Inicio subrayando la importancia que tiene la ampliación de la cobertura del nivel medio superior y superior. No hay duda de que para construir un mejor futuro para México es menester poner atención especial en dos aspectos: educación y juventud. La expansión educativa en estos niveles atiende ambos.
Pero, las medidas para incrementar la proporción de jóvenes que ingresan y permanecen en la escuela no suelen tomar en cuenta a los jóvenes. Parten de la idea de que la escuela es un lugar al que quieren asistir, desconociendo que, con una frecuencia mayor a la correspondiente a motivos económicos, dicen que abandonaron la escuela porque no les gusta estudiar o que se aburren. Y, quienes a pesar del aburrimiento que les causa la escuela se quedan, desarrollan una identidad juvenil contraescolar que inhibe el buen desempeño académico y es generadora de violencias.
Resulta, además, que entre quienes diseñan y operan las políticas públicas del campo educativo impera la imagen de que los jóvenes que no van a la escuela están expuestos y son causantes de hechos delictivos. Se piensa que al mantenerlos en la escuela se les protege de “la maldad” y se invita a los estudiantes a apartarse de las calles, de sus barrios y de su ciudad. Estas representaciones e invitaciones amén de que son contrarias a la participación ciudadana, otorgan a la institución educativa el papel de reclusorio, prisión y reformatorio y, en estas circunstancias, la acción de asistir a la escuela deja de estar referida a la libertad de orientar la vida según proyectos propios y a la búsqueda de mejores horizontes de futuro.
Para evitar que los estudiantes abandonen los estudios se implementan programas de becas. Como ya lo he dicho, la becarización puede traer efectos nocivos y distorsiones respecto al bienestar colectivo, los derechos sociales y los referentes culturales. Recibir dinero cuando no se tiene claro “por qué” invoca, entre otras cosas, auto-representaciones de carencia, necesidad, deshonestidad y docilidad, y corrompe la dignidad de la identidad de becario.
En el estado Morelos pronto comenzará a operar el programa “beca-salario”. Se aplicará, de manera universal, a los estudiantes de tercero de secundaria en adelante en instituciones públicas y se sustenta en tres objetivos: que los jóvenes asistan a la escuela; que realicen una actividad comunitaria de carácter social, y que participen en una actividad cultural para formarse como buenos ciudadanos solidarios, con conocimientos y cultura.
Los anuncios que se han hecho han causado expectativas. Los jóvenes han escuchado que el gobierno empezará a entregar “un salario” mensual a los estudiantes y que a cambio tendrán que dedicar 8 horas al mes para sembrar árboles, pintar escuelas, limpiar calles y otras cosas por el estilo. El carácter perceptual de la palabra “salario” los está llevando a interpretar que los estudiantes tendrán “patrón”, ¿la escuela? o ¿el gobierno? Sea como sea, las imaginaciones corren hacia la representación de la escuela en el encuadre de la tensión entre el capital y el trabajo; ser estudiante está cobrando el sentido de estrategia para echarse dinero a la bolsa.
El énfasis del programa hacia la formación ciudadana de los jóvenes a través de la realización de “trabajo-comunitario con paga”, desvirtúa la representación de la acción ciudadana juvenil. Nadie puede negar la necesidad de instalar entre los mexicanos la costumbre de cuidar y mantener limpios los espacios públicos, pero pensar que esto se va lograr haciendo que los jóvenes que estudian limpien y pinten a cambio de “una lana” es ilusorio. En todo caso, para avanzar en este camino es necesario aceptar y fomentar la condición de igualdad entre jóvenes y adultos. Juntos, todos ciudadanos, habrán de participar en faenas. Además, habrá que valorar las culturas juveniles y permitir que los estudiantes participen con libertad en los proyectos públicos. Pero, que no tome por sorpresa el hecho de que las estéticas y performances juveniles no son convencionales. ¿Ya se tomó en cuenta esto?
Los jóvenes han emprendido luchas por ser mirados y escuchados por quienes diseñan y operan las políticas y programas dirigidos a ellos. No creen en los medios de comunicación y desconfían de las creencias sociales y de las instituciones, tanto públicas como privadas. Repelen todo lo que suena a permanencia, incluida la estancia en la escuela, porque están marcados por el desencanto, la sensación de cancelación de futuro y de las seguridades.
Un aspecto definitorio del actual desencanto juvenil por la institución educativa es la violencia simbólica que emana de la significación que se da a la asistencia a la escuela, particularmente cuando se tiene beca. El dinero de fondos públicos destinado al apoyo de estudiantes debe dejar de ser visto como paliativo de la pobreza y carnada para los necesitados; ha de significarse, en cambio, como derecho de todos los jóvenes. Ellos y ellas deben tener seguridad de que el “por qué” de las becas se encuentra en la obligación que tiene el gobierno de destinar recursos para que se hagan efectivos sus derechos. La formación ciudadana a la que tanto aspira contribuir el sistema educativo comienza por asegurar a los y las jóvenes que el bienestar de la juventud es un interés público de la sociedad mexicana.