El pasado 18 de noviembre la Secretaría de Educación Pública (SEP) dio a conocer los “Resultados generales” de la Encuesta Nacional de Juventud (ENJ) 2010. No tengo información de si en la reunión de presentación se abordaron más datos de los que yo conozco, pero hasta ahora los académicos solamente hemos tenido acceso a una información somera que deja fuera temas de importancia primordial para quienes nos preocupa la situación juvenil en nuestro país.
Imagino que por ser la SEP la encargada de generar y presentar la encuesta, el tema de “Los jóvenes y la educación” se trató como punto y aparte, poniendo el foco de atención en los y las jóvenes que no estudian ni trabajan. Al respecto se mencionó que, según esta fuente, la proporción de ellos y ellas es de 21.6 por ciento y se corroboró que esta situación está directamente vinculada con las diversas expresiones de la desigualdad social, regional y de género que incide en el abandono escolar temprano y la exclusión del mercado de trabajo.
Los datos presentados acusan que durante el presente sexenio la proporción de jóvenes de sexo masculino que no estudia ni trabaja creció significativamente. Sin embargo, en la presentación oficial que hizo el subsecretario de Educación Superior se dice que “la proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan ha disminuido significativamente en ambos sexos”.
Esta afirmación es cierta sólo cuando, como lo hizo el subsecretario, el periodo de análisis se extiende más allá del año 2000. El subsecretario tomó 1960 como punto de referencia para marcar tendencias y por ello infiere que la proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan ha disminuido.
Francamente, seria el colmo que México no hubiera avanzado nada respecto de las oportunidades de estudio y de trabajo que los jóvenes tenían ya hace más de medio siglo. Pero cuando el corte se hace en 2010, y más notoriamente en 2005, las cosas cambian. Particularmente entre los jóvenes hombres la proporción de quienes no estudian ni trabajan creció, y mucho.
En efecto, por lo que toca a las posibilidades de inserción y participación en la escuela y en el trabajo, las fuentes de información (ver cuadro 1) indican que hubo una importante disminución que afectó, sobre todo, a los jóvenes hombres. El retroceso es tan grave que la disminución representa más de 60 por ciento respecto de las posibilidades de inserción que tenían los muchachos en el año 2005.
Este comportamiento y magnitud del retroceso se observa utilizando la información de la ENJ y también los datos del Censo General de Población y de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE). Así que la afirmación sobre el retroceso es prácticamente irrebatible.
En el número 432 del suplemento Campus ya había yo advertido sobre la importancia de observar atentamente las tendencias en el comportamiento de la proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan, distinguiendo por sexo, porque estos indicadores constituyen un calibrador idóneo de los avances o retrocesos que en México se dan respecto, por una parte, a la equidad de género y, por otra, a las oportunidades que definen la posibilidad de que los y las jóvenes tracen una ruta biográfica que les ofrezca un mínimo de certezas para construir e imaginar un futuro digno.
Es cierto que entre 2005 y 2010 la situación de inequidad por género disminuyó, pues no sólo hubo un decremento en la proporción de jóvenes de sexo femenino que no estudian ni trabajan, sino que lo hubo también en la diferencia de oportunidades educativas y laborales entre hombres y mujeres. Sin embargo, al respecto no se puede cantar victoria, porque todavía son muy notables las desigualdades que existen entre hombres y mujeres.
Y, frente a la contundencia de la improbabilidad de que los y las jóvenes resten carencias y tengan un futuro digno, es inevitable que entre ellos y ellas se cultiven violencias.
Al respecto, los datos sobre mortalidad por causas de los adolescentes también son rotundos: en 2005 la tasa de mortalidad por homicidio en jóvenes de 15 a 17 años era de 2.3 por ciento y la correspondiente a suicidios, de 2.1 por ciento.
Para 2009, ambos indicadores se incrementaron tomando valores de 10.1 y 5.9 por ciento, respectivamente. ¿La fuente?: el Sistema Nacional de Información en Salud (Sinais), base de datos de defunciones 1979-2009.
En fin, como se ve la situación por la que hoy atraviesa México es grave y, por ello, como lo escribió Néstor García Canclini, “corresponde seguir analizando las interrelaciones reales, ocultas y virtuales, entre los que la sociedad excluye o margina en las nuevas generaciones, los que se sienten incluidos y el impreciso número de quienes —–mientras algunos adultos insisten en proclamar que los jóvenes son el futuro— se preguntan cómo sobrevivir el presente”(1). Para cumplir con esta tarea es preciso contar, oportunamente, con la base de datos de la ENJ 2010.
Ojalá que las autoridades de la SEP y del Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve) comprendan que quienes nos dedicamos a investigar en torno de los y las jóvenes, necesitamos información para producir conocimiento que nos permita, entre otras cosas, dar cuenta de la orientación y de la complejidad de las transformaciones de la sociedad mexicana por medio de sus jóvenes.
Sirva este texto para pedir a las autoridades que liberen ya la base de datos. ¡La información es de 2010 y prácticamente estamos en 2012!
Nota