes. Los gobernantes en turno y los aspirantes a serlo deberían tomar esto en cuenta pero, según parece, siguen afanados en predicar su renovada fe en el mercado y en utilizar cualquier medio para alcanzar sus ansiados fines de “competitividad”, “crecimiento” y “desarrollo”.
Recientemente, en España (el 22 de mayo) se llevaron a cabo elecciones municipales. Los resultados dejaron en claro que las armas de los movimientos sociales, por ahora, tampoco son los votos, porque, por encima del partidismo, la corrupción se ha convertido en un gravísimo problema para toda la política y para el sistema mismo. Por ello, hoy es urgente que los movimientos sociales actúen para reconstruir los lazos de identidad y confianza y establecer el diálogo entre los distintos sectores de la sociedad.
Además, en México reclamamos que se lleve a cabo una reforma política que incluya la revocación del mandato del presidente y de los gobernantes y funcionarios de segundo orden. Hacer esta reforma es urgente para que el hartazgo que muestra la sociedad conduzca a la democracia real y a la paz con dignidad y justicia.
Más allá de votar por proyectos y promesas, que luego no se cumplen, lo que se necesita es que los gobernantes que desoigan y no respeten las demandas de la sociedad puedan ser removidos de sus cargos. Porque, estando las cosas como están hoy en el mundo, particularmente en el país, la sociedad debe estar preparada para combatir y erradicar la perversidad y el malestar que nos ha dejado el neoliberalismo.