El concepto de “capital humano” lleva más de cuarenta años en el léxico de los estudiosos y políticos preocupados por la utilidad de la educación para la economía. Las propuestas en torno a este concepto fueron hechos, principalmente, por dos profesores de la Universidad de Chicago que obtuvieron el Premio Nobel: t. W. Shultz y Gary Beckker. Ya antes el insigne Adam Smith había afirmado que la habilidad incorporada por la educación al trabajador puede ser considerada como capital que facilita y reduce el tiempo de trabajo.
En el ámbito de la economía de la educación, el concepto de capital humano ha sido ampliamente aceptado y utilizado. En cambio, en las ciencias sociales y las humanidades ha encontrado rechazos y críticas, debido principalmente a la implicación mercantil que tienen para la educación.
Además, nunca ha podido ser claramente comprobada la hipótesis de Shultz, en cuanto a que la diferencia en los incrementos en la productividad de las empresas, países e individuos podría ser explicada por la inversión en capital humano.
En todo caso, debe partirse del reconocimiento de la segmentación del mercado de trabajo para encontrar tasas de retorno favorables a la inversión en años de estudio.
En lo personal, yo nunca he sido adepta a la teoría del capital humano, con todo y que por años me he dedicado al estudio del comportamiento de la relación entre la educación y el trabajo. Ahora que todo está cambiando, debo aceptar, sin embargo, que el uso de este concepto me resulta atractivo como medio para cumplir el fin que siempre he perseguido y que se relaciona con la compresión pública de que la situación de pobreza y precariedad que vive el país obedece, en parte, a que no se ha entendido la utilidad que presta a la sociedad la educación en humanidades.
Hoy, que “lo humano” ha sido liberado de sus ataduras a “la sociedad del trabajo”, me parece buen momento para sugerir que México fortalezca su “capital humano”, entendiendo que la cultura y los conocimientos se acumulan, se filtran, se procesan, se seleccionan, y cada generación inicia su camino con este paquete heredado, al que hoy puede dársele el nombre de “capital humano”.
Se me dirá que la alusión a la acumulación cultural heredada es lo que comúnmente se llama “capital cultural” es tan sólo un artificio para hacer de la cultura algo que nos corresponde recibir como herencia a “todos” los mexicanos y no sólo a los que han tenido la posibilidad de “cultivarse” e familia.
Desde esta concepción, resulta claro que es responsabilidad del sistema educativo vincularse con un proceso político tendiente a la humanización de todos los mexicanos, ejerciendo y desarrollando las capacidades humanas correspondientes al entorno histórico-social que se quiere construir y se busca pertenecer.
Pero no debe interpretarse mi propuesta de traer el concepto de capital cultural al ámbito del capital humano como ponderación de lo individual y desdén de lo colectivo.
Al contrario. Estoy convencida de que los jóvenes de todos los nivele sociales, al conocer la historia, leer y apreciar grandes obras de arte y desarrollar capacidades reflexivas y comunicativas comprenderán la importancia de dialogar y de no actuar solos. Sabrán que no están con las manos vacías, frente a un presente que se desdeña con etiquetas como “la era de la incertidumbre” o “la era de la opacidad”.
Si se considera que es pacto vigente entre nosotros la construcción y recreación de la democracia la historia nos muestra que el modelo de la paidea es esencia. Si además rechazamos, la pobreza como destino; tendremos que esforzarnos por trascender los enfoques del “capital humano” que confunden educación con capacitación y que, por estar constreñidos a los paradigmas de la sociedad industrial, no comprenden que, ahora, la referencia a las “competencias laborales” aluden a las capacidades de reflexión, aprendizaje, innovación, comunicación, toma de decisiones y otras e este tipo.
Si seguimos anclando nuestra posibilidad de competencia y de acumulación de capital en la demanda de mano de obra barata estamos perpetuando y agravando la situación de deshumanización que ya se ha vuelto proyección del presente y futuro del país. Como lo dijo Paulo Freire hace más de30 años, refiriéndose a la situación de América Latina:
“La humanización y la deshumanización del mundo no son ‘algo’ que esté ahí para que el hombre se adapte a ellas; al contrario, son problemas sobre los que debemos trabajar para resolver”.
Hoy, que los mexicanos debemos resolver problemas de falta de democracia, pobreza, corrupción, violencia, escasez de empleo, subempleo, etcétera el apoyo a las humanidades debe ser prioridad de la política pública (y también de la acción privada).
Conocer, gozar, reflexionar y comprender la historia y las grandes ideas y tradiciones de las culturas propias y de otros resulta exigencia para lograr una digna y competente inclusión al nuevo mundo globalizado.
Este es el punto de partida de uno de los proyectos que actualmente suscribo y que comparto con compañeros de la UNAM y de la Universidad de Chicago. Buscamos demostrar la utilidad de la educación en humanidades para el sostenimiento de la vida democrática y para la creación de riqueza en las sociedades y para los individuos. Por ello, utilizamos el viejo concepto de “capital humano” tratando de resignificarlo y encontrar palabras que nos permitan dialogar con los que tienen en poder en estos tiempos.