La semana pasada, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) dio a conocer que en la actualidad hay 7 millones 226 mil jóvenes mexicanos que no estudian ni trabajan y que, con este número, México se ubica en el tercer lugar entre los países de dicha organización con el mayor número de jóvenes, entre 15 y 29 años, en esta situación. Inmediatamente después de publicada esta noticia, volvió a estar de moda el término ninis para hacer referencia a estos jóvenes. Más allá de la guerra de cifras que suele darse al respecto, y de la justificación basada en que, en México, una muy importante proporción del colectivo juvenil que no estudia ni trabaja está representada por mujeres, lo cierto es que la condición de no estudiar ni trabajar se encuentra vinculada a realidades y sentimientos de carencia y frustración, y a horizontes de futuro en los que las posibilidades de emancipación y autonomía son prácticamente inexistentes.
Hoy, en todo el mundo existe preocupación por los jóvenes que no estudian ni trabajan. De hecho, en los países puntales del nuevo capitalismo, como Inglaterra, estos jóvenes se han convertido en preocupación de toda la población, pues es a ellos a quienes se les suele achacar la mayoría de los disturbios, rebeliones y delitos que allí están aconteciendo.
En Reino Unido a los jóvenes que no estudian ni trabajan se les nombra con el mote de neets (not in education, employment or training). Según datos del Departamento para la Educación (DFE) de ese país, en el año 2000 el porcentaje de jóvenes en condición de desocupación y que no se encontraban estudiando alcanzaba a 14.5 por ciento del total de jóvenes de entre 16 y 18 años; para 2010, el mismo indicador llegó a 17.1 por ciento.
Hay que notar que mientras en Inglaterra el porcentaje de jóvenes que no estudia ni trabaja ha venido creciendo, en México el indicador ha venido disminuyendo. En ambos países el porcentaje de jóvenes que no estudia ni trabaja es significativamente mayor en la población femenina.
En Inglaterra, el incremento de jóvenes en situación de desempleo y que tampoco estudian se debe, sobre todo, al cierre de oportunidades en educación superior, conjuntamente con un más rápido aumento de las tasas de desempleo juvenil, sobre todo para los de sexo masculino. En cambio, en México, el decremento se explica por la ampliación de la matrícula de educación secundaria y media superior, y por el incremento que ha registrado la cobertura en el nivel superior.
Analizar lo que está pasando en Gran Bretaña, y realizar comparaciones con lo que está sucediendo en nuestro país, resulta de particular relevancia porque permite avistar los efectos del neoliberalismo y reflexionar respecto de lo que, en el mejor de los casos, espera a México si sigue por la misma vía. Después de todo, ha sido en Inglaterra donde se ha dado la génesis de los grandes cambios de este sistema económico que, en su nueva etapa, conducida por el gobierno de Margaret Thatcher, tomó la bandera de hacer la guerra al Estado benefactor y, de paso, a los pobres.
En la actualidad, en Inglaterra, el camino hacia el mercado de trabajo para los jóvenes con escasa escolaridad está prácticamente bloqueado. Por ello, muchos jóvenes de escasos recursos, aún teniendo la necesidad de trabajar, habían decidido quedarse en la escuela para tratar de ingresar a la educación superior y mejorar sus oportunidades laborales futuras. Sin embargo, en los años recientes los gobiernos de ese país adoptaron medidas, como el incremento notable de los derechos de matrícula, que tornan prohibitiva la educación superior para la mayoría de los estudiantes de la clase trabajadora. No hay duda: de lo que se trata es de devolver las universidades británicas al dominio privilegiado de los ricos.
Pero si cursar educación básica y media superior no sirve para trabajar ni tampoco para asistir a la universidad, entonces es lógico que los jóvenes pragmáticos no encuentren ningún gusto a estudiar ni siquiera los niveles básicos. Y si además estos jóvenes viven en un mundo lleno de tiendas y comercios que representan los templos donde se comprueba si uno forma parte, o no, de los elegidos, ¿cómo no van a estar resentidos y llenos de un odio que los impulsa a actuar con violencia?
Las crecientes cifras de jóvenes neets en Inglaterra son indicativas de que, allí, cada vez son más quienes están marginados del mercado, llámese de la educación, del trabajo y del consumo. O como lo diría Zigmud Bauman: cada vez son más los “desheredados del mercado” y de sus goces y beneficios.
No cabe duda que en México nos debe preocupar, muchísimo, que haya tantos jóvenes que no estudian ni trabajan. Resulta urgente asegurarnos de que los porcentajes de personas en esta situación sigan decreciendo, pues de otra manera tendremos indicios de que en México, de la misma manera que en Inglaterra, se ha decidido anular por completo el compromiso social del Estado y hacer la guerra a los pobres.
El mencionado informe de la OCDE no dice nada sobre las diferencias entre los países miembros respecto de las tendencias del porcentaje de jóvenes que no estudian ni trabajan. Lo que sí resalta es el hecho de que en nuestro país existen problemas educativos graves; afirma que el sistema educativo es de mala calidad, y sugiere que las relativamente cuantiosas inversiones públicas no son eficaces.
Es cierto que en México tenemos problemas educativos graves, que el sistema de educación es ineficiente y su calidad, cuestionable. Pero hay que tener mucho cuidado con la adscripción a la idea de que México gasta demasiado en educación con escasos resultados. No debemos olvidar que, esta organización suele estar de lado de la inversión privada en educación superior y ser enemiga acérrima del financiamiento público.
México está en una encrucijada en la que el desafío es universalizar la educación superior. La cobertura actual no alcanza para satisfacer las aspiraciones de los mexicanos ni los anhelos de los jóvenes. El gobierno debe reconocer que, para alcanzar las metas de cobertura, equidad y calidad que hemos hecho nuestras, es menester incrementar el financiamiento que reciben las instituciones públicas de educación superior. Pese a quien le pese: el gasto público en educación superior tiene que seguir creciendo.
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