“Entender no es justificar, sino situar en perspectiva.
A finales del siglo XX fue publicada, por primera vez, la obra de Richard Sennett titulada “La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo”. En ese entonces, ya era claro que entre los cambios que estaban ocurriendo en el mundo se contaban varios que afectaban no solamente la situación económica y social de las personas sino también su cultura, sobre todo en lo relativo a sus valores, sentimientos y comportamientos.
Sennett relata cómo en los últimos años del siglo pasado se habían mostrado importantes transformaciones respecto a las lealtades y a los compromisos mutuos y, además, ya era evidente que la impaciencia se estaba convirtiendo en un rasgo fundamental de las relaciones entre individuos y con la vida misma. Desde entonces, la consigna ha sido resolver las cosas de inmediato y cerrar las puertas al pensamiento, acciones y soluciones de largo plazo. Como ejemplo de esta forma de actuar basta mencionar el recordado “hoy, hoy, hoy” que Vicente Fox convirtió en su lema de campaña presidencial.
A un poco más de diez años que apareció por primera vez el libro mencionado, los cambios de carácter a los que alude el autor ya se encuentran plenamente instalados en México. En particular, en el campo de la educación superior los cambios de valores y de comportamientos de los actores de las instituciones e instancias educativas formales es más que evidente. El nuevo ethos académico no deja margen de duda de que en este ámbito de trabajo ha habido una fuerte corrosión del carácter; el compromiso social y la confianza en el futuro se encuentran erosionados.
En efecto, en la mayoría de las instituciones de educación superior la evocación de un “nosotros” comunitario se ha vuelto superficial y poco comprometido con la responsabilidad institucional de construir un mejor futuro para todos. El nuevo ethos se encuentra profundamente marcado por las medidas como el pago de las remuneraciones de acuerdo a la productividad, la ampliación e intensificación de la gama de actividades en cumplimiento de las funciones académicas cotidianas, el establecimiento de esquemas de gerenciamiento por proyectos, la operación de vastos sistemas de evaluación para calificar la productividad y el desempeño de los académicos, etc.
La evidencia más clara de los efectos de estas medidas sobre la corrosión del carácter académico estriba en que los profesores han perdido contacto con los estudiantes. En la actualidad, para muchos docentes la relación con los estudiantes tiene un sentido utilitarista (ganar puntos para conseguir mejores evaluaciones), pero poco importan las necesidades, anhelos, inquietudes y problemas de los jóvenes. Raras veces se conversa con ellos fuera del aula ni se asume el compromiso de reflexionar y entender lo que significa ser joven en los tiempos que corren.
Ante la inquietante y reiterada aparición de grupos de jóvenes encapuchados, que se dicen estudiantes, y que recientemente han tomado instalaciones universitarias con el objetivo de obtener respuesta a sus demandas, conviene hacer la pregunta de qué tanto se relacionan estos hechos con la corrosión del carácter académico mencionada.
Nadie puede dar una respuesta precisa a esta pregunta, ya que los hechos sociales son multicausales. Pero, no cabe duda de que, en alguna medida, las formas violentas de actuar de estos jóvenes tienen que ver con la falta de acogida, compromiso y afectividad institucional que han enfrentado las nuevas generaciones. Así mismo, con los sentimientos de incomprensión y distanciamiento entre adultos y jóvenes que provocan en ellos rebeldía.
La situación es grave porque el ejercicio de la violencia se está convirtiendo en un mecanismo legítimo para conseguir beneficios; su solución no puede ser de corto plazo. Una primera e ineludible condición es que el significado del trabajo académico, y con ello el de la docencia, retomen su compromiso prioritario con los estudiantes. En este sentido, el sistema educativo y sus actores deben recuperar “su carácter”, a saber: el compromiso ético entre generaciones y la construcción de objetivos sociales de largo plazo.
Por lo pronto, evitemos atribuir a los jóvenes encapuchados, sin distingo, acciones delictivas, como suelen hacerlo los medios de comunicación que lanzan relatos sensacionalistas y sobredimensionados. Rehuyamos a la estela de prejuicios, estigmas y estereotipos, dirigidos particularmente contra los jóvenes, estudiantes o no, agrupados y empeñados en la protesta y las movilizaciones. Y, una cuestión resulta elemental: encontrar soluciones, de largo, mediano y corto plazo, sin recurrir a la violencia. Esta cuestión es una exigencia no sólo para atenuar y dar marcha atrás a la corrosión del carácter académico, sino también, y sobre todo, para construir un futuro incluyente y de bienestar para las nuevas generaciones.